AURORA


Sé de antemano que esta carta nunca te llegará y que quedará entre las cálidas y secas hojas de algún libro, escondida, nunca olvidada. Tus ojos no verán jamás las palabras confitadas que de mi pluma se deslizan hasta la inmaculada hoja de papel haciéndome sentir culpable del amor que siento por ti. Acaso, ni siquiera termine de garabatear los pensamientos que arrollan mi juicio, el sentido común que nos impone la vetusta humanidad  que domina al mundo en que vivimos. No habrá providencia alguna de que el viento arranque esta misiva de mis manos y la haga llegar a tu regazo, que en un futuro no muy lejano, será resguardo de algún joven afortunado, que no seré yo. Puede que ni termine el tormento que supone escribirte esta carta, aún sabiendo que nunca la leerás. ¿Hay dolor más grande que la pena lenta, pero implacable, de querer y no ser querido? ¿Qué sufrimiento puede compararse con el de saber que tu cuerpo  nunca será mío? ¡Saber que tu boca y la mía jamás apreciarán el roce jugoso de nuestros labios! Tu sexo totalmente prohibido al tacto de mis dedos. Tu cuerpo inexperto a merced de mis deseos... Nunca.

Cuando te veo sentada en tu pupitre frente a mí, todo lo demás desaparece.  Tú y nada más. Mis clases te las doy a ti. A ti van dirigidas las palabras que pronuncio, los ejemplos, las explicaciones, el movimiento de mis manos cuando hablo, el balbuceo de mi voz cuando me miras, la alegría que siento cuando sé que me escuchas, mi dolor si veo que te aburre mi lección, todo mi amor, todo mi ser es para ti, Aurora...

Me gusta tu nombre porque no hay diminutivo para él: Aurora. Mi luz, mi luciérnaga. Verte cada día en el aula: mi meteoro luminoso particular. Ojalá pudiera beber tu nombre, acariciar tu rostro perfecto, tu cuerpo adolescente, tuyo y de nadie más, sólo para los ojos que se maravillan al verte...

Cuando estás sentada frente a mí, con las piernas jónicas cruzadas, mis ojos se pierden en las oscuridades de los pliegues de tu falda. Tu sexo oculto, cobijado,  abrigado por los muslos prietos que, alguna vez que otra, se despliegan para volver a cerrarse y arropar de nuevo tu flor, mientras que mi verga se deslía, decidida, dentro del pantalón prisionero. ¡Cuántas veces ha llorado mi príapo la simiente sin querer, aunque sin poder remediarlo! ¿Habrás notado mis palabras entrecortadas mientras te miraba y me vaciaba avergonzado, disimuladamente? La mano en mi entrepierna acariciando con un vaivén mecánico el miembro que no piensa, que sólo codicia lo que cree que de verdad merece: lo que se le niega injustamente por el estupor que supone  la implacable vorágine de tu inmaculada inocencia. No sabes el dolor que siento cuando me vacío mientras escribes tus notas, apuntes ordenados de letra limpia en tu cuaderno cuadriculado, ajena al placer humillado que siento por la indiferencia propia y natural de tu rostro ingenuo...

Aquella vez que llegaste tarde y te acercaste a mí encogida y avergonzada, con una nota de tu madre explicando el retraso y que nunca leí, pues ya estabas perdonada de antemano, mi Aurora, mi tesoro... Tu olor a agua de colonia infantil al pasar a mi lado. Ese giro leve dándome la espalda mientras caminabas hacia tu mesa, aterradoramente vacía hasta aquél momento  que volvías a ocuparla con tu cuerpo... El inmenso vacío del aula quedó lleno con tu falda de flores primaverales: flores sobre otra flor todavía más perfecta, más bella, más hermosa... Ese olor tuyo de rosas frescas, que me embriaga y me transporta hacia una delicada telaraña a punto de romperse, a la locura, a la insensatez, a casi gritar, suplicar: Aurora, quiéreme...

Cada vez que me masturbo pensando en ti siento vergüenza. Pienso en tu cuerpo desnudo, en mis manos sobre tus pechos pequeños, en la presión húmeda de nuestros labios, tus ojos cerrados por la timidez, tus pies fríos y en un ligero temblor de tu abdomen antes de que tu orquídea jugosa acepte sin temor mi fuste decidido.

En sueños, recibo tu sexo caliente en mi boca, que espera entreabierta y ansiosa el almizcle que lo rodea. Saco la lengua y la paseo por toda la ecuación rosada, deteniéndome en el gracioso botón que hace que te estremezcas agarrando mi pelo fuertemente con tus delicados dedos de niña traviesa. En el momento que más gimes, paro y subo hasta tu ombligo ensalivándolo todo... Sin despegar la lengua de tu cuerpo, subo haciendo círculos mojados en tu piel, mientras tú te ríes por las cosquillas y subo un poco más para detenerme en tus pechos no definidos del todo, todavía, para morder suavemente las fresillas de tus pezones... Y vuelvo a bajar lentamente, aunque agitado, por todo tu cuerpo, sin despegar mis labios de tu piel, y llegar a tus pies. Tiemblas por el ligero temor de encontrarte junto a mí, sin saber qué es lo que voy a hacerte.

Muchas veces me he imaginado desnudo a tu merced... para enseñarte. Tú tocas con la boca y señalas con la lengua pedacitos de mi cuerpo con un redondel húmedo y caliente: ¿qué es?, me preguntas...  Yo respondo con un suspiro de gozo entrecortado: eso es mi mentón, y tú ya lo sabes... y vas bajando poco a poco haciéndome sufrir por esa lentitud que me excita y tanto deseo: ¿y esto?... el ombligo, ya lo sabes también... y bajas un poco más volviendo a señalar con tu lengua: ¿y esto?..., esto es el pene, Aurora, el falo, la verga, príapo o méntula, pudendo o bálamo, mi polla, Aurora, mi polla... Pero tú ya ni me escuchas: tu boca rodea mi glande, succionándolo, mientras tu lengua juega con en el prepucio y con el frenillo... palabras que dejo para otra lección, pues eyaculo y mi esperma caliente choca en el fondo de tu garganta... Lo tragas ansiosa, mientras tus ojos me miran fijamente y yo cierro los míos avergonzado.

Quiero más, me dices...

Lejos de desvanecerse la imantación de tu cuerpo cuando la clase termina y te vas, yo, sigo envarado en el aula hasta que todos habéis salido... ¡Cuántas veces me he dirigido por el pasillo vacío, entre mesas desiertas, y me he arrodillado al lado de tu silla y he inclinado mi cabeza hasta ella para oler el lugar donde tus nalgas han estado posadas durante horas! ¿Cuántas veces habré lamido el asiento de tu silla vacía llorando como un niño? ¿Cuántas veces me he sentido avergonzado por ello? ¿Hasta cuándo?




5 comentarios:

pon dijo...

cuán botánico y nabokoviano te leo

brokemac dijo...

Bonita canción.
Ese "¿hasta cuándo?" final, me recuerda al otro "ojalá supiera..."

Strawberry Roan dijo...

pon y brokemac:
Sí, vale, mira tú por dónde.

Son mis respuestas y el orden puede intercambiarse.

Justo dijo...

Esa pasión sublime y sublimada, que tan bien describes, está muy bien donde está. Casi es mejor que la carta no llegue, de verdad. Su razón de ser se perdería y contaminaría con el conocimiento de Aurora de la situación, y no digamos con su aquiescencia o complicidad.

¿Hay algo más elevado que un amor no correspondido? Me ha encantado la parte final.. Lo otro sería un poco ordinario.. profesor y alumna, pan para hoy, hambre para mañana.

Un abrazo, me alegra verte de vuelta

Strawberry Roan dijo...

Justo, estoy de acuerdo con todo lo que dices. Y es que, si la carta llegara a las manos de Aurora, ya no sería lo mismo; estaríamos hablando de otra cosa, como tú dices, mucho más vulgar.
Yo también me alegro mucho de verte por aquí.

Un abrazo grande