AFICIONES EXTRAÑAS

AFICIONES DIVERSAS

1) Me paso el día leyendo los anuncios breves de los periódicos. Hay algunos muy curiosos: “Señora vallisoletana sin piernas ni brazos, busca joven mozo sin piernas, pero con brazos, para empezar nueva vida. Preferible que disponga de olla exprés”. Pensé en cortarme las piernas y responderle, pero cuando estaba a punto de cortarme la segunda pierna, me di cuenta de que no tenía una olla exprés. Una pena. “Mujer ambigua, muy viajada y con barco propio, busca compañero ambiguo y con ganas de recorrer mundo, para encerrarnos en casa durante un año. Abstenerse menores de diez años”. Obviamente, no le contesté. “Caballero sin igual, busca a nadie con el que pueda compararse”. “Mujer abierta, busca alma gemela que la cierre”. “Si quieres conocer caballero augusto dispuesto a todo, no busques más, estoy detrás de ti”. “Si al levantarte cada mañana sientes que te duele el bazo, llámame”. “Auténtico turco en el amor ofrece demostración gratis”. “Soberbia soltera daría clases de buena conducta a un precio módico”. “Crucigramista consumada desearía fundar hogar”. “Busco a alguien para actividad simpática”. “Vendo o regalo mujer por cansancio, a cambio de masaje capilar”, etcétera, etcétera... Yo, ya tengo preparado el mío: “Busco gente de todo tipo a la que le guste la oca rellena. No importa sexo, ni edad”.
2) Me encanta mirarme al espejo durante horas enteras, totalmente quieto, sin pestañear, casi sin respirar. Siempre gana el de enfrente.
3) Cuando defeco, observo si el producto flota o no. Es un buen sistema para decidir cualquier duda de cualquier tipo.
4) Me gusta hacer lámparas modelo Tiffany, broches de pan tostado, fruteros de papel maché, muñecos de alcanfor, ceniceros de tela, y tarjetas de felicitación al óleo o carboncillo, que nunca obsequio y que guardo en el fondo del armario.
5) Adoro romperme las uñas con las tenacillas y las falanges de los dedos con el martillo, para luego aullar de dolor.
6) Asomado al balcón de mi casa, me pongo a mirar a toda la gente que pasa: si alguien tiene el pelo ensortijado, o es menor de siete años, tiro una maceta desde lo alto para que le rompa la cabeza, y luego me escondo y me río.
Me gustan todas estas cosas, que ya se han convertido en aficiones. No podría vivir sin ellas. No podría.

AFICIÓN ANTIGUA

Siempre me ha gustado la tierra. Comer tierra. De pequeño, cuando mi madre me llevaba al parque para que me columpiara en las cadenetas y en la barca, yo prefería comer tierra. Menos mal que el pediatra le dijo a mi madre que eso era normal en los niños. Así, primero comía tierra y después jugaba con los niños a hacer castillos de arena, a las canicas o bolas, a las chapas que debían seguir el camino trazado en el suelo arenoso. Yo, todo lo hacía con la boca: los castillos de arena, lanzar la canica contra otra con la lengua, desplazar la chapa con los labios... Todo, con tal deque mi boca estuviera en contacto con la tierra. Me quedé sin amigos. No controlaba. Decían que era un cochino. Me daba igual. Yo seguí comiendo tierra sin controlarme. Hasta ahora. Al salir de casa no me persigno, sino que cojo un puñado de tierra de las macetas que adornan el portal del edificio donde vivo, y me lo meto en la boca. Si no lo hago, no salgo. He tenido algún problema con algún vecino (últimamente, con mi vecino Federico) que me ha visto comer la tierra de las macetas comunales, pero lo he mandado al carajo y punto. Dicen que soy un degenerado, y ya. Pues bueno, soy un degenerado, ¿y qué? Ayer mismo, cuando fui a la floristería a comprar tres saquitos de tierra vegetal, el dependiente me preguntó si tenía una buena terraza con plantas, pues voy cada semana a comprarle unos cuantos sacos de tierra, y cuando le dije que no, que me los comía, me miró de una manera extraña. Que se joda. Ya no voy a comprarle nunca más. Además, últimamente encuentro demasiadas lombrices de tierra en sus sacos, y a mí, lo que me gusta es la tierra, no los gusanos. Todo tipo de tierra me gusta. La tierra abertal, que se abre tiernamente, con sus grietas misteriosas. La tierra blanca o de Segovia, como astringente o aperitivo. La tierra campa, ¡kilómetros cuadrados de tierra sin un solo árbol! La tierra de batán como caramelo. La tierra de miga, tan arcillosa y sabrosa. La tierra de pan llevar, donde se siembran los cereales, tan nutritiva. La de Venecia o ancorca, dura como el turrón alicantino. Incluso la tierra vegetal, oxigenada y orgánica. A veces, quisiera morirme y que me enterraran bajo tierra para estar en contacto permanente con ella. Pudrirme con ella. Deshacerme en ella. Para siempre. Sin que nadie me moleste. Sólo yo. Yo, y nadie más.

NUEVA Y SINGULAR AFICIÓN

Hoy he deshuesado una oca. Le he abierto las patas para poder vaciarla por el ano. No es ninguna tontería, es algo muy delicado. Cuando he introducido los dedos (índice y corazón) a través del recto (proctólogo yo), he tenido una erección. ¿A partir de ahora, cada vez que quiera follar con alguien, tendré que hacerlo con los dedos metidos en el culo de una oca...? Bueno, la oca era grande, no sé cuanto pesaba, pues la vendían por pieza y no por peso. ¡Una gran oca! Me la han vendido viva. Yo he insistido en ello. He preferido jugar un poco con ella antes de matarla. Al llegar a casa la he soltado dejándola en el suelo y se ha puesto a correr como una loca. La oca loca. Parecía que supiera, la cabrona. Se ha metido en todas las habitaciones, meándose y cagándose por todos lados. Ahí ha sido cuando me he cabreado y he empezado a darle golpes con el palo de la escoba en la cabeza. ¡Toma, hijaputa, toma!, le decía. Pero ella, claro, no entendía su penosa situación y se ha puesto histérica. ¿Las ocas qué hacen: gritan, cacarean, aúllan, gruñen, berrean...? No sé, el caso es que se ha puesto a chillar como una desequilibrada. Puesto que dicen que la música tranquiliza a las fieras, he puesto un CD de Mozart. Pensé que La flauta mágica iría bien, dado el caso (¿qué caso?), pero no. Cuando la reina de la noche entonaba mi aria preferida, la de la risa, la oca subió el tono de sus gritos y yo me dije: ¡basta! ¡Ahora vas a ver...! ¿Que qué hice? ¿Alguien ha visto una oca desplumada viva? Es patético..., pero divertido. La oca, desplumada, se quedó muda. No sé si traumatizada, pero muda, por fin. Con la oca calladita en un rincón de la cocina, me dispuse a preparar el relleno: jengibre, hinojo, canela, azafrán, ciruelas pasas, todo ello, macerado en un buen coñac. La oca (desplumada) miraba muerta de miedo, cómo iba yo pesando y mezclando los ingredientes para su relleno. Cuando terminé de ¿acondicionar? lo que le iba a meter por el culo, la miré y le dije: ven. Ella, claro, no se movió. Yo insistí con un tono de voz más dulce: ven, ven, que no te voy a hacer nada... No se movió. Como vi que se resistía, desistí yo también: la deshuesaría viva y punto... Creo que al final murió de vergüenza, o del susto, o... no sé. El caso es que no soportó ser sodomizada. No lo entiendo, seguro que se pasó la vida poniendo huevos mucho más grandes que el diámetro de mis dos dedos. Nunca imaginé que deshuesar una oca por el ano fuera tan sencillo, siempre que se tengan los utensilios adecuados. Lo primero que he hecho es cortar de un tajo el cuello por el coracoides, y las patas por el tarso: la cabeza y los pies han quedado separados del cuerpo central. Después, con la oca bocabajo, he separado las tibias para dejar más espacio libre a la salida de los huesos, y he metido los dedos por el ano para inspeccionar y tener una idea más clara de lo que había por ahí dentro (ha sido cuando he tenido la erección, arriba mencionada). Lo primero que he encontrado ha sido el pigostillo, que son los huesos que están pegados a la pelvis y al fémur. Sin pensarlo dos veces, he tirado de ellos para ver qué pasaba. Parecía que la oca tomaba vida otra vez, pero no, sólo era el movimiento involuntario de su carne al mover sus huesos por dentro. Tras un momento de duda comprendí que nunca podría sacar los huesos de la oca por el ano de aquella manera, pues estaban todos unidos y el conjunto era demasiado grande para poder sacarlo por un orificio tan pequeño. Así no. Imposible. Pero pensando, pensando... Cogí un mazo y golpeé a la oca por todo el cuerpo: tenía que romper sus huesos para poder sacarlos con mayor facilidad. Y así fue: todos iban saliendo gracias a mi paciencia y buen hacer. La caja torácica salió sin ningún tipo de complicación. Poco a poco, a trocitos. Todo el proceso me llevó dos horas. Dos horas extrañamente perturbadoras y hermosas. A todo ello, yo seguía con la erección. Incluso, cuando llegó el momento de rellenar la oca (procedimiento mucho más fácil que el deshuesado), yo seguía caliente. Por eso, antes de meter la oca en el horno, tuve un affaire con ella. Fue perfecto. Yo diría que sublime. Una sensación nueva a la que tendría que prestar atención más adelante (¿se convertiría en una nueva afición?). Cuando llegó el momento de éxtasis, lo pensé... De verdad que lo pensé: ¿sigo o no? Era tanto el placer, que seguí. No pude parar. Un ingrediente más se uniría al relleno... ¡Mis invitados a la cena no notarían la diferencia! Estoy muy contento de haber encontrado una nueva afición. Aparte de aportarme una necesaria vida social que últimamente tenía olvidada. No debo estar solo. Cada día una cena, una reunión: una sopita, unos bombones rellenos de... licor, una buena copa con sus cubitos de... hielo, un buen café con... ¿leche?

CUATRO MUNDOS NUEVOS

La afición a deshuesar ocas ha producido, indirectamente, otras no menos singulares:
1) la de hacer cojines una vez desplumado el animal. Cojines grandes, pequeños, medianos, de seda, de raso, de algodón salvaje, triangulares, redondos, cuadrados o en forma de trapecio...
2) Hacer caldos de ave con sus huesos, que hierven durante largas horas en las tardes de domingo...
3) Crear lienzos abstractos con sus vísceras...
4) Recoger perritos abandonados de las calles...
Me explico: una vez sodomizada y cocinada la oca, ¿qué hacía con sus despojos?... A veces pienso que no merezco tanta felicidad, tanta dicha causada por mis aficiones, pero quién sabe si Dios existe y me obsequia con simpáticas ocupaciones, que yo hago con aplicada pasión... Una vez, el vecino de enfrente me dijo que yo era raro y que en ocasiones le daba miedo. ¡Hipócrita! Recuerdo el día que lo vi en el cuarto de baño de su casa frente al espejo, desnudo y espatarrado, con una cubitera repleta de hielo. Yo estaba peinándome, a punto de salir de casa para ir a la granja a comprar una oca, cuando oí unos gemidos extraños. Apagué la luz y observé por la ventanilla (que, mira tú por dónde, está frente a la de mi vecino). ¡Se metía cubitos de hielo por el culo! Después, esperaba unos minutos y los expulsaba ya licuados, extasiado y sollozando de placer. ¡Eso es raro, no yo! Si hubiese sido en verano, en pleno mes de agosto, lo entendería, lo vería lógico, pero introducirse cubitos de hielo en pleno invierno, es de locos. Mi vecino Federico, (¿Federico on the rocks…?) No, yo no soy raro, ¡no señor! ¿Qué tiene de raro hacer cojines con pluma de oca, o hacer sopa de ave, o plasmar en lienzos mis emociones, o recoger perritos abandonados?

COJINES

Una vez enculada y guisada la oca, ¿qué podría hacer con sus plumas? Evidentemente, cojines. Me gusta hacerlos, sobre todo, en forma de estrella de cinco puntas. Son los más difíciles, pero los que me dan mayor satisfacción una vez terminados. Primero, dibujo dos estrellas en dos piezas de tela. Una en cada trozo. No es nada fácil, no. Una estrella de cinco puntas bien hecha tiene su intríngulis. Como en un principio no me salían, tuve que recurrir a mi vecino Federico, que es matemático (aparte de raro). Al principio, no quería prestarme un libro de trigonometría, por lo que tuve que acudir al bajo instinto del chantaje. Le dije: “o me prestas el mejor libro de trigonometría que tengas o en la próxima reunión de la comunidad digo que te metes cubitos de hielo por el culo. Tengo pruebas; lo he grabado con mi cámara de vídeo.” Y me fui a mi casa a esperar los dos minutos escasos que tardó en traerme no uno, sino cinco libros de trigonometría y un curioso y sesudo tratado sobre el tema, titulado: “Trigonometría de los tres tristes tigres” (¡Ay, Guy yermo de cabras e infantes!) Ahora, dibujo unas estrellas de cinco puntas perfectas para mis cojines de pluma de oca. En pocos meses, hice cientos de cojines de todas clases. La casa se me llenó de cojines, por lo que tuve que empezar a regalarlos. No hay biblioteca, geriátrico o sala de espera en toda la ciudad, que no tenga uno de mis cojines de pluma de oca. Son cómodos y originales. Tuvieron tanto éxito que tuve que patentarlos, y ahora, Zorra Home quiere hablar conmigo y llegar a un acuerdo para su comercialización a gran escala por todo el mundo. Pero yo no quiero. Mi afición a hacer cojines con pluma de oca no es lucrativa. Es un acto de amor, un pasatiempo, un no tirar plumas de oca al viento. Hay que aprovecharlas y punto. Como los huesos...

SOPAS

Un día, cuando la oca estuvo deshuesada, follada y asada, me dije: si se hacen caldos de pollo, se podrán hacer también de oca. Así fue como empezó mi afición a los caldos de oca. Me salen riquísimos. En una cacerola pongo dos litros de agua fría, los huesos de la oca, una cebolla partida en dos, abundante apio, tres zanahorias medianas que le pido a mi vecino Federico (que siempre tiene, no sé porqué, aunque empiezo a sospechar), y un pellizco de sal. Lo dejo cocer todo una hora y media a fuego mediano. Después, saco los huesos de la oca, pero no los tiro, pues me servirán para otra afición que me embauca sobremanera y que más adelante contaré... Aparte, en una sartén, pongo aceite y un trozo de mantequilla a calentar: añado harina y leche (he dicho leche) sin dejar de remover con la varilla hasta que tengo lista una bechamel (he dicho bechamel), que añadiré licuada junto con la zanahoria y el apio previamente colados al caldo de oca. Al final, una vez apartado el caldo, deslío una yema de huevo (a ser posible de oca) en él, pero con cuidado que no hierva, pues la yema no tiene que cuajar. Escupo tres o cuatro veces en la olla, y ¡ya está lista para tomar! Yo... no la pruebo. Yo sólo como tierra como creo recordar que os he dicho alguna vez; pero a mis amigos les encanta. Ellos no conocen mi toque final... Reconozco que es una pequeña travesura mía. Travesura, no perversión. Para perversión la de mi vecino Federico. Además, son tan gratos los domingos por la tarde en los que preparo el caldo y siento su olor impregnado por toda la casa mientras lanzo vísceras de oca contra el lienzo.

LIENZOS

Cuando ya pensaba que las ocas no daban más de sí, descubrí, de pronto, que sí, que todavía había más por hacer. Hasta el momento, una vez que había hecho el amor (queda claro que no es ninguna perversión: hacer el amor) con la oca y se horneaba, rellena, poco a poco en mi horno, yo tiraba sus vísceras a la basura. Pensaba que no servían para nada. Pero no fue así. Una nueva afición se estaba gestando sin yo saberlo: cuando un día, un trozo de hígado cayó al suelo blanco (de mármol impoluto) de la cocina y vi aquella masa informe desparramada bajo mis pies, quedé maravillado. Exaltado, comprobé que una nueva afición se imponía: ¿qué pasaría si, en vez del suelo, el destino de la casquería ocal fuera lanzado contra un lienzo desde diferentes posiciones espaciales y a velocidades alternativas? Al día siguiente, compré un lienzo de dimensiones considerables (tres por cuatro metros) y lo dispuse recostado en la pared más grande de mi salón. Lo primero que lancé fue un riñón, que estalló en la tela en tonos marrones y lilas. Quedé maravillado, imposible explicar lo que sentí ante el impacto visual que, de pronto, se ofrecía ante mis ojos. Sin pensarlo (era mi primer cuadro y no tenía experiencia, no me controlaba), cogí el hígado que yacía, viscoso, en una bandeja junto al resto de la casquería y lo reventé contra el lienzo, que cambiaba de vida a cada explosión de color visceral. Viendo que mi obra necesitaba un rojo intenso en la esquina superior derecha, lancé con furia el corazón. Quedó magnífico, quizás algo ostentoso, pero justo donde yo quería. La lengua y las patas quedaron fijadas en la parte inferior del cuadro, oportunas y eficaces. Las mollejas, justo en el centro, como corales extraños que daban un toque marino y ambiguo a la obra. Los ojos estallaron en el borde izquierdo del tapiz, creando una atmósfera inquietante y a la vez graciosa. Y, por último, dispuse los sesos triturados sobre la tela para que fueran escurriéndose, a ver qué pasaba. Esa noche casi no dormí. Me levantaba a cada rato de la cama e iba al salón para observar cómo iban deslizándose los sesos en mi obra de arte. Hipnotizado, quedé dormido en el suelo del salón, mientras miraba embelesado el discurrir lento y viscoso, caracolil, de los sesos entre la demás casquería plasmada sobre la tela. Ese fue mi primer cuadro. Ahora, después de haber hecho cientos de ellos, se pueden observar en distintas galerías de arte, y están muy cotizados. Tengo un prestigio. Un reconocimiento. Pero, que estén muy cotizados, no quiere decir que los venda. Son míos. Míos y de nadie más. No hago cuadros para enriquecerme. Es una afición. Una de tantas, y no la comparto. Mi vecino Federico dice que soy raro, que no es normal que no venda mis cuadros que valen millones. Yo le digo que más anómalo es meterse cubitos por el culo en pleno invierno. Él se enfada y deja de hablarme durante un par de semanas, y yo, lejos de preocuparme por ello, aprovecho y encuentro nuevas aficiones. Como la de recoger perritos abandonados por la calle.

PERRITOS

Mira, Federico, le dije un día a mi vecino, no pienso darte dos pepinos grandes, ni un poco de sal, que sé cómo eres y cómo las gastas; además, no soy tonto, y sé que la sal es para despistarme. Y le cerré la puerta en las narices. Desde entonces no me habla, pero no me importa, pues gracias a él he encontrado otra afición. Cuando me siento solo, salgo a la calle y recojo un perrito abandonado. Me da igual la raza. Conque quiera venir conmigo, me basta. Yo no lo obligo. ¿Que por qué esta nueva afición? Pues para ver cómo roen los huesos que han servido para el caldo de oca (que previamente ha sido dada por culo, rellenada y dorada lentamente en el horno) y que por supuesto, no he tirado, sino que he guardado en la nevera después de su cocción, ya que nunca se sabe qué nueva afición puede acontecer. Y es que es una delicia entrañable ver cómo roen y juguetean los perritos con el hueso antes de atragantarse con ellos. Ya se sabe que estos huesos no son los más adecuados para que los coman los perros, pero ellos parecen no saberlo. Mucha gente pensará que esto es una perversión. Nada más lejos. No. Antes de que les pase algo malo por estas incívicas calles de Dios, yo los recojo, los acaricio y les doy algo que comer. Para perversión, la de mi vecino Federico. Algún día acabará mal.

CONCLUSIÓN

Me levanto de la cama a las siete de la mañana. Me lavo la cara, las manos, y el glande después de orinar. Voy a la cocina y me preparo un buen tazón de tierra vegetal para desayunar. Desayuno en pijama si es invierno o desnudo si es verano. Después, me visto y me peino (con raya al lado) y salgo a la calle contento. Voy al parking donde tengo mi moto (dos calles más abajo). La arranco normalmente a la primera, y voy hacia la granja donde compro siempre las ocas. El dueño de la granja me saluda efusivamente (soy una mina para él). Pongo la oca dentro del ¿cofre? de la moto. La oca chilla: no comprende esa oscuridad, ni esa compresión. A la vuelta, antes de subir a casa con mi oca, compro el periódico en el quiosco del barrio. El quiosquero, en vez de coger el dinero que vale el periódico y callarse, me pregunta: ¿otra oca? Yo ni le respondo. Espero el cambio (si lo hubiera), doy media vuelta y voy directo a mi casa con la oca (que no para de moverse) en brazos y que es motivo goloso de algún perro callejero que no deja de mirarla y que a la menor oportunidad le hincaría el diente. Me apiado de él (del perro) y lo invito a casa. Al llegar, dejo a la oca en el suelo, y al momento se pone a correr. Cojo al perro para que no vaya tras la oca, y le acaricio suavemente la cabeza y el lomo. El perro, agradecido, me lame la mano cariñosamente y se calma. Mientras la oca corre aterrorizada por toda la casa, yo leo tranquilamente los anuncios clasificados del periódico junto a mi nuevo amigo canino, que me mira ufano y satisfecho. Tomo un aperitivo de tierra de Segovia mientras leo y subrayo los anuncios que me parecen interesantes, tipo: “alquilo pasapurés antiguo a persona decente”, o “pies de cerdo, vendería a persona inspirada”. A eso de las dos de la tarde, deshueso y relleno la oca como ya he explicado más arriba y la meto en el horno. Aparto los huesos y las vísceras para posteriores aficiones. De hecho, mientras la oca se tuesta en el horno, aprovecho y hago el caldo de oca (ver el apartado sopas) y comienzo a lanzar las vísceras contra el lienzo (ver apartado lienzos.) El perro observa estupefacto mis lanzamientos de casquería sobre un cojín de pluma de oca (ver apartado cojines) que yo mismo he hecho días atrás. Con mi obra de arte (perturbadora, precisa e inquietante, según los críticos) a medio terminar, cuelo el caldo para entresacar los huesos de oca y apago el horno. Los pongo en un plato y llamo al perro (ver apartado perritos). Viene moviendo la colita (si la tiene), me mira expectante reprimiendo un ladrido. Entretanto, yo mantengo el plato de huesos en mi mano y observo cómo va poniéndose cada vez más nervioso. Cuando el perrito dice guau o empieza a saltar intentando llegar hasta la pitanza, poso el plato en el suelo para que empiece a corroer los huesos. Durante unos segundos o minutos (depende del caso), observo detenidamente al perro que ni me hace caso mientras come. Hasta que: ¡oh!, se le atraviesa un hueso fino de oca en la garganta o en el cuello, y muere. El tiempo de agonía varía según el hueso y el lugar en donde se haya obstruido (de tres minutos a cuatro horas, por el momento). Meto al perro en una bolsa de basura perfumada. Bajo y lo tiro al container más cercano y vuelvo a subir a mi casa para terminar de preparar el caldo, y sacar la oca del horno. Después, culmino el cuadro lanzando las últimas vísceras. Si no tengo invitados, ceno solo en la cocina algo de tierra de pan llevar o de batán. Antes de irme a dormir, no siempre, aunque cada vez más, observo a través de la ventanilla del cuarto de baño y a oscuras a mi vecino Federico. Seguidamente, me voy a dormir y sueño con nuevas aficiones.