COLGADO


De repente veo ante mí una grieta oscura, peluda, en una bola de billar brillante, pulida; las piernas me sostienen como un par de tijeras. Una mirada a esa herida sombría, nunca cerrada, y se me abre en el cerebro un abismo profundo: todas la imágenes y recuerdos, laboriosa o distraídamente seleccionados, etiquetados, documentados, archivados, sellados y timbrados, irrumpen en masa como hormigas que salen de la grieta de una pared…: …: … , …;¨: ¨. Vuelvo a ver las madres yacentes de Picasso con los pechos cubiertos de arañas, escondida su leyenda en el fondo de un laberinto. En la puerta del retrete, pájaros pintarrajeados con tiza roja, y la virgen que emite un diapasón de dolor. Oigo una carcajada loca, loca, verdaderamente incontrolable. Y la grieta que se me ríe en plena cara. Carcajada loca, histérica.. Me parece que el cuarto está lleno de teléfonos, y que el cuarto cuerpo, antes negro, se vuelve fosforescente. Unas risas que encrespa a la brillante, pulida superficie de la bola de billar. Gran loca y madre del hombre por cuyas venas corre la ginebra. ¡Madre de todas las hijas e hijos, araña que se revuelca en nuestras tumbas logarítmicas, insaciable, bruja de la carcajada que se me parte en dos! Cuando bajo la mirada hacia esa grieta veo un signo de ecuación, el mundo en equilibrio, un mundo reducido a cero y sin traza siquiera de recordarlo. No veo el cero al que Julio Verne dirigió su luz, no la grieta vacía del hombre prematuramente desilusionado, sino un cero arábigo, el signo desde donde saltan interminables mundos matemáticos, el punto de apoyo que mantiene en equilibrio las estrellas y los sueños ligeros y las máquinas más ligeras que el aire y los explosivos que las han producido. En esa grieta quisiera meterme hasta los ojos, para hacer que se tuerzan ferozmente, queridos locos, metalúrgicos ojos… Cuando bajo la mirada hacia ese maldito chocho de puta, siento todo el mundo debajo de mí. Un mundo que se
tam-
ba-
lea y
p
r
e
c
i
p
i
t
a,
un mundo gastado y liso como el cráneo de un leproso. Si alguien supiera qué significa leer el enigma de eso que hoy se llama grieta, si alguien tuviera un mínimo vislumbre del misterio acerca del fenómeno que se tacha de obsceno, este mundo se iría al garete. Es el horror obsceno; el aspecto seco, maldito de las cosas que hace aparecer como un cráter a esta loca civilización. Es este gran abismo de la nada, abierto lo que llevan entre las piernas los espíritus creativos… Y es que tengo tanto miedo. Me causa tanto terror esa grieta que, a veces, vuelvo a ella. De vez en cuando, me enfrento al misterio que supone descubrir esa oscuridad que me retrae indiscutiblemente hacia el autismo que secretamente yo sólo sé. S e p a r o las columnas cárnicas que aguantan el tenebroso resquicio y observo la ecuación rosada. Y me acerco un poco más. A cada centímetro que me aproximo, el mundo enloquece a mi alrededor, y
c
a
e
n
las casas, los árboles se quiebran, la gente grita sin ser oída, y sólo el polen de las flores permanece suspendido a la espera de procrear nuevas grietas vegetales. Y hay gente que cree que estoy loco, pero no, por favor, simplemente tengo miedo de ocultar lo que siento. Tengo la necesidad de volver de vez en cuando al origen de mi vida, de nuestras vidas, para intentar comprender lo que tanto tiempo llevo deseando: la odiosa relación entre mi vida y la grieta incombustible que todos los seres creativos llevan en el centro de su cuerpo. Muchas veces he estado a punto de descubrir en sueños el misterio, pero en ese momento he despertado. Entonces corro al baño y me miro al espejo por si todavía tengo algún indicio de respuesta en mi rostro, pero tengo que volver a la cama decepcionado, mientras que mi propia imagen reflejada se ríe de mí. Y ya no puedo seguir durmiendo; permanezco inmóvil sobre la cama, escuchando la risa provocadora en la total oscuridad de la noche…
B
a
j
o por la

/_
e
/_
s
/_
c
/_
a
/_
l
/_
e
/_
r
/_
a
y tropiezo en el último escalón. El fuerte golpe en la cabeza me produce un ACARACOLAMIENTO
en el hemisferio izquierdo del cerebro, que me hace incomprensible la razón y la lógica del mundo en que vivimos. El entendimiento se me …………………… va poco a poco, l e n t a m e n t e.
Me incorporo rápido y vuelvo a
c
a
e
r
al suelo, dándome otro golpe en la cabeza; esta vez, el hemisferio derecho es el que queda dañado y permanezco durante horas tumbado en el frío cemento,
quieto,
petrificado,
aletargado,
inmóvil,
inactivo,
calmo,
fijo,
inmovible,
entumecido,
inerte,
anquilosado,
quedo,
estático,
cataléptico,
echado,
paralizado,
sosegado,
inanimado,
detenido,
posado,
tieso,
reposado,
estable,
reposadamente,

clavado,
permanente,
y
estacionario,
quedo yo, como ya he dicho, suspendido entre esta columna imperfecta de adjetivos, mientras me voy rompiendo los dientes a
golpes contra el suelo… Pero basta ya de contar mis penas. Llevo mucho tiempo colgado del pie esperando a que venga ella y me azote sin piedad, y estoy cansado. La sangre me hierve en la cabeza y mis pezones están fríos. Ella viene hacia mí encuerada totalmente en látex negro. Sólo veo su grieta que se acerca y se ríe cada vez más fuerte, grieta que
grita antes de que yo empiece a quejarme. Ojalá me dé fuerte, me he portado mal (muy mal).

UNA VIDA CONSUETUDINARIA


Quizás sea tarde ya. Hace meses que me di cuenta de ello. Vienen cada día por la noche. Cada noche, sin tregua. Vienen y se lo llevan todo. Me roban lo mío, lo que por ley me pertenece. Ahora estoy muy triste, pero no siempre he sido así... Normalmente soy alegre y clemente en invierno. En verano corro por la playa. En otoño huelo los visillos. Nadie cree que desde que nací duermo en vela… Un día oí un grito, como una música que brotaba de un instrumento al que ellos llaman garganta. Alguien corría. Al fondo, una hoguera. Más al fondo, un mendigo. Era el mes de mayo o junio, qué más da, era primavera. Vinieron hacia mí y los miré con ojos de misterio... Fue inútil. Nunca aprenden... Yo les ladro. Es inútil que todavía, en estas fechas, les empiece a dar pena un mendigo o una rosa, que enciendan una vela en el pasillo, que me prohíban nada, comer carne, por ejemplo; lamer libros, acercarme a la chimenea, querer a todos por igual, ladrar verdades, comprender al enemigo... Es inútil. Muevo la cola. No comprenden. A veces me siento pobre: no llevo zapatos, sino zapatillas, gorra con piojo, bufanda llena de barro, los dedos llenos de heridas, vacío las bolsas con las patas y saco papeles inútiles… Yo les ladro y cada noche se llevan lo que es mío. ¿Quién me quita las ganas de ladrar? Mis amos, por la noche. Por la noche quieren silencio. Las cosas me miran, las cosas me hablan, en las macetas me orino, los hombres son tigres, los niños son viejos, los gatos de ojos naranjas comen musarañas, los gatos que hacen ruido al cerrar los ojos mueren... Yo observo, siempre me fijo en todo, sé muchas cosas: desde siempre los enamorados se cogen de las manos, desde siempre la fruta se coge de un árbol, desde siempre los de uniforme andan raro, desde siempre la hiedra se prende a una pared, y también el ciempiés, y la pintura y las sombras y mi pata al orinar y mi mirada cuando no la comprendo… En el cielo, la luna se divierte; en el suelo, dos orugas van cansadas; en el borde de los ríos nace el musgo; en un pozo hay tres peces condenados; en el sendero más próximo hay cuatro olivos; en un peral hay un nido abandonado; ocho meses tarda en nacer el trigo; nueve días, tan sólo, el escarabajo; diez estrellas cuento en la noche junto al chopo… ¡Qué suerte que al morir el caballo, el látigo se borre de su espalda! Nada dura, nada de nada. Hay un dolor colgando del techo de mi caseta, un guante sin mano, un calcetín sucio de mi amo, un revólver herrumbroso e inservible, un trozo de madera, una perfecta y seca hoja de pino, y un vacío muy vacío, el justo, donde me acomodo y sueño. Cada noche me echo y saco el hocico hacia lo oscuro: veo los gatos recostados en las salientes chimeneas, jugando con las hebras que recogen durante el día. Los gatos y las gatas me miran y yo les ladro. Entonces ellos caminan con sigilo entre las tejas. Desde la ventana me hacen callar. Me chistan. Me gritan en silencio “ssshhh.” Salgo de la caseta y me asomo a la verja. Cuento los postes de luz, tiemblo de frío, me paso la lengua por el pelo. Una vuelta en redondo mirándome la cola y vuelvo a mi caseta de madera sin comprender mucha cosa o quizás todo lo que puedo y me es permitido saber… Hubo una mujer. Una mujer que me acariciaba cada noche al pasar camino de su casa. Yo lamía su mano. Se volvió loca porque tuvo un pez; un árbol en su pecho; le sudaban los ojos; cantaba y daba saltos por la calle; le sangraban los codos… ¿Alguien se ha fijado en el frío que pasan las castañeras, en lo viejas que son casi todas las catedrales, en lo feos que son los niños pobres, en lo mucho que hablan y cobran los ebanistas, en el peligro que corren las mujeres, que gracias a algún lúcido perturbado, siguen la moda de quitarse la matriz? ¿Alguien se ha fijado? ¿No? Pues entonces tengo un no sé sí. Es trágico. Tengo un no sé sí. Pero sí sé que los elefantes emiten ruidos. Ruidos de baja frecuencia que resuenan a largas distancias y pueden ser oídos por otros elefantes. A más de tres kilómetros de distancia. Nadie más oye estos ruidos. Nadie. Yo lo sé. Soy un perro sabio.

Apoyé las patas en el borde de la cerca y miré. Clavé mis garras en la valla de madera. Se detuvieron junto a la puerta entreabierta del jardín. Ladré. Hubo un eco en el silencio de la noche. Me puse a cuatro patas y atravesé el jardín en dirección a la casa. Me senté en el primer escalón y los miré. Me devolvieron la mirada. Luego alargué el cuello hacia la ventana de la casa y husmeé. Nada. Crucé de nuevo el jardín. A la carrera. Golpeé la cerca y la puerta crujió por el impacto. Se alejaron por el sendero a toda prisa con un trotecillo ridículo. Me eché junto a la verja, agitado y con la lengua colgando. Un monstruo de hierro pasó delante de mí... Empezó a amanecer. Alguna que otra luz se encendió detrás de los visillos de la casa. Seguí inmóvil. Vigilaba el sendero. Todo el día iba y venía a la verja... Anocheció de nuevo. Las luces de la casa se apagaron. Silencio absoluto. Estaba a punto de quedarme dormido, pero presentí algo. Allí estaban, al otro lado de la valla. Sus ojos clavados en mí. Me puse rígido. Ladré. Ellos permanecieron en silencio, observándome, planeando algo, gesticulando. Me acerqué a los barrotes de la valla. Ellos retrocedieron. Olfateé la madera. Descubrí su olor hediondo. Se me erizó el pelo. Se alejaron por el sendero hablando, mirando atrás de vez en cuando. Sostuve la mirada. Siguieron alejándose. Ya no pude seguir oyendo lo que hablaban... Seguí toda la noche expectante. Esperando. Nada. Amaneció y al rato salió mi amo. Me preguntó cómo estaba, acariciándome el lomo. Me dijo que últimamente estaba muy nervioso y que antes no era así, que qué me pasaba, que qué era lo que me preocupaba. Gimoteé y lo miré con insistencia. Me dijo que era un buen perro, un poco viejo ya. Me restregué contra su pierna. Me apartó y volvió a entrar en la casa. Estuve todo el día muy triste… Pero llegó la noche. Y en la noche, el momento. De repente supe que estaban allí de nuevo. Ladeé la cabeza y me incorporé de un salto. Corrí hacia la verja. Me alcé sobre las patas traseras y puse las delanteras en la cerca. Un débil sonido llegaba desde la distancia. Pensé en los elefantes. Ladré. El sonido se hizo más fuerte. Ladré de nuevo, nervioso. Miré hacia la casa. Nada. Estaba a oscuras y en silencio. Nada se movió. Volví a ladrar. Entonces percibí el olor hediondo. Temblé de miedo. Ladré. Los ojos de los ladrones brillaban en la oscuridad. Eran diabólicos. Me eché en el suelo y esperé, atento, al menor sonido. Detuvieron la máquina frente a la casa. Pude oír cómo abrían las puertas y saltaban a la calzada. Me aparté. Corrí en círculos por el jardín. Ladré. Apunté el hocico hacia la casa. Se acercaron y empujaron la puerta, que cedió con un crujido seco. Entraron en el patio. Su olor me hizo retroceder. Se acercaron al cubo de metal. Uno de ellos quitó la tapa. El otro me sonrió. Ladré temblando de miedo. Entonces, lenta y silenciosamente, se acercaron a la casa. Ladré. Examinaron las paredes, el estucado, las ventanas. Ladré. Cogieron el cubo metálico y salieron. Lo vaciaron dentro de la máquina. Entraron y lo volvieron a dejar, ya sin nada. Volvieron a salir. Cargué contra la cerca. Uno de ellos agitó los brazos. Retrocedí. Se fueron hasta el día siguiente. Y a la noche siguiente, igual. Y así cada noche. Todas las noches, mientras cuento las estrellas bajo el chopo del jardín.

LA SIMBIOSIS DEL SEÑOR TZU


Chuan Tzu soñó que era una mariposa y no sabía al despertar si era un hombre que había soñado ser una mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser un hombre... Chuang Tzu soñó que era un hombre y no sabía al despertar si era una mariposa que había soñado ser un hombre o un hombre que ahora soñaba ser una mariposa... En eso estaba, en no saber quién o qué era, cuando decidió mover una de sus extremidades. Si al moverla veía aletear una delicada ala, sería, sin duda, una mariposa, pero si por el contrario veía ondear un brazo, sería un hombre. La movió. Miraba la extremidad moverse en el aire, pero no le sirvió de nada, porque quién le decía que no estaba soñando todavía. Si acaso viera aletear una membrana sutil, ¿no pudiera ser un hombre soñando que era una grácil mariposa? O si viese un largo y musculoso brazo, ¿no sería una mariposa soñando ser un hombre? Chuang Tzu empezó a ponerse nervioso... ¿Qué soy?, se dijo. Como no encontraba la solución a su identidad y no sabía discernir si era insecto o mamífero, se puso a rumiar, pero como estaba seguro de que no era un rumiante, se puso a cavilar, aunque también sabía que no era un cavilante, entre otras cosas porque esta palabra no existe, y entonces se puso a especular, pero nada, ¿acaso era un especulador? No. Por eso creyó conveniente que lo mejor era pensar. ¿Quién le decía que no era un gran pensador? Al principio desconfió un poco, porque siempre se había dicho que los pensadores, grandes y pequeños, siempre son humanos, pero ¿no es verdad que desde tiempos inmemoriales los hombres han intentado descubrir el funcionamiento del cerebro humano sin conseguirlo? ¿Es que una mariposa no puede pensar? ¿Alguien podía asegurárselo? Chuang Tzu pensó en un principio que era una mariposa. No una polilla, se dijo. Las polillas eran tan feas para él... Más feas que la rabia, pensó. Y tampoco se sentía de esas mariposas que, cuando son orugas, son rechonchas y repugnantes y tejen seda como si estuvieran en la época de la Revolución Industrial. Una Bombyx mori o una Antheraea harti, ni pensarlo. Soy... Soy... Soy una grácil mariposa de preciosas y delicadas alas, pese a quien le pese, se dijo a sí mismo... Y se puso a pensar. Bueno, bueno, vamos a ver, se dijo. No puedo estar seguro de que sea una mariposa, eso no, porque bien podría ser un hombre, las cosas como son. Sería más fácil ser un hombre que una mariposa, eso también, porque hay muchas más especies de mariposas que de hombre, que sólo hay una, que es el Homo sapiens, todo sea dicho. Pero, siguió Chuang Tzu elucubrando, aunque sólo haya una sola especie humana, ¿a qué grupo perteneceré? ¿Negroide, mongoloide o caucasiana? Aunque la verdadera esencia del ser humano también podría encontrarla desde muchas otras perspectivas culturales, como la religión, la social, la lingüística o la ética. ¡Uy, qué complicado! Ya sé que los científicos consideran a todos los seres humanos como miembros de una única especie, pero me niego a ser negroide o mongoloide porque, porque, porque..., pues porque no y ya está... No es lo mismo, de ninguna manera. No, no lo es. Mejor soy una mariposa. Sí, mucho mejor. Pero si soy una mariposa, tengo que ser adulta, porque un huevo, una larva, o una crisálida, pues la verdad sea dicha, son asquerosos. Uig, qué asco. Pongo el ala en el fuego de que soy una mariposa adulta y de bonitos colores. Muy delicada y distinguida, porque sino prefiero ser un hombre. Eso sí, si soy una mariposa, mi metamorfosis ha sido lenta y dolorosa, pero provechosa porque estoy convencido de que tengo dos pares de alas membranosas divinas, cubiertas de sutiles escamas y lindos colores tornasolados. Sí, estoy seguro. Y mi enrollada probóscide chupadora, que no mamadora, que no soy una mariposa mamona, debe de ser la envidia de todo el mundo. Y mis ojos compuestos, como Dios manda, lo ven todo, hasta el ultravioleta. Y mis antenas prominentes ya las quisiera tener un televisor Sony Black Triniton, que tienen una pantalla de lo mejorcito para posarse cuando están encendidos, porque emanan unas vibraciones electrostáticas que ponen a tono a cualquiera que se precie... De pronto, Chuang Tzu se preguntó de qué se alimentaba, si de néctar y polen, o por el contrario sería de ese otro tipo de mariposas que se alimentan de fruta podrida, carroña, estiércol, orina y otros exudados vegetales y animales. Néctar y polen, zanjó. Mi probóscide sería incapaz de ni siquiera rozar una boñiga, se dijo con asco. Yo soy de las que van de flor en flor para chupar el néctar y transporto el polen de unas a otras, contribuyendo así al proceso tan bonito y necesario que es la polinización. Boñigas, no. Qué asco... Soy una mariposa limpia, pensó Chuang Tzu, satisfecho. Limpia y necesaria... ¿O seré un hombre?, dudó. No estoy seguro de que sea una mariposa al cien por ciento. Pudiera estarlo al cincuenta por ciento, o al cuarenta por ciento, o al veinte por ciento, o al noventa y dos por ciento, que es lo mismo que nada, porque si no estoy seguro al cien por ciento de que soy una mariposa, no me sirve de nada, pues bien pudiera ser un hombre. ¡Pues vaya!, se dijo. ¡Vaya, vaya!, volvió a repetirse a sí mismo. A ver, vayamos por partes. El Homo sapiens se caracteriza, desde el punto taxonómico, desde luego, como un animal, o sea, del reino Animal, dotado de una espina dorsal segmentada, o sea, del subfilo Vertebrados. Además, siguió pensando Chuang Tzu, la madre da de mamar a sus crías (lo que me convertiría en un mamón, todo hay que decirlo), o sea, que es de la clase de los Mamíferos, cuya gestación se realiza en el útero dentro de una placenta, o sea, de la subclase de los Euterios. Está provisto de extremidades que tienen cinco dedos, o sea, que pueden cantar los cinco lobitos; posee clavícula y un único par de glándulas mamarias situadas en el pecho, o sea, del orden de los Primates. Tienen los ojos emplazados en la parte frontal de la cabeza, lo que les facilita la visión estereoscópica, que es muy provechosa; el cerebro es grande (con una capacidad de 1400 cc, o sea, centímetros cúbicos) en relación con el tamaño del cuerpo, lo que hace que sean del suborden de los Antropoideos y pertenezcan a la familia de los Homínidos, que es una palabra muy bonita, no se puede negar... Pero, ¿de qué me sirve todo esto que estoy diciendo si fuese una mariposa? Mucho o sea, mucho o sea, pero no me sirve de nada ¿Seré una mariposa? ¡Qué confusión! Chuang Tzu tenía sus dudas. Vale, se dijo, pensemos que soy una mariposa, pero: ¿Lepidoptera, Ditrysia, Attacus o Microlepidoptera? Ante semejante pregunta se angustió un poco, aunque estaba decidido a no parar hasta saber, por lo menos, la especie. Vamos a ver, se dijo, no soy ni del género Attacus, ni del Microlepidoptera, porque son mariposas nocturnas, y yo no soy mariposa nocturna porque suelen ser más feas que las diurnas, y como ya he dicho antes, si soy una mariposa, esta ha de ser bella y grácil, porque fea y barrigona no quiero ser. Así que, en su defecto, sonrió Chuang Tzu, soy una Lepidoptera o una Ditrysia. Aunque, dudó, no me importaría ser una Esfinge de Darwin, o sea, una Xathopan morganii, que siendo nocturnas, son grandes y tienen una probóscide de hasta 30 ó 35 centímetros para poder llegar a los órganos nectaríferos de la orquídea, que es la única flor de la que se alimentan. No me importaría en absoluto tener una probóscide así de larga, la verdad. Pero, siguió pensando Chuang Tzu, creo que estas mariposas sólo viven en Madagascar y me parece que estoy muy lejos de allí, aunque vete a saber, porque ni siquiera sé quien soy, pero bueno. Además, continuó, por mucho que me gusten las orquídeas, estas mariposas tienen un cuerpo muy grueso, y yo tengo que ser grácil, ligera y liviana. Además, seguro que mis alas están unidas sobre mi dorso ahora que descanso, y eso es propio de las mariposas diurnas y no de las nocturnas, que mantienen las alas separadas, abiertas a todo, que son unas putas, seguía elucubrando Chuang Tzu. Es más, se dijo, las antenas de las mariposas nocturnas son plumosas y yo creo que mis antenas, si las tuviese, serían lisas, porque plumosas es una palabra que vete tú a saber. Y los colores de sus alas suelen ser pardos, que es un color absurdo y no me gusta nada. Yo debo de tener colores vivos y brillantes, porque creo que me gusta hacerme notar, afirmaba Chuang Tzu, porque para mí no es nada malo hacerse notar, siempre que se haga con respeto hacia los demás, pienso yo, vamos... Si fuera hombre, sería más difícil hacerme notar porque todos son más o menos iguales, aunque claro, hay cada ser humano por ahí que déjalos correr... Porque, ahora que lo pienso, no estaría tan mal ser un hombre. No, nada mal... Sería bípedo, por ejemplo. Y creo que no está mal ser un bípedo. Es distinguido y las mariposas no son bípedas, entre otras cosas porque no tienen pies, claro. Y ya que estoy en materia, la bipedestación consigue otras manifestaciones mecánicas muy importantes y necesarias para un ser humano como una pelvis ancha, una rodilla articulada, el hueso del talón alargado y un dedo pulgar largo y alineado con los demás dedos del pie para no perder el equilibrio, que es muy importante, hoy por hoy, eso de no perder el equilibrio, pensó Chuang Tzu con segundas... Ahora que caigo, siguió, eso de ser un perfecto bípedo conlleva la liberación de las manos, capaces de manipular los más diversos objetos de forma muy precisa. Es más, lo de manipular me gusta, porque tiene un no sé qué de no sé qué que no sé qué... Otra cosa muy importante es que si fuese un hombre y, por consiguiente, bípedo, podría hablar. Esto no es ninguna tontería, porque lo que muy poca gente sabe es que los humanos hablan gracias a que son bípedos, pues sus cuerdas vocales están ubicadas de manera adecuada para crear sonidos, aparte de que el cerebro controla el movimiento de los labios y de la lengua, que es un requisito indispensable para hablar... ¿Cómo no se me ha ocurrido antes?, se preguntó, de pronto, Chuang Tzu. Si hablo seré un hombre y, si no, seré una mariposa. A ver...

-...

Nada, pensó. Volvió a intentarlo.

-...

Pues no oigo nada, se dijo Chuang Tzu. ¿Seré una mariposa? Volvió a probar.

-...

Nada de nada. No, si lo que yo digo, pensó, ahora resultará que soy una mariposa y ya me estaba acostumbrando a pensar que era un hombre... ¡Una cosa, no tan rápido! Puede ser que sea mudo, o sordomudo, o sordo sólo. Eso lo explicaría todo. Pudiera ser, nunca se sabe... Bueno, mientras no sea negroide o mongoloide, ya está bien. ¿Quién me dice a mí que no soy un caucásico sordomudo? Tiene su qué, no se puede negar... Aunque... Aunque... ¡Quizás sea una mariposa limonera!, se le ocurrió, de pronto. La Gonepteryx rhamni es muy distinguida y, además, europea. Y ser europeo en estos días que corren creo que está muy bien. Soy una mariposa culta, eso es. Europea y culta, que es muy chic... Aunque también podría ser una Papilio machaon, o sea, una cola de golondrina, que también es europea. No sé, dudaba Chuang Tzu... No. ¡Ya está!, respingó. Lo que soy es una Danaus plexippus. Eso es. Soy una mariposa monarca, que es muy viajera y peregrina. En invierno va de Canadá hasta el mismo centro de México, pasando por EE.UU., e incluso, vuelan sobre el mar desafiando vientos como los alisios. Son muy emprendedoras y, aunque no sean europeas, ven muchas cosas por todo el tiempo que pasan volando. De Canadá a México hay muchas cosas para ver, pensó Chuang Tzu y, por consiguiente, no deben ser tan tontas. Los viajes instruyen mucho, pensó. Y a mí me gusta viajar, eso sí que lo sé. Es mucho mejor ser una monarca americana que una limonera europea, que por muy del viejo continente que sea, no sale de un campo de limones, y eso no es vida, la verdad... ¿Y si fuera una Ithomoiina? Es una mariposa muy respetada, pensó Chuang Tzu. Nadie se la come. No hay depredador que se atreva a comérsela por el mal sabor que tiene. Es repugnante. Podría ser, sí, aunque quizás sería mejor que fuese una Dismorphina, una Danaida o una Castniida, que imitan el color de la Ithomoiina para que no se las coman, pero no son repugnantes como ella, y, puestos a elegir, preferiría ser una de estas tres, pues parecen inteligentes y, si me comen, por lo menos que no sea repugnante. Ay, no sé, no sé... Si soy tóxica, tendré marcas amarillas, naranjas o rojas sobre fondo negro para advertir a quien quiera comerme. O sea, seré una mariposa de mimetismo batesiano. Yo creo que es bastante distinguido y considerado por mi parte... Ay, pero no sé si quiero ser una mariposa tóxica. Quizás fuese mejor ser una mariposa de mimetismo mülleriano, de esas que vuelan todas juntas de aquí para allá, todas arrebujadas, como locas; aunque no sé, creo que también son tóxicas, si no me equivoco. ¡Qué complicado!, se quejó, ¿seré una mariposa tóxica?, respingó Chuang Tzu... ¡¿Qué soy, qué soy!?, gritó en su interior. ¿Un hombre, una mariposa, un escarabajo pelotero...? Un momento, se dijo, un escarabajo pelotero, no. Eso ni pensarlo. Si, como ya he dicho antes, en el caso de que fuera una mariposa, mi probóscide sería incapaz de tocar una boñiga, pues eso, es harto improbable que pueda ser un escarabajo pelotero, que sólo se dedican a remover excrementos de aquí para allá. Casi prefiero ser un hombre negroide, fíjate tú, que creo que dicen que tienen otro tipo de probóscide, pero no sé, no quiero meterme en asuntos de esos, que después ya se sabe. Que con su pan se la coman... Y así siguió Chuang Tzu pensando y elucubrando durante largo tiempo, hasta que un día, aun sin haber llegado a saber lo que era, sintió un fuerte dolor en el pecho que lo hizo despertar, si es que realmente estaba dormido. Pero no le sirvió de nada, pues antes de morir le quedó la duda de si aquel dolor que le sobrevino era el de un infarto de miocardio o el de un alfiler perforando su frágil cuerpo de insecto, para permanecer disecado en un panel de algún codicioso entomólogo.

EL LADO ANIMAL O EL SECRETO DE LOS NIÑOS NARANJA


Debo contar esta historia para provecho de posibles incautos. La ingenuidad es peligrosa en un adulto, no así en un niño. Los niños, ya se sabe… Llevo años reptando entre las hojas secas de este bosque interminable por culpa de mi candidez. No sé si llegará el día en que deje de pensar… Hoy mismo miro con recelo los retazos del cielo plomizo que distingo entre las altas copas de los árboles. Un cielo como el de aquella tarde en la que todo sucedió, sutilmente, como si mi destino o mi suerte hubiesen sido arrastradas por el hambre y la ferocidad de un sumidero estratégicamente situado al lado de mi bondad. Déjenme recordar…

Aquella tarde la habitación estaba tranquila y en silencio. Quizás no había tanta luz como acostumbraba normalmente a aquella hora, aunque yo seguía leyendo sin problema un libro sobre la vida de un aventurero en la lejana China, cuyo título ahora no recuerdo. Oía truenos lejanos, cada vez más fuertes. Siempre pensé que mi vida cambiaría en un día de tormenta, pero no podía imaginar lo que estaba a punto de sucederme. Me acerqué a la ventana abierta y pude ver cómo se aproximaba la tempestad sin remedio. Y allí estaba: por el sendero, entre los árboles del bosque, creí ver cómo se arrastraba un niño dejando tras de sí una estela naranja. Pensé en las historias fantásticas que había oído cientos de veces acerca de los niños naranja y que, por supuesto, nunca había creído…

Estuve largo tiempo escrutando entre la frondosidad, observando cómo lo inerte tomaba vida gracias al viento y a la lluvia, intentando descubrir si era cierto o no lo que en un primer momento creí ver... Pero no volví a ver otra vez al niño naranja hasta que lo tuve delante de mí, bajo la ventana, iluminado por la luz de un gran relámpago. Sobrecogido, la cerré.

Tras el cristal observé al niño, que estaba tirado en el barro, como una alimaña: miraba al cielo y lloraba desconsolado. Era como si no entendiera nada o estuviera asustado. Nunca imaginé que hubiera tanta soledad en la vida de alguien y menos en la de un niño... Nervioso, corrí las cortinas y la tormenta empezó a descargar con fuerza inusitada.

Siempre había rechazado la idea de la existencia de los niños naranjas. Por eso, retomé el libro del aventurero y desestimé la idea de dejar pasar a aquel niño lloroso e invitarlo a una taza de té. No aceptaba tal cosa. Me negaba inútilmente a creer lo que mis propios ojos acababan de ver.

Al poco tiempo quedé dormido con la conciencia no del todo tranquila, nervioso: seguro que el niño esperaba agazapado bajo la ventana a que lo invitara a entrar. Mientras, la tormenta lloraba con fuerza.

Desperté cuando el estruendo de los truenos cesó y un silencio extraño se apoderó de la sala en la que estaba: todo el mundo sabe que cuando oímos el silencio es porque el orden natural de las cosas ha cambiado, se ha alterado. Supe con certeza que tras las cortinas se escondía el niño naranja, pero no hice caso, no quise hacer caso. Y, menos aún, quise pensar cómo podía haber entrado… Me dedique a no quitar la vista de las cortinas durante largo tiempo… Pasaban los segundos, los minutos, y nada. A veces, de tanto tener la vista fija en ellas, me parecía ver un movimiento, un ligero roce fantasmal; incluso, me pareció oír una risa infantil. Pero pasaba el tiempo, y nada. Pensé que quizás no había nadie tras las cortinas, por mucho que yo presintiera lo contrario. Decidí que sólo tenía que esperar a que la curiosidad de un niño hiciera su trabajo, si es que realmente estaba allí. Por eso, no descorrí las cortinas, simplemente esperé…

Fue mucho después, a media noche, cuando una pequeña mano anaranjada salió de detrás de las cortinas y tanteó en la oscuridad. ¿Qué maldades podrían ocurrírsele en la solitaria oscuridad, donde la inconsciencia más remota se despierta para enturbiar las buenas razones del alma? El niño se atrevió a salir y comenzó a reptar por el suelo hasta toparse conmigo, con uno de mis zapatos… Hubo unos segundos tensos. Entonces, el niño empezó a reír y pensé en mí cuando era pequeño. Decidí no decir nada, aunque ahora no sé si fui yo el que tomó la decisión de no hablar o fue él el que me nubló la mente, los gestos, mi vida… La visión de aquel niño de color extraño tirado en el suelo, como si fuera un reptil, hizo que mi piel se erizara y que un escalofrío recorriera toda mi espalda. El niño naranja paró en seco su risa y comenzó a hablar sin mirarme, con la cabeza gacha, mirando el suelo, y con una voz muy familiar, que ahora sé que era la mía, la misma voz infantil de mi niñez:

-Los niños naranja solemos reír bastante, muy a menudo, ¿sabes? Aunque antes me viste llorar bajo la ventana. Cerraste la ventana, lo sé. Me dejaste fuera, bajo la lluvia, en el barro. Sí… No quisiste invitarme a una taza de té. Por eso lloraba. Estaba muy triste… Bueno, no te preocupes. Shhh… No hace falta que digas nada. Silencio… Es hora de que te mire a la cara… Ya veo lo que seré. Coge mi mano. Tómala y huéleme… Yo sé lo que quieres perfectamente. Necesitas ayuda. Soy tu niño naranja y te ayudaré. Sé que tienes miedo, que no crees lo que estás viendo, pero tienes que tener fe. La misma que yo tengo en ti. Mmm, mmm…Eres lo que yo seré, por eso me permito hablarte así, no creas que soy arrogante. Silencio. No digas nada. Lo sé todo. Sé de tu vida, de tus miedos y, lo hecho, hecho está. Seré lo que tú quieras, no hay más remedio. Pero aún no es tarde, nunca lo es para cambiar las cosas. ¿Ya no te acuerdas de mí? He esperado mucho. Mira, ya no llueve. No, ya no… Nunca es sencillo volver a empezar, lo sé, pero el tiempo no pierde su valor y me da la razón. Oye mi voz, que fue la tuya. Tu voz la tienes en mí. Ahora estoy aquí, contigo. Mmm, mmm… ¿Te acuerdas? Cuando eras pequeño te gustaba cantar. Sí. Permite que me levante, he estado años y años reptando y me duele tanto la espalda, ha sido tan duro reptar por el bosque… Mira mi piel. Huéleme. Estoy aquí contigo, ya no llueve, no me tengas miedo. Siempre he estado a tu lado desde que me dejaste atrás, ¿sabes? He sido testigo de tu vida, de tus noches. El alma partida en dos. Huéleme. Mírame. Mira lo que fuiste. Silencio. No, no digas nada. Ya ha empezado todo, ¿sabes? Debes aprender de tus errores. No tengas miedo. Dame lo que te doy, que fue tuyo… No quiero ahogarme en la tristeza de lo que seré, no podría crecer con ese dolor. Soy un niño, ya ves. No, no quiero llorar. Otra vez, no. Mmm, mmm… Aquella canción que cantabas de pequeño y que ahora canto yo. Escucha. ¿Ves?, ya no llueve. La tormenta cesó. ¿Qué pasa? ¿Qué tienes? Ya… Shhh… Debes comprender que sin ti no soy yo, y que compartir no quiere decir dejar de sufrir. Ser la mitad no basta, recuérdalo. Te perdono y tú me perdonarás. Huéleme. Es el principio, no el final. La esperanza… Róbame lo que más me duele, lo que más quiero. Dame lo tuyo. Recupéralo. Es tuyo, es nuestro. Un espejo no te da la verdad, tú lo sabes. Mi ausencia nunca fue verdadera. Escucha. Siempre quedó algo, como aquella canción… Mmm, mmm… La canción. Subido en aquel taburete… ¿Te acuerdas? Sí, ya sé que el tiempo no se para a recordar, pero no es sencillo olvidar, tienes que acordarte. Shhh, silencio, no digas nada. Espera, espera. Huéleme. Aquí, aquí, en mi mano, que fue la tuya. Un momento… Espera, tengo que reír. Los niños naranjas necesitamos reír muy a menudo, ya te lo he dicho antes. Ahora es un buen momento. Lo necesito. Tengo que reír. Después tomaremos una taza de té. Los dos. Frente a frente. Espera, shhh, no digas nada, silencio… No digas palabras que luego yo no quiera decir… Shhh, espera, voy a reír… Tengo que reír… He llorado tanto en los últimos años…

El niño naranja se arrastraba por el suelo y reía a carcajadas. Un color naranja, muy vivo, llenó toda la habitación. Mientras, yo lo observaba hechizado, sin saber qué hacer, con miedo, con pena, cautivado. De pronto, se levantó y prosiguió su discurso:

-Es muy tarde. Queda poco para que amanezca. Mejor no tomamos té… Me hubiera gustado tanto tomar el té contigo… Mírame. Mira mi piel. No hay nada que puedas hacer… Ya lo sabes: la única y verdadera mala suerte es nacer, vivir, el impulso que tenemos hacia las peores cosas. Por eso no tomaremos té, al menos hoy. Mmm, mmm… En realidad somos unos malditos. Hemos estado separados tanto tiempo… Cuando se vuelve a ver a alguien después de muchos años, habría que sentarse, uno frente al otro, y no decir nada durante horas para que comprendiéramos la consternación de cada uno. Yo te comprendo, compréndeme tú a mí. Yo he estado muchas veces frente a ti, pero no has querido verme. Mi aflicción ha sido infinita. No creas que no he querido ayudarte. He llorado tanto por ti. Me abandonaste, aún siendo lo mismo en tiempos diferentes. Tomamos caminos diferentes. Por eso, la conversión tiene que empezar… Tu infancia perdida… ¿Qué esperas para entregarte? Dame tu existencia transfigurada por el fracaso. Dame tu amargura. Toma mi estela naranja, síguela. Mudémonos. Acércate un poco más. Ven, coge mi mano. Shhh… Silencio. No sueltes mi mano. Mmm, mmm… Poco a poco te irás convirtiendo en un niño naranja, no cabe duda. Lo necesitamos los dos. Ven… Ven a la ventana. Yo la abriré. Primero descorreré las cortinas. ¿Ves? Mira, ya ha amanecido. Un día más, aunque diferente para nosotros dos. Espera… Ahora abro la ventana. Asómate. Shhh… Silencio. Huéleme. Así. No llores. Tienes que reír, como yo he reído durantes tantos años. Sube. Sube aquí. Yo te ayudo, no sueltes mi mano. Mira el bosque. Obsérvalo… Es inmenso. Es tan grande… Ve hacia él, no tengas miedo… Es tu gran oportunidad, aprovéchala… Ve, arrástrate… Vuelve cuando creas que estás preparado. Yo te esperaré cantando nuestra canción. Mmm, mmm… Corre, ve…

Salté desde la ventana hasta el suelo con la habilidad de un felino y comencé a reptar hacia el bosque. Después de recorrer unos cuantos metros miré hacia la ventana. El niño naranja la había cerrado y me miraba llorando. Yo le sonreí y él corrió las cortinas. Serpenteé hacia el amparo de los árboles decidido a encontrar la inocencia de mi niñez…

Ahora siento como si mi conciencia se hubiera vuelto del revés. Mientras vivía fuera de lo terrible, hallaba palabras para expresarlo, pero ahora que estoy dentro del horror y lo conozco por dentro, ya no encuentro ninguna. ¿Dónde están mis sensaciones? ¿Se han desvanecido en mí? Lo único que sé es que fui engañado, igual que los otros niños naranjas que me encuentro reptando por todo el bosque. Hemos sido engañados por nuestra propia codicia infantil que creíamos enterrada y que nos ha devuelto la cruel voracidad del pasado, cuando éramos niños.

A veces repto por el sendero que conduce a mi antigua casa e intento entrar en ella, pero las ventanas siempre están cerradas y el antiguo niño naranja que me sedujo aquella noche en la que todo cambió me mira con compasión y corre las cortinas para no verme. Su piel ya no es anaranjada y su cuerpo tampoco es el de un niño desamparado: es más yo, o sea, más como era yo, porque cada vez que mi cara se refleja en los arroyos de este monstruoso bosque veo la cara de él, de lo que fue él… Soy más niño, más infantil, más cruel… Soy un niño naranja en toda regla...

No sé si es que no estoy preparado para reconquistar lo que fui; no sé si poco a poco dejaré de pensar e iré quedándome sólo con mi lado animal.

EL SEÑOR MORELLI


Supongamos, por ejemplo, que me hubieran llamado aquel día de abril, hace tantos años ya. Yo hubiera dejado de barrer la hojarasca repartida entre las tumbas y hubiese ido ipso facto a París, donde hubiera conocido, quizás, a un tal Morelli.
Morelli sería un hombre enjuto y pusilánime, al que en su casa, según él, nadie lo veía ni le decía nada de nada; cosa que cada vez le extrañaba y molestaba más. ¿Qué es eso de que su familia no se diera cuenta de que existía? Al principio, me contaría él mismo, pensaba que podía pasarlo por alto, ya que suponía que era algo sin importancia, pero el tiempo pasaba y la situación no variaba lo más mínimo; más bien al contrario, me diría, créame que soy como un fantasma en mi propia casa. Yo le tranquilizaría diciéndole que no se preocupara, que seguramente era algo parecido a un enfado o algún malentendido por parte de su mujer y de sus hijos, y que pronto acabaría lo que yo pensaba que no tenía pies ni cabeza. No sea ingenuo, me reprocharía el señor Morelli, sepa usted que hacen su vida sin mí con total normalidad. No existo para ellos. Ayúdeme, por favor, acabaría rogándome.
Yo no hubiera sabido cómo ayudarle y hubiese intentado desaparecer de su vida igual que él desapareció de la de su familia. Pero un día llegaría a mis manos una carta remitida por el señor Morelli en la que me escribiría algo más o menos así: ...déjeme pensar que esta carta que tiene entre sus manos le ha llegado desde las columnas que sostienen mi esperanza para entrelazarse en su gran corazón. No le exijo, le suplico que venga usted a verme a la dirección indicada...
Yo dejaría pasar varios días antes de visitar al señor Morelli. Incluso, uno de esos días hubiera sido probable que mantuviera en la calle una conversación de lo más absurda y que transcribo de la única manera que creo posible para su comprensión. La conversación hubiera sido así: perdone usted pero veo que está fumando me diría un hombre desconocido en mitad de la Rue Rivoli sí algún problema le contestaría yo no es sólo una observación me diría el hombre pues muy bien le diría yo dándole la espalda intentando huir me pregunto si usted es de los que dan cigarrillos me diría el hombre cogiéndome del brazo para retenerme no tiene más que pedirlo le diría conciliador no me gusta pedir me diría el hombre pero quiere o no quiere le preguntaría yo bastante desconcertado depende me diría el extraño y de qué depende le preguntaría yo de si me lo da o no me diría el hombre pero yo no sé si usted quiere un cigarrillo o no le diría yo sí que quiero me diría el hombre pues tome le ofrecería yo un cigarrillo no no gracias me diría el hombre dando un paso atrás y encogiendo la mano pero si me ha dicho que quería uno le diría yo acercando el cigarrillo hacia él ya pero es que no se lo he pedido me diría el hombre moviendo la cabeza negativamente perdone pero me parece usted un estúpido le diría yo eso es nuevo para mí siempre han dicho que estoy loco me diría el hombre y se iría Tivoli abajo dejándome con la palabra en la boca y el cigarrillo en la mano.
Un día iría a casa del señor Morelli. La señora Morelli me ofrecería té y lo tomaría conmigo, como si su marido no existiera ni estuviera delante de nosotros. Yo intentaría incluir en nuestra conversación, sin éxito, al señor Morelli, quien a medida que pasaba la tarde languidecería sobre el sillón en el que estaría sentado frente a su esposa. Ella no pararía de hablar animadamente sobre las cosas más banales sin hacerle el más mínimo caso a su marido y desviando la conversación cuando yo señalara o nombrara al señor Morelli. No habría rastro de los hijos en la casa. La señora Morelli me diría que estaban fuera, de viaje, por varias semanas, mientras que el señor Morelli negaría con la cabeza. Yo lo creería a él debido al ruido de pasos que yo oiría en esos momentos en las habitaciones superiores. Llegaría la noche y la señora Morelli me acompañaría a la puerta para despedirse de mí y rogarme que volviera pronto, ya que no le gustaba pasarse tanto tiempo sola en casa. Me aburro tanto, me diría, y las horas son tan largas en esta casa tan grande... No sabe usted lo sola que me siento; es terrible estar sola, sin nadie. Antes de salir pretendería un último intento y le preguntaría a la señora Morelli cómo podía estar tan sola estando en casa con su marido. Ella me empujaría suavemente hacia afuera y me despediría no sin antes prometerle que volvería pronto. Vuelva cuando quiera, me diría y cerraría la puerta no de un portazo, pero sí enérgicamente. Yo llegaría a ver el rostro del señor Morelli justo antes de que la puerta se cerrara.
Pero todo esto que he contado son suposiciones. Aquel día de abril no me llamó nadie y seguí barriendo la hojarasca de las tumbas. Aunque hoy he sentido la necesidad de escribir esto por si el señor Morelli existe; porque se lo debo, por si en realidad alguien me hubiese llamado aquel día y mi vida no ha sido como yo he creído durante todos estos años.

EL DEDO EN LA SIEN


Bien es sabido que la gota que colma el vaso ha sido y siempre será la culpable de que muchas veces perdamos el temple que a alguno de nosotros, gente amable y tranquila, nos caracteriza. Estamos al límite, a punto de perder los estribos, y viene la gota, la que llena, atiborra, harta, satisface, satura y, en definitiva, colma el vaso. Vaso con “v”, no con "b", no vayan a creer que me baso (asiento, establezco, afirmo), en esta palabra por el simple hecho de elegirla para crear confusión, no es esa mi intención, ni mucho menos. Quiero dejar las cosas claras. Pero no es de la gota de lo que en un principio quería hablarles, aunque lo haya creído oportuno y así lo he constatado, como lo han podido comprobar, si es que me están leyendo o, en todo caso, oyendo atentamente a alguien que por su boca salen estas palabras que ahora escribo. De lo que quería hablarles era del gesto que consiste en ponerse el dedo índice en la sien y moverlo como quien atornilla y desatornilla (enrosca y desenrosca), ustedes ya me entienden… El que está ido (palabra mucho más bonita y poética que loco o chiflado) es un incomprendido. Eso no está bien. Hay que tratar de comprenderlos y para eso sólo hay dos maneras: ser psiquiatra o tener sentido del humor. No crean que esto sea una salida, sino una llegada, un buen camino; no siempre una meta, por desgracia. Un ejemplo:

(Perdón, que no son dos puntos y aparte, pero permítanme seguir aquí, en esta misma línea que sigue, ya que he llegado hasta aquí:) Como decía, un ejemplo: supongamos que viene usted (sí, usted mismo) y me dice que es marco polo no le digo sí que es me dice y cómo lo sabe le digo por ese paquete que lleva en la mano me dice no veo la relación le digo yo sí me dice a ver le digo marco polo importó los fideos me dice y entonces qué le digo usted lleva un paquete de fideos me dice pero esto no es un paquete de fideos sino de azúcar le digo usted está loco me dice el loco es usted le digo no señor es usted el que está loco si no sabe que es marco polo me dice.

El ejemplo que acaban de leer es de lo más clarificador. Si no lo han entendido, vuélvanlo a leer o, ahora (sí, en este mismo momento) que me doy cuenta, considero mucho mejor que yo vuelva a escribirlo y no tengan que cambiar la vista de renglón, que siempre es muy molesto, aunque si lo han entendido (el ejemplo, me refiero) no es necesario que tornen (vuelvan) a leerlo y pasen a lo siguiente (que ahora, sí, en este momento, no sé lo que será). Un ejemplo: sí, el mismo (el de antes), idéntico (exactamente igual): supongamos que viene usted (sí, usted mismo) y me dice que es marco polo no le digo sí que es me dice y cómo lo sabe le digo por ese paquete que lleva en la mano me dice no veo la relación le digo yo sí me dice a ver le digo marco polo importó los fideos me dice y entonces qué le digo usted lleva un paquete de fideos me dice pero esto no es un paquete de fideos sino de azúcar le digo usted está loco me dice el loco es usted le digo no señor es usted el que está loco si no sabe que es marco polo me dice.

¿Lo han entendido ya? ¿No, les pregunto entre estos signos de interrogación? Es como las recaídas. Un hombre se enferma y, tras unos días engañosos de lenta recuperación, viene la recaída. Las recaídas son nefastas y, a veces, funestas (si es que no quieren decir lo mismo). Como ven, hay palabras que confunden. Funesto es lo mismo que aciago y aciago lo mismo que infausto e infausto lo mismo que fatídico y fatídico lo mismo que fatal y fatal lo mismo que adverso u ominoso pongamos por casos que casos hay para dar y tomar por eso yo los tomo y los utilizo y expongo para que ustedes me entiendan y perdonen que no ponga comas ni puntos ni puntos y comas pero no se quejen pues antes ya lo he hecho y no han dicho nada (yo no he oído nada) y ahora es tarde además de que pienso que así de esta manera podrán comprenderme mejor si es que todavía no lo han hecho y pudiera ser cierto que todavía no lo hayan hecho por eso yo sigo así como si tal cosa y ahora (en este mismo momento) voy a poner un punto (.) porque quiero y me apetece y ahora otro (.) y otro (.) y hasta dos (:) uno encima del otro y otros dos (..) uno al lado del otro pero no crean que voy a poner puntos suspensivos sino un punto y aparte después de dos puntos y sin paréntesis: .

y una coma (,) entre paréntesis

y hasta un corchete sin paréntesis [

Y ahora me acuerdo de la gota, la gota que colma el vaso, el vaso con uve (v), no con be (b), punto y aparte

Como ven, todo es proponérselo, ahora sí, puntos suspensivos…

Es como el color amarillo, que la envidia evoca, que envidiosos hay muchos y otra y no la que ustedes piensan es la amenaza amarilla. Para que me entiendan: si un pájaro vuela y vuela cada vez más alto, llegará el momento que el ave se perderá en el espacio y posiblemente nunca (jamás) volveremos a verlo como un pájaro terrestre (y ovíparo), sino como a un extraterrestre alado (con alas). O sea, un cubo no es cuadrado, sino que, por ejemplo, es redondo por envidia [pongamos por caso al cubo de la basura que todos tenemos en casa, no por envidia, sino por necesidad (la necesidad es muy mala)].

Para que me entiendan (no sé cuántas veces lo he dicho ya): lo absurdo no es que yo esté escribiendo todo esto, sino que lo estén leyendo o escuchando (en el caso de que alguien lo lea en voz alta para ustedes). Pero no soy tan malo ni perverso de no hablarles y explicarles lo que en un principio les prometí, o sea, sobre el gesto de ponerse el dedo índice en la sien y moverlo como quien atornilla y desatornilla. Me explico:

El gesto que consiste en ponerse el dedo índice en la sien y moverlo como quien atornilla y desatornilla es un gesto que consiste en ponerse el dedo índice en la sien y moverlo como quien atornilla y desatornilla.

DE AQUÍ A LIMA


Usted viene y me dice hola y yo me doy la vuelta sorprendido y le respondo hola sin reconocerlo por lo que usted me dice pero bueno no te acuerdas de mí y yo le digo claro claro que me acuerdo pero en realidad creo que no lo he visto en mi vida y entonces nos vamos a tomar yo un martini y usted ya no me acuerdo y pareciera que fuéramos amigos de toda la vida y pienso si realmente es verdad que nos conocemos de antes y yo esté equivocado quién sabe quizás de alguno de mis viajes o de alguna visita al dentista o del museo de Historia Natural e intento recordar pero no consigo ubicarle y me pongo nervioso no porque no lo reconozca sino por el engaño que sin proponérmelo estoy cometiendo y entonces entorno los ojos y hago como que lo escucho pero en realidad estoy pensando en que el verano está acabándose porque tras las ventanas veo la lluvia mojando a la gente que ha salido de casa sin paraguas y me pregunto cuánto tiempo estará lloviendo mientras asiento con la cabeza y usted me sigue hablando y de buenas a primeras me pregunta ¿no crees? y lo le digo que sí que lo creo que es verdad no hay duda alguna y usted me dice que sí que dónde va a parar y yo reitero que claro que dónde va a parar y entonces usted dice claro hombre de aquí a Lima y yo me desligo de la conversación y me pongo a pensar en lo que usted me acaba de decir y encuentro que de aquí a Lima hay muchas cosas siempre teniendo en cuenta el aquí pues no es lo mismo lo que hay desde aquí a Lima que desde Londres a Lima o desde Tokio a Lima o por poner otro ejemplo desde Toronto a Lima pero desestimo todos los demás y me centro en lo que hay desde aquí a Lima y hay muchas muchas cosas unas más importantes que otras como por ejemplo un hongo pisoteado un hombre que se afeita sin un solo corte en la piel una mujer que se altera porque se le ha quemado el bizcocho envenenado una piedra otra piedra un asesino una periodista que estudia el caso un niño a punto de ahogarse una niña calva el viento un charquito turbio en una pequeña calle llamada Banhofstrasse que como su propio nombre indica es casi seguro que se encuentre en Alemania un hilo que pasa por el ojo de una aguja un perro atropellado un oso un anciano en una biblioteca una nube un granito de pimienta en el suelo de una cocina que no es la mía yo yo mismo yo aquí aquí con usted que me habla y habla y más allá otra mesa con una madre y su hijo que no hablan ni se miran aquí en este barrio de esta ciudad de este país de este continente tan lejano al continente americano donde se encuentra Lima y tantas tantas cosas que resulta imposible decirlas todas y mientras usted me habla le miro y pienso que no le conozco pero no le digo nada y vuelvo a asentir con la cabeza mientras usted me sigue hablando y sin saber por qué miro por la ventana y veo un cochecito que me recuerda a un vasito de yogur porque además de que es pequeñito tiene el techo de plexiglás y es redondito como una burbujita con ruedas y en ese momento me acuerdo de la primera vez que conduje un coche y me parecía que yo no me movía sino que los árboles de la acera retrocedían y entonces me asusté mucho mucho y seguí mirando por el retrovisor cómo los árboles se iban haciendo cada vez más pequeños y aparecían otros más grandes que a medida que se replegaban o al menos así me lo parecía a mí se hacían más y más pequeños hasta que absorto como estaba en las maravillas de la perspectiva atropellé a una rubia oxigenada con minifalda que según me dijeron después era muy muy guapa y madre de dos niños pequeños que juraron que cuando fueran mayores vengarían su muerte y vendrían por mí para matarme y yo me asusté mucho quizás demasiado y cambié de ciudad y de coche y de humor y sólo Dios supo que lo hice sin querer y es más ya que cumplida esta etapa tan amarga como necesaria mi vida cambió todo lo que una vida puede cambiar y me compre un pajarito mandón al que le gustaban los trocitos de manzana y se hacía el muertito cuando le faltaba agua hasta que lo mandé a Ginebra a casa de mi padre porque había llegado a mis oídos que a mi padre le dio por jugar con pistolas pulverizadoras y pensé que así el pajarito mandón tendría su agua y yo podría comerme las manzanas enteritas sin tener que darle ni una pizca y lo mejor de todo es que me di cuenta que podía vivir sin el pajarito mandón y me interesé por la política y la mendicidad hasta que me dieron por desaparecido según investigaciones periodísticas e incluso un día mi padre durante uno de sus exóticos viajes reconoció a un limosnero en plena Calcuta al que le faltaban las dos manos pero el pajarito mandón le dijo que no era yo y que no estaba dispuesto a perder más tiempo observando al hombre de los muñones porque le parecía obsceno seguir mirando cómo se le caían las monedas puesto que ni siquiera podía agarrarlas y que prefería saber cuáles eran los grandes momentos del siglo XX antes que seguir discutiendo si era o no era yo y mi padre obedeció al pajarito mandón y ya no supe más de él y lo más curioso no es eso sino que tuve que aguantarme y ahora que lo miro a usted estoy seguro que no lo he visto en mi vida y me pregunto si realmente ha acabado el verano porque no deja de llover y los días son más cortos pero más cortos son los telegramas donde por ejemplo podemos leer P. ha muerto ven pronto y pienso en la cantidad de cosas que hay de aquí a Lima mientras usted habla que te habla y yo sigo pensando pensando y pensando hasta que de pronto usted me dice que qué gusto haberse encontrado conmigo y yo le respondo que sí que qué gusto y usted me dice que tiene que marcharse porque se le ha hecho tarde y yo le digo adiós adiós y usted me dice adiós hasta otra y yo sigo pensando que no lo conozco y que no ha parado de hablar durante toda la tarde y no quiero volver a encontrármelo en toda mi vida lo conozca o no pues anda que no hay personas más agradables que usted y que hablen menos dónde va a parar de aquí a Lima.