CRÓNICAS IRRESOLUTAS (y XVI)


TRASIEGO

Irresoluta se deslizaba por el sendero que conducía al páramo en donde siempre había vivido y donde esperaba encontrar a Libidinoso. Estaba contenta y no le importaba que la pudieran encerrar, pues que sea una asesina, no quiere decir que no tengo mi corazoncito, ¿verdad, mamá?, miraba al cielo. A partir de ahora, todo va a ser distinto en la vida de Irresoluta, que no puede ser tanta desgracia, que en alguna estadística tengo que encajar, por el amor de Dios. Y dejaré de ser atea, lo prometo. Por favor: que todo me salga bien, seguía arrastrándose hacia el páramo. Estaba cansada después de estar dos días enteros deslizándose, pero más cansada estoy de ser virgen, que a quien se lo cuente, no se lo cree. Si lo que yo digo… Si lo que ella dice: siempre hay un roto para un cosido. ¿O es un roto para un descosido? Yo ya no sé, no sé, lo único que sabe es que está contenta… ¡Qué contenta estoy! Ya le falta poco para llegar, y una rana atrevida la saluda sobre un nenúfar. Hola, le dice. Hola, le responde. ¿Cómo estás? Yo, muy bien, ¿y tú? Yo, también. E Irresoluta desenrolla su larga lengua hacia la impertinente sapilla y la engulle en un abrir y cerrar de ojos; que buena que está, es verdad que está muy bien, no mintió, no me ha mentido, no como mi ex amiga Dilema, que se ha pasado toda su vida mintiendo, sólo para hacer mal, para su bien y nada más. Irresoluta no quiere ni pensar en Dilema, porque se le hace mala sangre, y no quiere, que a partir de ahora, sólo va a pensar en cosas agradables, que ya está bien, se dice… ¿Cómo haría para encontrar a Libidinoso antes de que la encontraran a ella? Debía tener mucho cuidado, que de lo contrario me veo en la cárcel más sola que la una.

¿Hay alguien por ahí?, fue lo que preguntó, asustada, cuando vio cómo se movían unas mimosas cercanas. No vio a nadie, pero tenía que tomar precauciones. Siguió arrastrándose hasta que sintió un ruido detrás suyo; ¿hola?, preguntó, expectante. Hola, salió avergonzada de detrás de unas grandes adormideras su amiga Dilema, ¿qué tal?, sonrió, mientras aprovechaba y atrapaba un escarabajo que salía huyendo. La había estado siguiendo todo el camino, escondiéndose tras los arbustos, porque, ¿qué iba a hacer ella sola en la ciudad? Ahora mismo te vas por donde has venido, le dijo Irresoluta, que no quiero verte nunca más, ¿para qué vienes, para quitarme a Libidinoso? No se lo iba a permitir, que ya no era la misma de antes. ¿Qué cómo se me ocurre?, le preguntó Dilema. Porque te conozco, Dilema, te conozco, que Irresoluta no es tonta. Pero en aquel momento, Dilema se desliza rápida y adelanta a su amiga, y le dice que ella se va al páramo, que no tiene nada que perder, porque ella no ha matado a nadie, y que la recibirán como a una heroína, que es lo que soy, Irresoluta, porque yo te he ayudado mucho, y soy buena, que la mala eres tú, la asesina, que yo no he hecho nada, sólo ayudarte, porque tengo buen corazón, y…

… Y cuando Irresoluta llegó al páramo, toda la comunidad de jiracoleones estaba allí, esperándola. La miraban raro, o al menos, fue lo que pensó ella, que los ojos con qué me miran, me dan miedo, se preocupó. Y Dilema, desenrolló su cola apuntándola, diciendo: ahí la tenéis...

Y la tenemos en la cueva-cárcel del páramo, esperando que su amado Libidinoso venga a rescatarla para huir, otra vez, hacia un futuro incierto, porque me quiere, se dice, me quiere más que a su vida, piensa, mientras que justo en ese momento, Dilema y Libidinoso están en los dominios de Irresoluta, acoplándose sobre su roca preferida.

(FIN)

CRÓNICAS IRRESOLUTAS (XV)


RECIPROCIDAD

“…

-Anoche acabé de construir la jaula para Teodoro –comentaba Julia a su amiga mientras se sentaban en una de las mesitas del bar al que eran asiduas-. Un café descafeinado de máquina con sacarina –pidió al camarero, que se acercó nada más verlas.

-Una cerveza –pidió, Juana-. ¿Ah, sí? –respondió, sin mucho interés.

-¿Una cerveza a estas horas? No sé cómo puedes –le recriminó-. Bueno, pues eso, ya está terminada… Dentro de la jaula puse una foto con un paisaje –sonrió Julia, volviendo al tema, mientras abría el bolso.

-¿Una foto? –se sorprendió su amiga.

-Sí, algo así como un cuadro de… ¿cómo se llama? –dudó, cerrando los ojos- ¡Ah, sí, de Magritte, de René Magritte –se acordó, mientras se pasaba las manos alrededor de la cabeza, y moviendo los dedos, como si eso ayudara a entender cómo era la fotografía-. Con unas nubes y unos sombreros así como de tipo hongo, ¿sabes? –sacó un paquete de Marlboro y encendió un cigarrillo-. ¿Quieres? –le ofreció uno a su amiga.

-Estás loca, Julia –sonrió, aceptando el cigarrillo.

-Lo hice con la mejor intención, para alegrarlo un poco –apagó el cigarrillo.

-Supongo –se extrañó Juana, al ver que su amiga no consumía el cigarrillo como siempre y lo apagaba después de haberle dado tan solo un par de caladas.

-Aunque, claro, a lo mejor quien se vuelve loco es Teodoro. Imagínate estar viendo un cuadro de Magritte toda tu vida… -dijo, mientras apoyaba las manos abiertas sobre la mesa y se acomodaba en la silla con un ligero movimiento de caderas.

-Sí, más bien –consideró Juana y se reclinó en la silla para dejar más espacio libre al camarero que traía lo que habían pedido, y pudiera servirles-. Gracias –dijo, cuando terminó de hacerlo.

-… pero más vale eso que estar viendo sólo las varillas de una jaula, ¿no te parece? –siguió hablando, Julia-. ¿Es descafeinado de máquina, verdad? –preguntó al camarero, que afirmó con la cabeza y se fue.

-Hombre, pues no sé qué es peor, yo creo que le dará igual –contestó Juana, perdiendo el poco interés que en un principio podía tener, mientras daba un primer sorbo de cerveza helada.

-… y además, siempre puedo cambiarle la foto por otra… -siguió, Julia-. ¿No crees? –encendió otro cigarrillo.

-Julia… -le dijo, con la copa en la mano.

-… o ponerle un espejo o algo así –seguía hablando la amiga, como si no escuchara a Juana.

-Julia... –insistió, otra vez, con la copa de cerveza todavía en suspenso a la altura de los labios.

-¿Qué? –preguntó, contrariada.

-No me interesa tu iguana –dejó la copa sobre la mesa.

-Perdona, es que… -apagó el cigarrillo, nerviosa.

-¿Qué te pasa?

-¿A mí?

-Sí, a ti.

-¿Qué me va a pasar? –volvió a coger otro cigarrillo del paquete.

-¿Tres en cinco minutos, y quieres hacerme creer que no pasa nada y que no tienes nada que decirme? –preguntó Juana arrastrando el cenicero hacia su amiga.

-¿Ah, yo? –miró las colillas-. Tu también has fumado –intentó justificarse.

-Sólo uno y todavía no lo he apagado –le mostró el cigarrillo entre los dedos, moviendo la mano.

-No pasa nada, Juana, de verdad –mintió.

-Sé que me estás ocultando algo.

-¿Qué te voy a ocultar?

-Venga, que te conozco.

-Que no, tonta.

-Venga…

-¡Ay, cómo eres! ¿Qué quieres que te diga?

-La verdad.

Siempre hay un punto en el que ya no sabemos si mentimos o si la conclusión a la que hemos llegado es más verdadera que nosotros mismos. Creemos que nuestra información filosófica e histórica nos salva del realismo ingenuo. Para que me entiendan, llegamos a admitir que la realidad no es lo que parece; estamos siempre dispuestos a reconocer que los sentidos nos engañan y que la inteligencia nos fabrica una visión tolerable, aunque incompleta, del mundo que nos rodea. Que quede claro: muchas veces, por no decir siempre, un amigo, un verdadero amigo, para serlo, tiene que ser realista, honesto y despiadado. Por otro lado, no es fácil aceptar la realidad del monstruo amable que es nuestro amigo, puesto que en primer lugar no hay allí ningún monstruo, pues ¿cómo va a serlo la persona que nos cuenta la verdad, que nos la echa a la cara, mientras nos ofrece amablemente un cigarrillo para hacernos callar, quedándonos con un cosquilleo en el estómago por la incógnita de lo que nos pueda decir nuestro monstruo querido? Por supuesto, las palabras sirven para tapar agujeros, unos profundos, y otros no tanto. Lo malo es que, a veces, pesan demasiado e incluso muchas veces hemos deseado que no nos taparan esos agujeros por donde podíamos escapar ante cualquier angustia o pesar, pero admitamos que un verdadero amigo, un auténtico monstruo, sólo nos quiere ayudar… ¿Qué no haríamos o inventaríamos, sólo por ver a nuestros amigos contentos?...”

-Pues vaya rollo –le dijo Dilema a su amiga Irresoluta, cerrando de golpe el libro que estaba leyendo-. ¿Salimos a dar una vuelta?

-Estoy cansada.

-¿Cansada de qué, si estás todo el día tumbada encima de la roca?

-Cansada de ti.

-No sé para qué hemos venido a la ciudad, si no nos movemos del sitio.

-Sal tú sola.

-¿Yo sola? Me aburro si salgo sola. Tengo que tener a alguien con quien hablar.

-Pues haz lo que quieras y déjame en paz.

-¡Ay, hija, cómo te pones! Yo no sé qué es lo que voy a hacer contigo.

-No tienes que hacer nada, quédate tranquila.

-No, si tranquila estoy, pero una, que solo quiere ayudar… Por cierto, ¿tú crees que para ser una verdadera amiga se tiene que ser sincera, honesta, y despiadada?

-Qué pesada estás.

-Irre, lo único que quiero es animarte. Pero, claro, si te cierras en banda…

-Estoy de mal humor.

-Es que tú siempre estás de mal humor.

-Eso, no es verdad.

-Sí que lo es. Y no es bueno que siempre estés así. Te va a pasar la vida por delante de tus narices y ni siquiera te vas a enterar.

-Gracias a ti me estoy enterando.

-¿Qué quieres decir? No me vengas con acertijos, las cosas claras y el flujo espeso, que no me gusta que me hables de ese modo, que yo siempre te hablo bien para que no te ofendas, pero tú siempre que si esto, que si lo otro… Y yo me hago la tonta, y te dejo hacer. Por respeto, porque sé comportarme como es debido, porque soy buena, que si no…

-Dilema, cállate ya.

-¿Lo ves? Cuando ves que tengo razón, me haces callar. Y eso, no, Irresoluta, eso no. Todo lo que he hecho por ti sin pedir nada a cambio, todo lo que he sufrido y que he perdido por tu culpa: mi libertad, mi vida social, mi inocencia y mi dignidad, que por ti voy todos los días a robar al mercado, para que tú comas, para que estés bien alimentada; y mira cómo me lo agradeces, haciéndome callar. Y ya estoy harta. Harta de todo… ¿Me estás escuchando, o qué?

-Qué remedio, además, si vas a robar, es porque te gusta, que a ti, si se te deja hacer…

-Estúpida.

-Venga, no te enfades. Mira, si me recompones un poco la concha, salimos a pasear por ahí.

-¡Vale! Pero no sé si podré, porque tu concha está inservible después de que te despeñaras el otro día... Vaya barrigazo que te pegaste, hija mía.

-Sí, no me lo recuerdes.

-¿Dónde está la concha?

-En la bolsa.

-¿Y dónde está la bolsa?

-Detrás de la roca.

-¿Qué roca?

-Aquella.

-¿Esta?

-No, la de al lado.

-¿Esta?

-No, al otro lado.

-¡Ah, sí! Qué tonta, si yo misma la puse aquí. Lo que yo te diga, Irre, tengo tantas cosas en la cabeza que, a veces, la pierdo. Yo no sé, no sé…

-Mas bien parece que no quisieras repararme la concha.

-¿Qué te hace pensar eso?

-Te conozco.

-Pues me conoces mal.

-Ya.

-Venga, ponte.

-Así.

-Así, muy bien. No te muevas, que empiezo.

-Dilema…

-¿Ajá?

-Eres una buena amiga.

-Claro que sí. No sé qué harías sin mí.

-Eso es otra cosa, no me hagas hablar.

-Hace mucho que no me pegas.

-Desde que supe que te gustaba.

-Cómo eres…

-Dilema…

-¿Sí?

-¿Qué estabas leyendo antes, que decías que era un rollo?

-Una novela de un tal Antonio García. Un plomo. Yo no sé cómo pueden publicar una cosa así. Tanto flujo desaprovechado… Además, los nombres de las protagonistas eran muy raros: Julia y Juana. Vaya nombres, habiendo otros tan bonitos como Oscilación, Fluctuación o Perplejidad, que son mucho más normales, ¿no crees?

-Algo tendrá, ¿de qué iba?

-Trataba de la amistad. Por eso te preguntaba si tú creías que para ser una verdadera amiga se tenía que ser honesta, sincera, y despiadada.

-Ay, no sé. Honesta y sincera, sí, pero despiadada…

-Es lo que a mí me ha extrañado, pero es lo que pone en el libro.

-Pues vaya.

-Sí, vaya, no sé…

-¿Cómo va?

-Bien, no te muevas.

-Dilema…

-¿Qué?

-¿Tú siempre has sido sincera conmigo?

-Por supuesto.

-¿Nunca me has ocultado nada?

-Nunca.

-¿De verdad?

-Que sí, hija, que sí. Y deja de moverte de una vez.

-…

-…

-…

-Bueno, una vez…

-Ya me extrañaba a mí.

-…

-Ya que has empezado, termina.

-No sé si contarte.

-Si eres mi amiga, tienes que ser sincera.

-¿Y despiadada?

-Mas que nada, honesta.

-Bueno, ¿te acuerdas de Libidinoso?

-¿Libidinoso Salido?

-El mismo.

-¿Qué pasa?

-Pues iba yo, un día, paseando por el páramo, como quien no quiere la cosa, y me lo encontré. De esto hace como un año, más o menos.

-¿Y?

-Pues eso, me lo encuentro y le pregunto que adónde iba, y me dice que a tus dominios, porque quería hablar contigo.

-¿Conmigo?

-Sí, imagínate.

-Pues nunca vino.

-No te pongas nerviosa, y no te muevas, que no voy a acabar nunca de repararte la concha.

-Sigue.

-Bueno, pues me dijo que quería hablar contigo para proponerte una cosa, y claro, en el momento que me dijo eso, yo le pregunté que qué era lo que te tenía que proponerte, que me lo contara, porque yo era muy amiga tuya, y que, a lo mejor, lo podía ayudar. Y que conste que yo no quería inmiscuirme.

-¡Seguro!

-No seas cáustica, Irresoluta… El caso, es que me recosté en una roca para escucharlo cómodamente.

-¿Y qué te dijo?

-Espera, no te impacientes.

-¿Cómo quieres que no me impaciente? ¡Si Libidinoso era el jiracoleón soltero más guapo de todo el páramo!

-Pues que conste que su intención era acoplarse contigo…

-¿Qué?

-…pero yo lo disuadí.

-¿Cómo?

-Lo hice por tu bien. Lo que él quería era aparearse, nada más. No dijo nada de himeneo, nada de jiracoleoncitos, ni de formar un dominio junto a ti para toda la vida.

-Dilema, ¿qué me estás diciendo?

-No te alborotes, Irresoluta, no te alborotes, que se te caen los trozos de concha que ya te he puesto.

-¡Pero si yo lo que siempre he querido es dejar de ser virgen! ¡Me importa una mierda si hay nupcias o no!

-Vaya boca que tienes.

-¡Una mierda!

-Vaya boca…

-Bueno, ¿y qué pasó?

-Pues nada, me dijo que desde hacía tiempo te había echado el ojo, que le parecías una buena jiracoleona, y que corría el rumor por todo el páramo de que todavía eras virgen, que si esto, que si lo otro, que qué me parecía a mí, y esas cosas…

-¿Qué si esto, que si lo otro, y esas cosas? Explícate.

-Ay, tú ya sabes que cuando alguien empieza a hablar demasiado, yo me distraigo, porque lo normal es que sea yo la que hable. Que no es egoísmo, no seas malpensada… El caso es que mientras él hablaba, yo estaba más pendiente de un nido de arañas que había cerca de nosotros, que de lo que, el pobre, me estaba contando.

-¡Pobre, yo!

-No. Pobre, yo, que tuve que acoplarme con él, para que se le bajara la calentura, que yo, si hay que ayudar, soy la primera.

-Sí. Ya veo que me ayudaste mucho.

-No era un jiracoleón para ti, no te convenía.

-Pero sí para ti.

-Es que una ya está hecha a todo. Y yo, por una amiga hago lo que sea, lo creas o no.

-No, no, si te creo... ¡bastarda!

-No me insultes, que si no es por mí, los bastardos los tendrías tú, que Libidinoso no quería casarse contigo. Además, eso no es todo.

-Ah, ¿pero hay más?

-Sí, escucha y estate quieta de una vez… Pocos días después, fue cuando tú asesinaste a Problema y Conflicto, y acuérdate el revuelo que se formó en el páramo, lo que me molestó un poco, porque sólo se hablaba de ti y de tu homicidio. Y no es por afán de protagonismo, pero yo estoy acostumbrada a que se hable de mí, aunque no me gusta hacerme notar.

-¡Ya!

-Calla... Bueno, pues cuando huiste la primera vez y yo me fui a tus dominios, para cuidarlos, no para quedármelos como piensas tú, que otras cosas puedo ser, pero usurpadora, no, que no me gusta esa palabra…

-Quizás ladrona sea la palabra adecuada.

-O te callas, o no te lo cuento, que no haces más que cortarme.

-Venga, sigue.

-Si es que es verdad…

-Sigue, que me callo.

-Bueno, pues una noche, después de haber estado buscando todo el día los cuerpos de Problema y Conflicto, que por cierto, algún día me tienes que decir dónde los escondiste, me quedé rendida sobre una roca. Y cuando estaba a punto de quedarme dormida, ¿sabes quién vino a buscarte?

-¿Libidinoso?

-Ajajá. Me dijo que venía a buscarte para escaparse contigo, y yo le dije que ya habías huido, y que no sabía por dónde parabas, porque no me habías dicho nada, ¡vaya amiga!, le dije, y también, que yo había tomado posesión de tus dominios para cuidártelos mientras tanto, sobre todo por los helechos, que eran lo que más tú querías, y que no iba a permitir que se murieran…

-Sí: cuidaste muy bien de mis helechos.

-No seas sarcástica, que sabes muy bien que no tengo mano para las plantas. Hice lo que pude.

-Y más.

-Anda, calla. El caso es que me sorprendió que te quisiera tanto. Me dio un poco de envidia, porque yo, para serte sincera, mucho acople, mucho acople, pero ningún jiracoleón me ha dicho nunca de formar un hogar, fíjate tú, que estoy pensando que de lo que yo tenía fama en el páramo, era de puta.

-Pues sí.

-Shhh, estate quieta. Estoooo… después de acoplarme con él…

-No perdiste la oportunidad…

-¿Y qué le voy a hacer? Bueno, después de aparearme con Libidinoso, me dejó dicho que te dijera que, si por casualidad volvías, que te esperaba para huir juntos a otro páramo y formar una familia, que te quería y blablablá. Y yo le contesté que por supuesto que te lo diría, que te ibas a poner muy contenta, y todo eso, que confiara en mí, que era tu mejor amiga… No sé porqué se me olvido decírtelo cuando volviste, en qué estaría pensando…

-Me vuelvo al páramo ahora mismo, hija de puta.

-No puedes, insensata. Eres una fugitiva peligrosa, ¿o es que no te acuerdas?

-Me da igual. Me voy ahora mismo.

-No he terminado de arreglarte la concha.

-Pues sin concha.

-No puedes dejarme aquí, sola.

-Sí que puedo.

-Espera, soy tu amiga. He sido sincera y honesta, como tú querías.

-También has sido despiadada.

-Irresoluta…

-Un auténtico monstruo.

(continuará...)

CRÓNICAS IRRESOLUTAS (XIV)


LA CITTÀ

Llegamos a Jiracoleón City desechas, aunque eso no impedía a mi amiga hablar sin parar, como si ya hubiera olvidado todo lo que había pasado entre nosotras. Yo no dije ni media palabra mientras nos adentrábamos en la gran ciudad. En cambio, ella no dejó de disertar, excitada a más no poder.

-¡Pues vaya ciudad! -decía, mirando a un lado y a otro-. No hay ni un solo insecto que echarse a la boca -se quejaba-. Estoy por subirme a una farola y comerme las luciérnagas del alumbrado público, pero no sé si atreverme, no vayan a encerrarme en la cárcel por delincuente, porque supongo que en la ciudad habrá una cárcel, ¿no crees? -dijo, mirándome desafiante con los ojos entornados- Imagínate -siguió-, yo en la cárcel por una tontería, y tú, que eres una asesina, suelta por la ciudad... Aunque cosas más raras se han visto, pero bueno... ¡Huy, cuánta roca desperdigada! La verdad es que no sé dónde vamos a dormir. Están todas ocupadas. Ni una roca libre... Hija, tápate el dorso, que todo el mundo se te queda mirando. Lo que te gusta hacerte notar. Si vemos un hospital, entramos para ver lo que pueden hacer con tu concha, aunque no te hagas ilusiones, que yo creo que lo tienes muy mal, la verdad, pero vamos a ver lo que opina un experto, que quizás no esté todo perdido. Ánimo, tonta... ¡Dios mío! Cuantos jiracoleones guapos hay. Aquí dejarás de ser virgen, te lo digo yo, que siempre hay un roto para un descosido. Mira ése -me señalaba con un ojo-. O ése -me señalaba con el otro-. Si te lo digo yo, Irresoluta, que aquí la que no es puta es porque no quiere. Fíjate que yo creo que acabaré por ser promiscua, que te lo digo yo... Oye, creo que estamos en pleno centro, porque por aquí hay mucha roca apiñada... La verdad es que se desliza una muy bien en la ciudad, pero claro, con tanto ir y venir, está todo lleno de flujo jiracoleonil y te resbalas que da gusto... Oye, di algo, que estás muy callada... ¿Es que no hay ni una maldita charca para beber un poco de agua? Estoy deshidratada, y no hay nada peor que estar deshidratada para una jiracoleona, ya lo sabes. ¿Tú no tienes sed? Bueno, bastante tienes con lo de tu concha, la verdad. Por cierto, tápate el lomo, que vaya espectáculo estás dando, ¿es que te da igual? No tienes vergüenza, hija mía, no te retraes por nada, pero bueno, tampoco sé lo que haría yo en tu caso. Menos mal que me tienes a mí... Pero, ¿dónde vamos a dormir? Se nos va a caer la noche encima y no tenemos una roca en donde caernos muertas. Vaya plan. No, si al final tendrás razón tú cuando dices que vamos de mal en peor... ¡Qué ganas tengo de fumar! ¿Le pido un cigarrillo a ése? No, a ése no. Mejor a uno más guapo, que nunca se sabe... Oye, estoy pensando que nos podríamos cambiar el nombre, ¿no crees? Hay que tomar precauciones, que nunca se sabe. ¿Qué te parecen Tribulación y Disyuntiva, o Escéptica e Iracunda? A mí me quedaría bien llamarme Escéptica o Disyuntiva, y tú podrías elegir cualquiera de los otros dos, que van más contigo. Pero bueno, ya lo pensaremos después, que ahora tenemos cosas más importantes que hacer... ¡Ahhh, mira, mira! ¡Una rana! ¿Será de alguien? ¿Qué hago, me la como? Qué raro, una rana entre tanto jiracoleón. A ver si va a ser la mascota de alguien, que aquí en la ciudad, les da por eso, que son muy finos y unos snobs, que lo sé yo, y en vez de comérselas, las cuidan y las tratan como a unas reinas. Oye, yo no veo que sea de nadie -dijo, girando los ojos a todos lados-. Pues me la como, que tengo hambre -desenrolló su larga lengua y engulló la rana en un abrir y cerrar de ojos-. ¡Qué rica! -dijo, sin haberle dado tiempo de degustarla-... ¿Quién es esa que viene corriendo hacia nosotras hecha una furia? ¡Válgame Dios! ¡Seguro que es la dueña de la rana! ¡Corre, Irresoluta, corre -gritaba, mientras me cogía del cuello con la cola y tiraba de él-. Escondámonos detrás de ése cinamomo. No, espera, que es muy pequeño y no nos tapa, mejor detrás de ésa roca. Aquí, ¿ves qué bien? ¡No ganamos para disgustos! Bueno, ya pasó el peligro. Sólo falta que hayamos venido aquí para seguir siendo unas fugitivas. No, si lo que yo digo... Oye, estás muy callada... Pensándolo bien, es lo que yo quería, ¿no? Aventuras. Pero, hija, tantas emociones no sé si me van bien... ¿Qué es eso de allá? ¡Cuántos jiracoleones! Acerquémonos para ver... ¡Anda, pero si es un mercado! Espérame aquí, y no te muevas, que voy a ver si consigo algo para comer... O mejor ven conmigo, que así se fijarán en tu espinazo y se distraen mientras yo intento robar algo, que no tenemos ni un jiradólar para comprar un pimiento. Tú, ponte a mi lado, y mueve el dorso. Dios mío, cuánto jiracoleón, ni que regalaran las cosas. Irresoluta, sígueme. A ver, permiso... ¡Cuánto roce! Irre, aprovecha y no seas tonta... ¡Qué trasiego, por Dios! Irresoluta, ¿me has tocado tú el esfínter? ¿No? Bueno, pues que le aproveche a quien haya sido... ¡Mira! ¡Bolsitas de escarabajos y nidos de araña! Ven, Irre, no te despegues de mí, disimula, hija, mueve el dorso por lo menos, ayuda en algo... ¡Ya está! ¡Ay, qué nervios! Venga, salgamos de aquí, rápido. Antes de salir, aprovecha y toca algo, que aquí, el que no corre, vuela. Venga, venga, que me va a dar un infarto... ¡Por fin! Qué calor, virgen santa. Pues no ha sido tan difícil, la verdad. Figúrate, Irresoluta, yo robando. Lo que hace la necesidad. Ha sido divertido, ¿no? ¿Qué quieres, la bolsita de escarabajos o el nido de arañas? ¿O lo compartimos todo? Espera, alejémonos un poco más, que no me siento segura todavía, no vaya a ser que... -nos dirigimos hacia las afueras de la ciudad-. Tú, una asesina, y yo, una ladrona -seguía hablando, sin parar-. Vaya par de delincuentes... Pero bueno, qué se le va a hacer, si las cosas están como están... Tenemos que conseguir cigarrillos, que ya no puedo más. A ver si vemos a algún pánfilo y lo desvalijo, que ya me a gustado esto del hurto. ¿Tú no tienes ganas de fumar? Yo estoy que reviento, no sé cómo puedes, hija mía, pero bueno, como rompes todas las estadísticas, supongo que es normal... Irresoluta, di algo, que desde que hemos llegado a la ciudad no has dicho esta boca es mía... Tú misma, tú sabrás lo que haces, no voy a ser yo la que te obligue a nada, que ya eres mayorcita. Virgen, pero mayorcita... Nos va a caer la noche y no tenemos dónde dormir. Aunque por aquí no hay mucho movimiento, la verdad. Quizás encontremos algo... ¡Mira! ¿Lo ves? Allá hay dos rocas libres. No es un barrio muy bonito, pero para esta noche, ya está bien. Que más podemos pedir. Venga, vamos a descansar y a comer. Para mí la roca de la derecha, que parece más cómoda, y para ti, como duermes en cualquier lugar y te da igual, la otra... ¡Huy! ¡Pero qué despiste el mío! ¡Tanto hablar y hablar, se me ha ido el santo al cielo, y me he comido la bolsita de escarabajos y el nido de arañas sin darme cuenta! Lo que yo te digo, Irre, hago las cosas sin darme cuenta... Bueno, no importa, mañana será otro día. Ahora a descansar, que mañana tenemos mucho que hacer... ¡Qué cansada estoy! Buenas noches Irresoluta, que descanses bien... ¿Hola?... Por lo menos podías responderme y desearme buenas noches, tú también... En qué habrás estado pensando desde que hemos llegado a la ciudad, que si no te conociera, vale, pero seguro que estás maquinando algo, que no soy tonta... A veces, me das miedo... Ay, yo no sé qué va a ser de nosotras, no sé si hemos hecho bien en dejar el páramo, porque allí, por lo menos, conocíamos el terreno, pero aquí, en la ciudad, me siento como desubicada, no sé tú... Ay, Irresoluta, qué preocupación más grande... ¿Te has dormido ya? ¿Hola? ¡Pues anda que estás tú preocupada! Yo no sé si voy a poder dormir, porque tengo hambre otra vez. ¿Qué me oyes? ¡Pues vaya! ¿Y ahora, qué hago yo? Si lo que yo digo...

-Dilema...

-¡Ah! ¿No estabas dormida?

-No soy una asesina en serie.

-¿Y a qué viene eso?

-Todavía...

-¿Qué quieres decir con todavía?

-Tú misma...

(continuará...)

CRÓNICAS IRRESOLUTAS (XIII)


LA VERA DILEMA

Me desperté, aturdida, al cabo de unas horas, sobre una cómoda y gran roca recubierta de helechos, y pensé: ¿dónde estoy?... Pues ya lo he dicho: estaba sobre una cómoda y gran roca recubierta de helechos, en dónde pensé: ¿dónde estoy?

-¿Quién es usted? -pregunté, desconfiada, a una que había al lado mío, porque nunca me he fiado de los desconocidos, como bien me enseñó mi madre, que en paz descanse, aunque pensándolo bien, quién sabe si ahora seguiría todavía virgen que, por otro lado, me lo tengo merecido por mojigata y desconfiada, las cosas como son, así que espero y deseo que mi madre esté ardiendo en el infierno.

-¡Lo que me faltaba! ¡Sin concha y encima amnésica!

-¿Amnésica, dice que se llama?

-Soy Dilema, estúpida.

-Pues no la recuerdo, perdone usted -dije muy educada, porque una cosa no quita la otra.

-Soy tu amiga del alma, que nunca ha dejado de cuidarte y que tú siempre has querido tanto. Soy Dilema, la que tanto ha hecho por ti. ¿Cómo es posible que no te acuerdes de mí?

-Pues, la verdad...

-Y tú eres Irresoluta. Una asesina en serie, que todavía sigue siendo virgen.

-Lo de virgen me suena -recordé.

-Claro, aunque con la caída que has tenido, vete a saber si no se te ha roto el himen, y has dejado de ser virgen, porque hija mía, vaya barrigazo que te has pegado, que si has resistido eso, resistes cualquier cosa. Yo creo que has roto todas las estadísticas...

Mientras mi amiga Dilema hablaba, yo iba recordándolo todo, pero decidí que siguiera hablando para ver hasta dónde podía llegar.

-...y siempre has tenido envidia de mí, que soy tan guapa y distinguida, no como tú, que aunque no estés del todo mal, no es que seas una maravilla, a las pruebas me remito, no vayas a creer que te lo digo para hacerte mal, pero es que no te has comido una rosca en toda tu amargada vida, por no decir triste y aburrida, mientras que yo he estado con unos y con otros llevando una vida sexual satisfactoria y gratificante, sin llegar a ser promiscua, por supuesto... Pero vamos a ver, ¿cómo es posible que no te acuerdes de todo esto? No lo entiendo, la verdad... Y ahora somos fugitivas por tu culpa, que eres una asesina en serie y me has involucrado a mí, que soy una caritativa jiracoleona, tan bondadosa y sensible, pero bueno, por ayudarte, y porque yo haría cualquier cosa por una amiga sin importarme lo que sea, me veo obligada a huir contigo y dejar el páramo en donde siempre hemos vivido, y en donde yo tenía una vida social envidiable...

-Dilema -la corté.

-¿Qué?

-Nada -le dije, mientras mi cola ceñía su cuello constriñéndolo hasta que mi amiga empezó a agonizar.

Ya no necesitaba más pruebas para saber cómo era mi amiga Dilema. Ya no tenía ninguna duda al respecto. Ya sabía que no tenía corazón, ni corazoncito. Ya sabía que en la única que podía confiar era en mí y en nadie más... Sabía todo eso, y no pude matarla... todavía.

-Maldita -le dije, mientras aflojaba la cola de su cuello.

-¡Casi me matas! Eres una asesina nata -dijo mi amiga cuando recuperó el aliento.

-Cállate, Dilema, cállate.

-Todo lo que he dicho, lo he dicho sin pensar, de verdad. Lo que pasa es que como estabas amnésica, me he ido animando y no me he podido controlar. Ya sabes que una cosa lleva a la otra; tú lo has dicho en más de una ocasión, acuérdate.

-Te he dicho que te calles.

-Ay, hija, perdón.

(continuará...)

CRÓNICAS IRRESOLUTAS (XII)


IL VIAGGIO

Mi amiga y yo nos dispusimos a bajar a la ciudad. Cuando estuvimos en la cumbre de la montaña, enroscamos nuestras colas y nuestros cuellos y, embutidas en nuestra concha helicoidal de caracol gigante, nos preparamos para rodar por la ladera hasta llegar a la ciudad.

-¿Preparada?

-Sí.

-¿Lista?

-Sí.

-¡Ya!

Nos lanzamos ladera abajo rodando cada vez más rápido, que aunque no haya estudiado física, es lo normal, debido a la aceleración en una unidad de tiempo, o algo así, no estoy muy segura. Y rodando y rodando, la verdad es que llegamos abajo en un santiamén. Mareadas, eso sí, pero también es normal después de tanta vuelta.

-¡Cloc! -fue el sonido que hizo Dilema cuando su concha se golpeó al llegar abajo.

-¡Crac! -fue el mío.

Yo me quedé traspuesta por no sé cuanto tiempo, tendida en el suelo, mientras mi amiga Dilema gritaba sin parar.

-¡Irresoluta, dime algo! -intentaba reanimarme mi amiga, dándome lengüetazos en la cara, mientras que yo, conmocionada como estaba, sólo pensaba: ¿crac? ¿Por qué mi concha no ha hecho cloc, como la de Dilema? Por supuesto, me temía lo peor...

-¡Irresoluta, no te mueras, por Dios te lo pido, aunque sea atea, pero no me dejes aquí sola! ¿Qué voy a hacer yo sola en la ciudad? No me hagas esto, después de todo lo que yo he hecho por ti. ¡Tanto que te he ayudado! ¡Tanto que tienes que agradecerme! ¡No te mueras ahora, desagradecida! -seguía mi amiga dándome lengüetazos y zarandeándome con la cola para intentar no sé muy bien qué, porque de seguir así, la que me iba a matar de verdad era ella con tanto meneo.

-Dilema... -conseguí decir.

-¡Ah! ¿No estás muerta? -se sorprendió.

-No. Anda, ayúdame a levantarme, que estoy hecha polvo -le rogué, sin atreverme todavía a mirar mi concha, más que nada porque soy una miedica, lo reconozco.

-Hecha polvo está tu concha -me sacó de la duda, mi amiga.

-¿Mucho? -pregunté, temerosa.

-A-ñi-cos -respondió mi amiga, convincentemente.

-¿Añicos?

-Hecha cisco, hija mía. Está inservible.

Nada más ver mi concha desperdigada por el suelo, y efectivamente, hecha añicos e inservible, me desmayé por la impresión, pues imagínense lo que es verse una de esa manera, y si no se lo pueden imaginar, figúrenselo. Porque una cosa es tener la concha resquebrajada, y otra bien distinta es tenerla hecha cisco, créanme.

(continuará...)