¿JUGAMOS?


Existe un hombre que dormía con sus brazos, y que al amputárselos quedó despierto para siempre...

Ese hombre soy yo. Nunca pude mantener los brazos quietos, siempre tenia que estar haciendo algo con ellos. Desde los hombros hasta la punta de los dedos. Me gustaba señalar con los cinco dedos, no con los cinco a la vez, sino por separado, uno por uno, aunque dependía del caso. Así, en una noche estrellada, mi dedo meñique podía apuntar hacia una estrella, y después, por ejemplo, el pulgar de la otra mano podía señalar hacia cualquier otra. En cambio, si lo que quería era señalar, pongamos por caso, la constelación de Géminis, apuntaba con todos los dedos de una mano con el brazo estirado intentando acaparar aquel conjunto de estrellas. Pero lo que más me gustaba señalar era la Vía Láctea, porque me permitía extender los dos brazos y moverlos a través de ella como las alas de una mariposa, mientras mis dedos recorrían la banda celestial como si fueran tentáculos independientes, apéndices incontrolados por el nerviosismo que me producía el hecho de poder moverlos libremente. Todo esto lo podía hacer antes, cuando vivía en casa, en la buhardilla, pero ahora vivo en una habitación con paredes de algodón, y no puedo ver el cielo, ni sus estrellas. Es imposible que pueda mover los brazos, porque no los tengo...

De vez en cuando viene un hombre y me observa. Me hace preguntas que no contesto. No me fío...

Mamá siempre me quiso mucho, incluso ahora, cuando viene y me mira a través del cristal de la puerta blanca, veo cómo llora a causa del amor que siente por mí. Yo sé que ella nunca dejó de quererme. Permanece unos minutos observándome hasta que viene alguien y se la lleva. Viene cada semana. Los domingos, creo, pues desde que estoy aquí he perdido un poco la noción del tiempo, pero estoy casi seguro de que es el domingo cuando viene y me mira con amor... Ella me mira. Yo la miro y le sonrío, y ella llora y se va. Papá no viene, o sí, pero no se asoma a la ventanilla. Quién sabe si no es él el que se lleva a mamá de mi vista. Papá siempre fue invisible, o quizás era que nunca le presté demasiada atención Yo sé que nunca me perdonó lo de Matilde. Papi, perdóname. Aquellos brazos que no podía manejar debidamente... Matildita era su preferida, al igual que mamá me escogió a mí, papá la escogió a ella. Cuando yo era pequeño mamá intentaba abrazarme y no podía, porque no dejaba de mover los brazos. ¡Mi molinillo!, me decía. Yo no es que no quisiera que mi madre me abrazara, es que no podía dejar de mover los brazos. He deseado tanto que mamá me abrazara sin problemas. Muchas noches, mamá entraba a hurtadillas, cuando yo estaba dormido y quieto, para abrazarme dulcemente, hasta que me despertaba y comenzaba a agitar las extremidades muy alegre. No me revolotees, Luzmilo, no me revolotees, me decía riendo, aunque en realidad estuviera triste por no poder seguir estrechándome contra su cuerpo.

Cuando viene el hombre blanco y dice que es mi amigo y que sólo quiere ayudarme, pero todavía no estoy preparado, y me pide paciencia, yo no le contesto, ni le miro, ni tan siquiera intento escucharle... Pronto, Luzmilo, me dice, pronto podrás mover tus brazos...

Cuando nació mi hermana Matilde yo tenía cinco años, y papá se apartó de mí definitivamente. Yo quería mucho a mi hermanita Matilde, pero nunca me dejaban demostrarlo. Me mantenían apartado de ella. Lo que pasa es que siempre he sido tan nervioso, tan impulsivo... Recuerdo que nunca me dejaban solo con ella, por miedo no sé a qué, porque yo la adoraba, yo la quería como el que más. Cuando papá no estaba en casa, mamá me dejaba acariciarla, pero sólo con los pies, pues tenía miedo de que pudiera hacerle daño sin querer. Luzmilo, me decía acercándome a la cuna y sujetándome por la cintura, ahora puedes, pero ten cuidado, y no vayas a contárselo a papaíto, ¿eh?, venga, con cuidado. Entonces yo, tocaba con los dedos de los pies a mi hermanita Matilde, moviendo los brazos a un lado y a otro totalmente excitado. Ya está, mi amor, ya está, me decía mamá retirándome de la cuna, mientras que yo intentaba seguir rozando la suave piel de mi hermana con la punta de los dedos hasta el último momento...

Cuando Matilde cumplió los tres años, papá decidió encerrarme en el desván. Yo oía llorar a mamá todas las noches, rogándole a mi padre que me dejara salir de allí, que era sólo un niño, que ella misma me vigilaría día y noche, que no iba a pasar nada, que no estaba bien tenerme encerrado como a un animal, por Dios y por la Vírgen... Pero papá estaba decidido a no dejarme salir nunca de la buhardilla. Decía que no era normal y que podía hacerle daño a Matildita; incluso, un día amenazó a mamá con encerrarla conmigo. Y mamá lloraba... Era lo único que no me dejaba dormir: los gemidos de mamá por las noches. Aquellos sollozos que se me metían en el sentido. Lo único, porque yo, por otra parte, estaba feliz de poder mover los brazos día y noche sin que nadie me dijera: estate quieto, Luzmilo, estate quieto de una vez.

Mamá trataba de mantenerme ocupado con cualquier cosa. A primera hora de la mañana dejaba que yo moliera el café. Era uno de mis pasatiempos preferidos, porque me permitía girar los brazos al compás que yo mismo le imprimía a la manivela del molinillo de café. O hacer la mayonesa, por lo mismo, aunque a veces lo ponía todo manchado de aceite y huevo, porque no había un eje que me limitara y me permitiera hacer un movimiento uniforme y continuo, como el que tenía el molinillo de café. Y es que muchas veces mis movimientos eran incontrolables. Me dejaba llevar, arrebatado. Como aquella noche, Matilde querida...

Cuando entra a la habitación el hombre que dice ser mi amigo y que quiere ayudarme, yo me preguntó por qué, por qué quiere ayudarme, si no lo conozco de nada. Me dice: hola Luzmilo, hoy te veo muy bien, espero que cooperes, sino no podré ayudarte. Ayudarme, ¿a qué?, me pregunto, ¿Qué es lo que quiere este hombre de mí? ¿En qué debo cooperar? Yo nunca le contesto, ni tan siquiera me muevo, ni lo miro, no me fío de él... Dice que sí que tengo brazos, pero es mentira, yo no me los veo, me los han amputado. Si los tuviera, estaría haciendo remolinos en el aire...

Matilde, hermanita, no debiste subir aquella noche al desván. Fíjate lo que pasó, así, sin querer. Sólo por quererte tanto. Demasiado. Y tú también me querías a mí, porque de lo contrario no hubieras subido. Me acuerdo. Perfectamente. Tus ojos escrutando a través del resquicio de la trampilla del desván, apenas entreabierta, apoyada sobre tu cabeza. El hilillo de voz que de tus labios salía para no despertar a papá ni a mamá, por que sabías que estabas haciendo algo prohibido. Traviesa Matilde... Luzmilo, me susurrabas, Luzmilo, ¿estás ahí...? Y yo no sabía si responderte o no, aunque no hacía falta, pues tú ya vislumbrabas en la oscuridad de un rincón el movimiento nervioso y delator de mis brazos. Y entraste...

A ver, Luzmilo, me dice el hombre blanco, ¿recuerdas lo que pasó aquella noche?

Papi, yo no quería. Lo que pasa es que no pude controlar el cariño que sentía por Matilde. Amor es lo que siempre me ha sobrado... Ahora que no tengo brazos, ¿podrías quererme como siempre me ha querido mamá? Ahora que no puedo dormir, sueña tú por mí, ahórrame las pesadillas de soñar despierto y que no me dejan dormir. Quiéreme como quisiste a Matilde. Papá, ahora que ya no tengo brazos...

Aquella noche entraste en la buhardilla como si lo hubieras hecho todas las noches, y me preguntaste, ¿jugamos? Entonces yo aceleré el movimiento de los brazos. Pura excitación por tu presencia. Estabas allí, conmigo. Papá y mamá durmiendo. Tú y yo despiertos entre las tinieblas del desván. Fuiste un ángel sin alas...

Hoy es el día, Luzmilo, hoy es el día, me dice el hombre blanco. Y yo me pregunto: ¿hoy es el día para qué, si ya no distingo el día de la noche en esta habitación de algodón?

Primero jugamos a las palmitas y tú te reías tanto, Matildita querida. No parabas de reír. No podías seguir el ritmo de mis manos y acababas tirada en el suelo de vieja madera muerta de risa. Y me decías: otra vez, Luzmilo, otra vez. Y empezábamos de nuevo.

Mamá, ¿por qué cuando vienes me miras a través de la ventanilla de cristal que hay en la puerta? ¿Por qué no entras y me abrazas ahora que puedes, ahora que ya no puedo revolotear, como tú decías? ¿Quién es el hombre invisible que siempre te aparta de mi vista? ¿Es papá?

Después de jugar a las palmitas, me enseñaste a jugar al Antón pirulero. Yo lo aprendí muy rápido, y siempre te ganaba. Pero tú no te enfadabas, al contrario, no parabas de reír, y yo me reía contigo... Cada cual, cada cual, que aprenda su juego...

Hoy es el día, Luzmilo.

Y el que no lo aprenda, pagará una prenda. Antón, Antón, Antón pirulero...Yo pagué la prenda mas cara, la más querida. No debí de enseñarte las estrellas...

Ven, Luzmilo, hoy es el día, me dice el hombre blanco, voy a desabrocharte la camisa... Yo no veo botones en la camisa...

Encaramados en el alféizar del ventanuco del desván, yo te enseñaba las estrellas señalándotelas con los dedos: esta, Matilde, es la estrella Polar, ¿la ves? Esa es Régulo, aquella es la constelación de Casiope, ¿ajá? Y la de más allá es la de Pegaso, ¿sí? Sí, Luzmilo, me decías, las veo, las veo...

El hombre blanco me ha quitado la camisa sin botones. No me lo puedo creer, pero es verdad que tengo brazos. Pero están muertos, no se mueven. Yo seguiré sin poder dormir. Quién sabe si no estoy dormido permanentemente en la pesadilla de estar viendo a mi querida hermanita Matilde volar como un ángel sin alas, por culpa de estos brazos míos que no pudieron evitar el empujar su cuerpo al vacío.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

...mmmm, voy a pensármelo dos veces

pon dijo...

El pobre monstruo que solo quería jugar, y cuando encontró a la niña al borde del lago pensó que era una flor y la tiró al agua como a las margaritas. Solo quería jugar con la niña.

Marga dijo...

Straw...

Creo que el colapso está cercano, madre mía como me he quedado.

En fin, es lo que hay, pero por Dios, que pena jolines.

Besitos

Unknown dijo...

Esta historia me produce infinita pena ... Luzmilo me enternece demasiado, como el monstruo que señala Pon...

Besos.

Anónimo dijo...

Soy persona de poca imaginación, no estoy curtida en la lectura.. ya me lo he pensado dos y tres veces, yo no sé.. De cualquier forma la infancia, la necesidad de afecto, el ansia de libertad, el amor..

Anónimo dijo...

Qué cosa más triste!!!!!!!!

Anónimo dijo...

¿Jugamos a dar vueltas?

Straw, te falta la maceta dentro del círculo :)

Anónimo dijo...

Esta foto, me inspira una ternura infinita...