AZUL DE METILENO


En el aire, suspendidos. Primera parte

Esther, primer sueño

Mi boca se estrellaba contra las tumbas. Pensaba que era una alucinación aquella lluvia metálica sobre el agua. Los huesos impregnaban la arena. Llovía, pero no caía la lluvia. Había truenos, pero no hubo nunca una tormenta. Nadaba sobre la lava de carroña que expulsaban los nichos de aquel cementerio inhóspito, como si fueran volcanes del averno. Los muertos se licuaban y se filtraban a través de las grietas de los cántaros resquebrajados. No recuerdo cuándo el rayo vació mi cerebro. Le recuerdo a él sonriendo entre toda aquella miseria, entre el ácido sol sobre las tumbas.

Sara, segundo sueño

Caminaba por un mercado desierto. Todas las paradas estaban vacías. Todas, menos una. Un vendedor de tomates podridos ocultaba la muerte de los gusanos. La pulpa comprimida, en un proceso terriblemente orgánico y equivocado, se alimentaba de sus propias víctimas. El vendedor era él y me vendió un kilo.

Teresa, tercer sueño

En los diminutos desfiladeros de la montaña se ocultaba una fábrica de cerveza, junto al río. La levadura se derramó provocando cientos de muertos. Unos encima de otros se dejaban arrastrar por la incomprensible fuerza de la corriente del río exangüe. La muerte ocultaba muerte… Más abajo, junto al golfo, los delfines olían las tripas de los cadáveres reventados. Sus hocicos puntiagudos escudriñaban en las entrañas de aquellos cuerpos inanes. Sé que uno de los delfines era él. Estoy segura de ello.

Ana, cuarto sueño

Caminaba por la noche con los ojos vendados, tanteando los restos de dientes y legumbres con los pies. Era noche y no veía nada. Estaba muy oscuro. Andaba y andaba sin ver lo que pisaba ni lo que tenía frente a mí. No podía dejar de caminar. Buscaba algo y no sabía qué. Por fin llegué hasta una calle mísera y desierta. La luz de una farola iluminaba débilmente un carro de helados. Detrás, unas casas desvencijadas y, más atrás todavía, la silueta desafiante de unas montañas majestuosas. Cuando me di cuenta que (él) me observaba escondido desde la esquina de una de aquellas casas en penumbra, el soniquete del carro de helados empezó a sonar como un organillo macabro. Él me sonrió.

Marta, quinto sueño

Una gota de sangre nublaba la lente de mis gafas. Lo veía todo borroso. Las limpiaba una y otra vez, pero no conseguía quitar la gota. Frotaba y frotaba. Los cristales cada vez más rojos, más embadurnados. Después, vino él y se sacó los ojos para dármelos. Yo los cogí y creo que le di las gracias. Es lo único que recuerdo.

Olga, sexto sueño

Volaba en un globo de fuego. Qué tristeza... Abajo, miles de cuerpos hervían. Vi la mano de mi madre que salía de aquel suplicio buscando ayuda. Poco a poco fui acercándome a ella como pude. La cogí y tiré con fuerza. No era mi madre. Era la mano de él. ¡Lo salvé a él! El globo subió con fuerza. Mientras me alejaba, pude ver cómo mi madre se derretía.

Selma, séptimo sueño

Estaba sola en mi habitación. Alguien me tocaba la espalda una y otra vez. Me daba la vuelta y no había nadie. Esperaba unos instantes. Giraba la cabeza rápidamente y nada. ¿Quién me tocaba cada dos por tres la espalda? Miré atrás cientos de veces; una y otra vez volteé y nada. Sólo yo sé que fue él. Los golpes en la espalda eran suaves al principio, pero fueron intensificándose. Al final, un dolor insoportable. Y sé que fue él.

Mila, octavo sueño

Espirales de humo dispersarían por las bocas y las chimeneas el olor de mi suicidio. Era una venganza como cualquier otra. En mi sueño había decido quitarme la vida. Fui al antiguo aserradero. Me tumbé en la mesa de corte y el disco afilado empezó a girar… Si el sueño hubiese seguido así, hubiera despertado con el primer roce de la rueda dentada, pero vino él y cortó el discurrir lógico de aquella pesadilla.

Uma, noveno sueño

Él estaba desnudo. Apoyando el codo en una pared de la habitación, se quedó erguido ante la puerta abierta y dejó que la corriente de aire que venía de afuera acariciara todo su cuerpo. Corrí a cerrar la ventana. La corriente de aire cesó. Lo miré y le dije buenas tardes. No me di cuenta, pero yo también estaba desnuda. Durante un ratito mantuve la boca abierta para que la excitación me abandonase. Tenía la saliva pesada; la cara me temblaba. Él seguía en la misma posición, contra la pared de la habitación, en el mismo lugar; apretaba la mano derecha contra aquélla y, con las mejillas encendidas, no le molestaba que la pared pintada de blanco fuese áspera y granulada, y que raspase las puntas de sus dedos.

Elena, décimo sueño

Habían enterrado a mi hija por equivocación y tenía que salvarla de aquella tierra húmeda y cautiva. Eran túneles angostos, pero suficientes para que yo pudiera arrastrarme sin dificultad. Recuerdo que el calor era insoportable y que la luz de la linterna me cegaba en la oscuridad. A medida que avanzaba, los túneles iban haciéndose más estrechos, cada vez más, hasta que tuve que decidir si seguir adelante o dar marcha atrás. Seguí. Me arrastré como una serpiente, poco a poco, prisionera, sin poder, ya, dar la vuelta, empujándome hacia delante con todos los músculos de mi cuerpo. El túnel de tierra era tan estrecho que sólo me permitía seguir hacia delante. Los dos brazos extendidos al frente, en una mano la linterna, y con la otra arañando la tierra arcillosa, abriéndome paso, cada vez más angustiada, con más desesperación, poco a poco… Pude llegar hasta la tumba de mi hija, pero no era ella la que estaba allí, era él. Me dio las gracias por haber ido a buscarlo y querer quedarme allí, con él, para siempre.

Rita, undécimo sueño

No quería ir y cada vez estaba más próxima. No quería entrar allí, tenía miedo. Alguien me empujaba, me obligaba a andar dando trompicones por aquel suelo terroso y árido. Sé que era él. Oía relinchar a las bestias… La vieja puerta de madera se abrió y pude ver cómo brillaban los ojos de los caballos en la oscuridad. Él me empujó hacia adentro y cerró. Después, el silencio absoluto; sólo el rumiar de las bestias a mi alrededor y los pies de él tras la puerta del establo. Creo recordar que los caballos comenzaron a mordisquearme los dedos de la mano y grité…

Tina, duodécimo sueño

Como un pequeño fantasma, corría desde el pasillo completamente oscuro en el que todavía no alumbraban las lámparas. Sólo lo veía a él. Se quedó, de puntillas, sobre una de las tablas del suelo de madera. Se balanceaba levemente, encandilado por la penumbra del pasillo. Quiso ocultar rápidamente la cara entre las manos, pero de repente se calmó al mirar hacia la ventana. Me dijo ven y yo fui.

Andrea, decimotercer sueño

Me veía muy vieja. Una anciana en su habitación, mirando cómo caían los rayos de sol sobre las palmas de mis manos vueltas hacia el cielo en una súplica, en una última esperanza. Sólo el silencio reinaba retado por el débil crujir de una vieja butaca de roble. Una nube cruzaba el cielo y la luz desaparecía de la habitación. Me sentía cansada.
Apareció él y tiró dos perlas al suelo: ningún sonido hubiera hecho tanto ruido. Empecé a rezar. Imploraba a Dios llena de angustia. La nube se retiró. Me vi con los brazos caídos, inertes, a los costados del asiento.

Simona, decimocuarto sueño

A tan sólo unos centímetros frente a mí, una puerta metálica obstaculizaba mi camino. Un giro de muñeca en el tirador y me encontraría con el último tramo del pasillo. Abrí la puerta con decisión. Tras ella, se encontraba él, junto a un depósito de gas licuado y, al lado, la salida del recinto que daba paso al exterior. Corrí hacia ella. Fuera, el vacío.

Azul de metileno. Segunda parte

Norberto, pensamientos no escritos

Desde mi ventana veo cómo las hojas de los árboles caen lentamente, día a día. No sé si la gente se da cuenta de que, cuando los árboles cambian las hojas, siempre quedan unas cuantas en la copa. Son las que caen en último lugar, son las que se sienten distintas, son las que, tal vez por eso, han hecho que me fije en ellas… Saben, siempre me fijo en cosas como esas, en los detalles, pues creo que son muy importantes, aunque a otros solo les parezcan pequeñeces.
Un día, cuando las amigas de mi mamá estaban hablando bajito (no sé ni cómo las pude escuchar) volvió a mis oídos aquella palabra que había escuchado hacía tiempo, aquella palabra que había escuchado y que no supe entender, la que quedo revoloteando por la mente y que me hace ser distinto de los demás... Aquella palabra que me hizo querer saber y hacerme preguntar qué era ser autista.
Ahora todo es diferente. He conseguido traer a unas cuantas amigas a mi pensamiento, a mis días, a mis noches, a mi vida. No sé cómo, quizás sólo podamos hacerlo nosotros, los diferentes… Mamá está contenta.

La madre, pensamientos no escritos

Juro que fue pura casualidad. A veces, cuanto más persigues una cosa, más cuesta encontrarla. Quizás fue un descuido por mi parte. Descubrí que el ser humano es un complejo acertijo y un soñador empedernido. No soy una sabia que aún no ha encontrado una respuesta, ni un niña que resuelve un problema cotidiano con tan sólo una palabra. En fin, que soy un ser contradictorio, guiado por la razón y la pasión, por lo cual siempre y en cada momento estoy al tanto de aquello que, aunque sea por un segundo, pueda darme o llenarme el vacío latente, con tan solo respirar el mismo aire o pronunciar la misma palabra… Él no quiso hacerles daño, lo sé… Norberto no haría daño a nadie conscientemente… La felicidad que sigue al despertar y de tener la certeza de lo que se quiere es una gran ventaja. Él no tiene esa ventaja.
Un día, hace ya muchos años, oí cómo mi vecina le decía a su hija que estaba loca porque sólo a ella se le ocurría hablar con las plantas. Pienso que lo que su hija conversara con las plantas no era asunto de la madre, ni de nadie. Siempre nos entrometemos en lo ajeno. ¿Hay algo más ajeno que los sueños? Entonces la madre le dijo: te estás pareciendo a Norberto, te estás volviendo... No quise escuchar más. No debía escuchar más… ¿Por qué le dijo que se estaba pareciendo a mi hijo? Él no habla con las plantas; es más, no habla con casi nadie, ni con nada. Ojalá lo hiciera. También he notado que la gente, cuando ve a Norberto, murmura. El ser humano tiene una habilidad única para hablar bajito. Pareciera que tenemos algo mágico o una especie de código secreto que solo nosotros podemos entender... Bastaría con echar un poco de azul de metileno en el aire para comprenderme, aunque sólo fuera un poco… Pero no quiero seguir pensando más, no podría. Se lo debo a mi hijo. No puedo quitarle el único don que tiene. Tiene que seguir así…

El padre, aclaración escrita

Mi mujer dice la verdad. Fue casualidad. Ella, igual que yo, descubrió que, si se lanza azul de metileno al aire, se captan los pensamientos y los sueños de las personas. Así lo descubrí al tropezar con el gato. En el vacío, en la nada, los pensamientos se materializan, los sueños se tiñen y cobran vida. Todo lo que han leído hasta ahora nunca había sido escrito, ni dicho o escuchado, incluidos los sueños. Lo sé gracias al azul de metileno que desde hace unas semanas lanzo por la casa. Necesitaba saber. Ahora escribo todo esto (que ustedes espero que estén leyendo) a escondidas de mi mujer y de Norberto porque, si leen ordenadamente la inicial de cada una de las chicas que soñaron con mi hijo, creo que debo hacerlo, por el bien de todos.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Cada vez, entiendo más lo de "siniestro",...
que los sueños, sueños son, aunque sean para la eternidad.
Y me sigue gustando.

Marga dijo...

Vale, reconozco que me gusta, me has enganchado a tu casita, pero también me dás un poco de miedo...

Menos mal que tu música me relaja, porque llegué a creer que me volvía un poco paranoíca leyéndote.

De momento, "estamos vivas".

Un abrazo enorme y un besito lleno de cariñito.

Arquitecturibe dijo...

Una vez soñé como Selma...
alguien me llamaba pero no había nadie, aun así, yo sabía a la perfección quien era, claro que lo sabía...
saludos desde mi lejana galaxia

El César del Coctel dijo...

Straw, me parece una genialidad la forma en que escribiste el relato... y claro que es aterrador... me impacto el décimo sueño -pesadilla-. Me gustó la estructura del escrito, es innovador. Aunque confieso que aún tengo muchas preguntas respecto a la historia....

Bueno, me despido por ahora... seguiré rondando por tu casa...

Abrazos

Anónimo dijo...

Red Ciudadana

Lo que comenzó como un impulso individual, se está convirtiendo en una plaza de encuentro para la discusión y el debate. Generación Y ha logrado involucrar a un montón de personas en todas partes del mundo que me ayudan con la actualización, las traducciones y la difusión de los textos. La colaboración principal ha sido para colgar los posts, pues desde la última semana de marzo no he podido acceder al sitio en los cibercafé públicos ni en los hoteles. De manera que envío mis textos por email, algunos amigos los publican y me mandan -también por correo electrónico- los comentarios que dejan los lectores. Soy una blogger a ciegas, una cibernauta con una balsa que hace aguas y que logra flotar gracias al apoyo de una espontánea red ciudadana.

Todo el portal http://www.desdecuba.com sigue bloqueado en los servidores de locales públicos. He ido haciendo una copia de los mensajes de error que muestran los navegadores cuando intento acceder y aquí les dejo una muestra. También sé que el apagón no es total. Amigos que tienen internet en sus centros de trabajo pueden visitar el sitio, pero eso me sirve de poco, pues a esos lugares soy yo la que no puedo entrar.

No obstante, tengo los mismos deseos de escribir en esta bitácora que cuando empecé. Ahora con más testarudez, pues no hay nada que me resulte más atractivo que aquello que se me impide hacer. Para saltar las dificultades de la conectividad y llegar a los lectores dentro de la Isla, otros amigos han creado un minidisk con el contenido del Blog, que distribuyen gratuitamente. A todos quiero agradecerles el apoyo, los remos y el viento que me permite mantener el rumbo.

Escrito por Yoani Sanchez, 1 Julio 2008
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