EL SEÑOR MORELLI


Supongamos, por ejemplo, que me hubieran llamado aquel día de abril, hace tantos años ya. Yo hubiera dejado de barrer la hojarasca repartida entre las tumbas y hubiese ido ipso facto a París, donde hubiera conocido, quizás, a un tal Morelli.
Morelli sería un hombre enjuto y pusilánime, al que en su casa, según él, nadie lo veía ni le decía nada de nada; cosa que cada vez le extrañaba y molestaba más. ¿Qué es eso de que su familia no se diera cuenta de que existía? Al principio, me contaría él mismo, pensaba que podía pasarlo por alto, ya que suponía que era algo sin importancia, pero el tiempo pasaba y la situación no variaba lo más mínimo; más bien al contrario, me diría, créame que soy como un fantasma en mi propia casa. Yo le tranquilizaría diciéndole que no se preocupara, que seguramente era algo parecido a un enfado o algún malentendido por parte de su mujer y de sus hijos, y que pronto acabaría lo que yo pensaba que no tenía pies ni cabeza. No sea ingenuo, me reprocharía el señor Morelli, sepa usted que hacen su vida sin mí con total normalidad. No existo para ellos. Ayúdeme, por favor, acabaría rogándome.
Yo no hubiera sabido cómo ayudarle y hubiese intentado desaparecer de su vida igual que él desapareció de la de su familia. Pero un día llegaría a mis manos una carta remitida por el señor Morelli en la que me escribiría algo más o menos así: ...déjeme pensar que esta carta que tiene entre sus manos le ha llegado desde las columnas que sostienen mi esperanza para entrelazarse en su gran corazón. No le exijo, le suplico que venga usted a verme a la dirección indicada...
Yo dejaría pasar varios días antes de visitar al señor Morelli. Incluso, uno de esos días hubiera sido probable que mantuviera en la calle una conversación de lo más absurda y que transcribo de la única manera que creo posible para su comprensión. La conversación hubiera sido así: perdone usted pero veo que está fumando me diría un hombre desconocido en mitad de la Rue Rivoli sí algún problema le contestaría yo no es sólo una observación me diría el hombre pues muy bien le diría yo dándole la espalda intentando huir me pregunto si usted es de los que dan cigarrillos me diría el hombre cogiéndome del brazo para retenerme no tiene más que pedirlo le diría conciliador no me gusta pedir me diría el hombre pero quiere o no quiere le preguntaría yo bastante desconcertado depende me diría el extraño y de qué depende le preguntaría yo de si me lo da o no me diría el hombre pero yo no sé si usted quiere un cigarrillo o no le diría yo sí que quiero me diría el hombre pues tome le ofrecería yo un cigarrillo no no gracias me diría el hombre dando un paso atrás y encogiendo la mano pero si me ha dicho que quería uno le diría yo acercando el cigarrillo hacia él ya pero es que no se lo he pedido me diría el hombre moviendo la cabeza negativamente perdone pero me parece usted un estúpido le diría yo eso es nuevo para mí siempre han dicho que estoy loco me diría el hombre y se iría Tivoli abajo dejándome con la palabra en la boca y el cigarrillo en la mano.
Un día iría a casa del señor Morelli. La señora Morelli me ofrecería té y lo tomaría conmigo, como si su marido no existiera ni estuviera delante de nosotros. Yo intentaría incluir en nuestra conversación, sin éxito, al señor Morelli, quien a medida que pasaba la tarde languidecería sobre el sillón en el que estaría sentado frente a su esposa. Ella no pararía de hablar animadamente sobre las cosas más banales sin hacerle el más mínimo caso a su marido y desviando la conversación cuando yo señalara o nombrara al señor Morelli. No habría rastro de los hijos en la casa. La señora Morelli me diría que estaban fuera, de viaje, por varias semanas, mientras que el señor Morelli negaría con la cabeza. Yo lo creería a él debido al ruido de pasos que yo oiría en esos momentos en las habitaciones superiores. Llegaría la noche y la señora Morelli me acompañaría a la puerta para despedirse de mí y rogarme que volviera pronto, ya que no le gustaba pasarse tanto tiempo sola en casa. Me aburro tanto, me diría, y las horas son tan largas en esta casa tan grande... No sabe usted lo sola que me siento; es terrible estar sola, sin nadie. Antes de salir pretendería un último intento y le preguntaría a la señora Morelli cómo podía estar tan sola estando en casa con su marido. Ella me empujaría suavemente hacia afuera y me despediría no sin antes prometerle que volvería pronto. Vuelva cuando quiera, me diría y cerraría la puerta no de un portazo, pero sí enérgicamente. Yo llegaría a ver el rostro del señor Morelli justo antes de que la puerta se cerrara.
Pero todo esto que he contado son suposiciones. Aquel día de abril no me llamó nadie y seguí barriendo la hojarasca de las tumbas. Aunque hoy he sentido la necesidad de escribir esto por si el señor Morelli existe; porque se lo debo, por si en realidad alguien me hubiese llamado aquel día y mi vida no ha sido como yo he creído durante todos estos años.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Existen...
el señor Morelli y la señora también.
Lo que no entiendo es qué puede hacer nadie con ir a verles un rato de visita y de qué le sirve a ese alguien saber si existen o no.

Marga dijo...

Yo no se si existen o sólo son imaginaciones...,
lo que sí que sé, es que necesito una bombona de oxígeno para leerte...

Pero aquí hasta que el aire aguante.

Besitos

pon dijo...

Yo, como Marga, tengo que tomar muuuuuuuuucho aliento.....va a ser que nos quieres asfixiar.

Por cierto, los Morelli, un encanto.

Anónimo dijo...

Todo un cálculo de suposiciones..
Haces muy bien en escribirlo porque nunca se sabe.. y más vale que sobre a que falte.

José L. Serrano dijo...

El señor Morelli acaba de pasar por aquí, ha dicho que había fuego en el edificio y no le hemos hecho mi puto caso, porque yo estaba entretenido leyendo la historia del señor Morelli.

Me quemo