ROJO


Día uno

Cada día estoy más cansado, más abatido. Y triste. Siento cómo la sangre huye de mí, como si no me perteneciera. La bombilla desnuda cuelga del centro del techo en su cordón umbilical de cobre, orgánica y llena de mi propia sangre. Y yo, un día tras otro, insisto en palidecer, pero no me importa; ya no. No pretendo parar ese trasiego de hemoglobina, que al cabo del día me deja agotado: ¿acaso no quiero otra cosa que satisfacer a mi enfermedad, obligarme a seguir queriéndole? Lula... Lita... Ansío su imagen. Revelarla ante mis propios ojos. Y parar ese instante para siempre. Y fijarlo eternamente. Seguir enfermando bajo la vampírica bombilla roja de todos los días oscuros, y todas las noches oscuras... Pero con su imagen, con su rostro, con su sonrisa.

Permanezco sentado en la silla negra invisible entre tanto rojo oscuro; y quemándome los dedos en la cubeta, me quemo también los pulmones con el vapor que emana de ella. Pero allí está, va apareciendo la imagen, ¿su imagen?, que ahora es mía, y muero un poco más dentro de la gran cámara estenopeica, porque no es ella. No lo es. No. Cierro los ojos. Desaparece el rojo posado sobre todas las cosas... Respiro hondo el aire envenenado de amor imposible, mientras que mi corazón permanece parado en la otra cubeta, a la espera de que la tortura sea breve, y que después sea fijado para siempre en un milagro de correspondencia inmóvil... Pero ya no está. No está. Tampoco están los demás, que han ido desapareciendo bajo el manto purpúreo que nos invade. Ahora toda la vida está teñida de rojo.

Cuando llegaron los bermellones, tras un tiempo de estupor e indiferencia, los ayudamos a que se sintieran cómodos. Se les buscó casa, se les educó, quisimos que participaran en todos los actos sociales de la comunidad, les dimos todo, hasta nuestra propia vida, quien iba a pensar... Incluso yo hice retratos a sus hijos, para que los colgaran en sus salones y sus habitaciones. La familia Encarnada, los Carmesíes, los Escarlata.... ¡Eran tan simpáticos! Sobre todo Rosito, el pequeño bermellón de la familia Rubí, que tanto me hacía reír con su diábolo granate que giraba y lanzaba con tanta gracia ante mis ojos atónitos por tanta destreza. ¡Ay, Rosito!, ¿porqué no me advertiste del peligro?

No se por qué sigo vivo todavía, ahora que todos han sucumbido a la voluntad grana y ya nada les devolverá a la vida, aunque sé que siguen estando conmigo de diferente manera. Yo los veo en cada cosa roja que miro, los toco con mis manos, y lo peor de todo, lo más terrible: siento su olor. Cualquier cosa roja que vea son ellos, me son reflejados en una longitud electromagnética de setecientos nanómetros. A veces, empiezo a hacer fotografías como un loco, a cualquier cosa roja que tenga delante. Disparo una y otra vez con películas ligeras ortocromáticas, las únicas con las que puedo trabajar ahora, pues no son sensibles al rojo; con las otras todo me queda en un difuso tono gris, que poco a poco, con el paso del tiempo, acaban en el mismo tono rojo que planea por todos sitios y todas las formas. De nada me han servido los diferentes filtros acumulados en tantos años, pues mis fotografías quedan siniestramente vacías y sin alma...

Yo se que Lulabilia sigue en algún rincón de esta casa, pero no se dónde, dónde buscarla. El día que desapareció estaba aquí. Pasó la noche conmigo, y al amanecer se despertó muy nerviosa.

- Eleodoro... Eleodorito, despierta.

- Lita –porque yo la llamaba así-, ¿qué te ocurre?

- Creo que ya.

- No digas tonterías, los bermellones nunca nos harían nada.

- Que sí, lo noto.

- Tranquilízate, Litita. Anda, dame un beso.

- Dorito...

- Lita...

- Te quiero tanto.

- Pues no me llores, que yo también te quiero.

- Lo sé.

- No lo dudes, Litita.

- ¡Ay, Dorito, tengo tanto miedo!

- No tienes porqué.

- ¿Tomamos un café?

- Sí...

Ya no la vi más. Lulabilia desapareció mientras yo esperaba en la cama que volviera con el café. ¿Cómo fui tan tonto al pensar que los bermellones nos perdonarían la vida, si todos los demás han desaparecido dentro de cualquier objeto rojo? Y lo más injusto: siendo fotógrafo, ¡no tengo ni una sola imagen de Lita! Quiero tenerla conmigo de alguna manera, algo donde poder recordarla, mirarla... Por eso, antes de ser absorbido por la bombilla roja del laboratorio, que sé que me ha sido asignada para morir en ella, no ceso de fotografiar todas las cosas de la casa, pues en alguna está Lita, o al menos su alma. Pero cada día que pasa es peor, porque todo va volviéndose rojo y se que mi tiempo se acaba.

Día dos

Alguien llama a la roja puerta, y no me atrevo a abrir. Estoy encerrado en el laboratorio en la total oscuridad. Pienso que si mantengo la bombilla roja apagada alargaré mi vida un poco más. Si es que puede llamarse vida esta penosa agonía...

Día tres

Por la mañana:

He positivado los últimos cuarenta negativos que me quedaban por revelar: nada. Han sido cuarenta puñaladas. Cuarenta agonías de tres minutos cada una en las que iba apareciendo de todo, menos ella: una silla roja, un lápiz rojo, una lámpara roja, un peine rojo, un vaso rojo, un paraguas rojo... Todo, menos mi Lita.

Por la tarde:

Han vuelto a aporrear la puerta roja, pero no he abierto. He dejado que la bombilla roja absorbiera un poco más de mi sangre ...

Día cuatro

Ha venido Rosito...

- ¡Señor Eleodoro, señor Eleodoro!

- ¿Quién es?

- ¡Abra la puerta, por favor!

- ¿Quién eres?

- Soy Rosito.

- ¡Vete!

- ¡Quiero ayudarle!

- ¡Largo de aquí, monstruo!

- Sé dónde está ella.

Día cinco

Por la mañana:

Quizás Rosito sepa dónde puedo encontrar a Lulabilia. ¿Qué puedo perder si lo escucho? Ahora todo lo que hay en la casa es rojo. Tendría que fotografiarlo todo, y no tengo tiempo. Iré a casa de los Rubí y hablaré con Rosito. Ya no aguanto más, ni quiero.

Por la tarde:

He atravesado la ciudad de una punta a otra para poder hablar con el pequeño Rosito. Mientras andaba he ido cruzándome con los bermellones, que me miraban muy sorprendidos. Debo ser el único humano que sobrevive todavía a la plaga roja. Ha sido muy triste verlo todo rojo: las calles, los coches, los puentes, el cielo... Todo. Al llegar a casa de los Rubí he llamado al timbre carmesí de la puerta encarnada y he esperado sobre el felpudo púrpura. Ha salido la madre de Rosito y me ha mirado de mala manera con sus terribles ojos rojos. Pero ya no podía echarme atrás.

- Buenas tardes, señora Fucsia. ¿Podría hablar un momento con Rosito?

- Está tomando su jugo de cerezas y grosellas. Ahora no puede.

- Será sólo un momento.

- Es mejor que se vaya.

- Déjeme verlo, por favor.

- Le he dicho que no.

- Su hijo me ha dicho que sabe dónde puedo encontrar a Lulabilia. Déjeme hablar con él.

- ¡Váyase! Mi familia está en una situación delicada. No podemos hablar con un humano, y menos con usted, que es el único.

- ¿Por qué no pueden hablar conmigo y antes sí?

- Ahora, ya no...

- Pero...

- ¿No ve que yo no soy bermellona del todo? ¿No ve que soy rosa fuerte, y que por eso me llamo Fucsia? ¿Acaso no se da cuenta de que mi hijo Rosito es rosa pálido?

- ¿Qué quiere decir?

- ¿Tengo yo la culpa de que mi madre fuera medio subnormal y se fuera con un humano comunista, creyendo que hacía bien porque oía que le decían rojo? Por eso yo soy fucsia y mi hijo rosa. Somos híbridos, pero no tenemos la culpa.

- Quizás yo pueda ayudarles...

- No puede. ¡Váyase!

- ...si usted me ayudase a mí.

- ¡Váyase!

- Señora Fucsia, deje que...

- ¡Socorrojo, socorrojo!

- Cálmese. Ya me voy.

Por la noche:

Cuando estaba encerrado en el laboratorio dejando que la bombilla roja me quitara el resto de vida que me quedaba, sonó el teléfono. Era Rosito, que me llamaba a escondidas desde su casa. Hablaba bajito: tenía miedo de que lo descubrieran...

- Señor Eleodoro, su novia Lulabilia está en una de las cucharillas de café que usted tiene en la cocina.

Y colgó. ¡Ay, Rosito...!

Corrí hacia la cocina con mi cámara y fotografié las doce cucharillas rojas de café que tenía en el cajón. Tras revelar los negativos tuve que ir a dormir para reponer fuerzas: mañana sería el gran día. No podía seguir en aquel momento. Necesitaba un poco de paz...

Día seis

La mano me tiembla en la cubeta del revelado. Bajo la bombilla roja muevo suavemente la primera hoja de papel, mientras la miro sin quitarle los ojos ni un instante. Los haluros de plata se revelan en una simple cucharilla de café...

Los dedos remueven el líquido en donde está sumergida la segunda hoja. Espero bajo la bombilla roja hasta que una cucharilla de café aparece ante mí...

Ahora meto dos hojas en la cubeta, y mantengo la respiración bajo la bombilla roja que me sustrae la vida. En la hoja de encima se adivina una cucharilla de café. Les doy la vuelta y en la de abajo se descubre otra cucharilla...

Desesperado, sumerjo tres hojas en la cubeta del revelado: tres nuevas cucharillas de café se manifiestan bajo la rojiza luz de la bombilla asesina...

Exhausto, empapo cuatro hojas a la vez. Espero tres minutos: cuatro cucharillas se declaran ante mis ojos, una detrás de otra, mientras que mi alma sube a la bombilla roja...

Ya sin fuerzas, baño la última hoja, que si Rosito no me ha mentido, tiene que ser mi Lita...

Mientras la hoja nada en la cubeta, la vida se me escapa. A través de un fino hilo rojo de sangre, asciendo hasta el interior de la bombilla roja. Sin darme cuenta, he muerto, y veo la cubeta donde se revela la última hoja desde mi ataúd escarlata... Y es ella. Es Lulabilia, mi Lita. Apenas un metro y medio me separan de la cubeta y no puedo hacer nada para parar el revelado. Nada: sólo observar unos segundos la imagen de Lulabilia antes de que los haluros de plata queden totalmente ennegrecidos, y no vuelva a ver su rostro nunca más: sólo una hoja negra que con el tiempo, seguro se tornará roja como todo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Color de la sangre
y de las fresas,
color caliente de pasión,
que aún siendo
el que más se siente
es el que menos se ve
en la naturaleza.

Todo un detalle traerte la luna aquí. Ahora ya puedes apagar las lámparas...

pon dijo...

Creo que voy a hacer unos meses de cromoterapia en azul. Pobre hombre terminar metido en una bombilla roja. ¿Será que tenían todos el sarampión?.

pon dijo...

Oyes que no te lo digo nunca pero estás poniendo tu casita muy requetebonita con su foto, su luna, sos horas, su mapa......muy bonita si señor.

Marga dijo...

"Mientras la hoja nada en la cubeta, la vida se me escapa".

"Pues no me llores, que yo también te quiero"...

Espero que la hoja negra con el tiempo, se torne azul, como nuestro azul...

Un besito