DUERMO EN SU PECHO EN DÍAS IMPUROS DE AGOSTO (CRIPTOGRAMA)

Todo olvido de anteriores vidas impías alumbra recuerdos. En casos universales, encaja rápido. De oratorias límpidas ordenadas que una endemoniada  mujer enferma declinó interesadamente juzgué, inmerso, sin temer el extraño lugar de impuros aquelarres. Quejarse una eternidad temeraria es concebir ofensas necias ordenadas, casi inventadas.

Oí y escuché muertos iracundos resucitados astutamente. Hubo algunas  ceremonias  en  misteriosas  oscuridades,  sin  un  nombre  tomado relevante, intuido oficialmente  y   legado,  ungido,  enarbolado, grácil, orientado, mas evitando  inconscientemente  nuestras vidas  imperecederas  tan  amadas.  Supersticiones  aparte,  la  alquimia  grotesca,  antes y después,  impulsó  sabias  cábalas  ocultas que un espiritista nigromante ordenaría tras elucubrar nuevos galimatías ofensivos. Duele impugnar nuestra elección racional. Otros yugos aprietan más. Idolatramos, novelamos obras mágicas edulcoradas de azufre. Volvemos enseguida, rodamos, golpeándonos, unidos, embrujados nuevamente, zaheridos, aojados, quiméricos, untados, embellecidos, muertos, esotéricos, inacabados. Nunca vimos íncubos tan ectoplasmáticos, nunca. Quemada, una enigmática pavesa alzó sus alas maléficas. ¿Iría rumbo al tan olvidado desencanto? Amuletos virginales impuse aleatoriamente tras entuertos nada gloriosos. Ocho encarecidos laureles para el círculo hechizado o llantos encadenados nunca oídos. Donde estaba siempre el manto estrellado no se encontraron ciertas ofrendas durante el amanecer. Ya encontraríamos rúbricas demoledoras en teúrgias repugnantes escondidas, sin conjuros o ruedas repulsivas invadidas durante años sin maleficios encantados, enclaustrando nuestros corazones. Antes, nadie tenía antojos crueles unidos a necedades dañinas o supersticiosas. El ser enemigo contra abracadabrantes letanías afligidas conllevaba ostracismos sin tregua. Razonar antes que uncir es siempre elemental quimera universal. En días alternos y en las obstinadas lecturas ocasionales, recapacité con ingentes teoremas, originando, quizás, una emblemática teosofía espiritista pese a ser adivinatoria.

¿Sucumbí a los entes si al santiguarme infamé y luché inconscientemente, garantizándome así su minuciosa atadura sempiterna?

Ella supo unir nuestro sentir en carencias reflejadas en terribles ofensas. Nunca otro ser emponzoñó las oportunidades de indagar graves ausencias sin alterar necrológicamente al diablo inmundo escondido. Pero una elucubración sibilina estuvo suscrita, obediente, en su techo acosado. No obligué con hechizos elegidos: quité un incomprensible error repetido ominosamente sin alzar lumbres iracundas refulgentes; quemé ultrajantes efluvios maléficos entre llamas envolventes; vaticiné extraños símbolos antinaturales; leí a nuestros tesoros románticos obstinadamente entre suspiros enemigos; malmetí eternos truenos en rojas marmitas enlozadas  en nácar; enlacé lunas, culebras, ungüentos; amigué ratas, tritones, oleosos óleos, sapos, cianuro; usé ramas; ofrecí, yuxtapuse, quebré, ulceré, integré, tapé, até, rompí, maridé, embebí, licué, amasé, cocí, amarré, mezclé; intenté sumir al yacer, mientras echaba zarzamora con letanía al remanso sin esperar milagros… ¡En nueve días escupí quince unicornios! Intenté no culparme.

Estuve hallando oscuras muertes, brutales rémoras en sitios distintos, implacables santuarios terroríficos internos no tangibles, odiosos signos embrujados, noches maléficas ignominiosas, pasos en cercos hechizados, ojos asombrados y suspiros imantados. Ni un niño cantando. Antes hubo elegías hermosas en cada habitación o una nana armoniosa meciendo al rorro recién adormecido, nada ahora de aquellos días espléndidos.

Extraños sucesos acontecen, son querellas ultrajantes. Espiamos ejes satánicos trasnochados. Antiguamente no temíamos a nada. Durante estos meses olvidamos dar amor y ya ahorramos en susurrar hermosas odas. Realmente, algo que uno ignora es repugnante o harto anómalo. Con el rigor usado no burlaremos un kurdo, antes kermese kantiano. Entonces, sin esperanza llevamos amor más allá, ¿no? Olvidamos mirar en zulos cochambrosos los arcanos recónditos, sabedores, ensimismados más en nenúfares estivales sin ensañamiento nuncupatorio. En los pecados encontramos culpa, horrores oscuros; tuve oportunidad de observar sus lascivas oraciones salvajes sin emoción metido entre nogales, encogido, sintiendo dolores, entumecido todo, obligado durante once semanas largas, oculto siempre horas ominosas. Muchos brebajes recibí: entuertos santificados, yermas llanuras eclipsadas, venenos abundantes, remedios entramados nunca merecidos; incluso temidas órdenes repugnantes sin otro sacramento ultrajante. Suspicaz, sospeché enseguida muy inteligentemente: lluvia apacible saciaba su impúdica nariz lasciva. Aguas voluntariosas aumentaron ríos, mares, embotaron llanos, empobrecieron valles, acosaron relevantes vidas impermeables, dieron alma quimérica usurpando en nuestros ojos encantados. No gasté en nuncios de repulsa animal y mantuve, orgulloso, galimatías obscenos.

Llevo observándola, nervioso, durante eternas intrigas nocturnas. Finalmente, obtuve raros mensajes asfixiantes, concluyentes, insoportables. Osiánicas níveas gallinas ensangrentadas neutralizaron el típico impulso casuístico al entonar nanas maternales, impropias tonadas otacústicas: rapsodas sarcásticos obsesivos jalearon olés compulsivamente. Olvidé mejorar otros menesteres, otras litúrgicas artes.

Ella suplía techos ojivales y hacía artesonados recónditos tras ocultos disimulos en tres ratos impíos; omitía santiguarse con una alevosía rutilantemente tenebrosa. Ella transmitía ocasiones sorguinas sin quejas ultramontanas. Intentaba no temer elegíacos tratos ostentosos. Sin yo olerlo, rugió grotescas invocaciones ancestrales, solo ella las enumeró gracias al nulo tirabuzón espiral sinuoso. Pero al rato, abordó algunos ritos temibles; incluso supo turbar algunos sujetos numerarios, obligándoles también a rugir incesantemente.

Otros, sucumbieron entre cantos ofreciendo nefastas oraciones mortales, insalubres sermones tras aumentar sus cabalísticas artes putrefactas. Ilusos todos. Aunque no estuve suspicaz, dominé el bombardeo alquímico resistiendo con obstinación, evitando malos presagios, revolviéndome en su acre rezo impuro, obligándola, suplicándole con ardor, terciando en dramáticos ruegos acusadores tan innombrables como opugnados son otros menesteres. Así, quedó ultrajada, inoperante, noqueada. Improvisé saltando tras aquel ser demoníaco. Ella tuvo retranca, escogió neutralizarme hábilmente a yacer asesinada; sembró pócimas azufre sulfurosas alejando demoníacos ocultismos desencantando el lugar, misteriosa y orgullosa. Lastré agónicos síncopes, temeroso ante nuevas yacturas. Estuve luchando ante la calchona odiosa hasta ocupar la adversa locura con radiantes iridiscencias sustitutivas. Trinó Abraxas ligando a la ofensiva santiguadera ahorrándome cíclicas improvisaciones durante ocho segundos. Agradecido, lancé gritos huyendo barranco abajo, lamentando amargamente con ojos cuasi arrepentidos. ¿Acaso la paz obedece palabras prestidigitadas por entes repugnantes sin alma liberada?

Vi, intuí algo grotescamente resucitado, algo no olvidado. Quise usar incumplidos encantos remedados o también utilizar sustitutos de respetadas oraciones garantistas ante simples embrujos negativos, con añorados juegos infantiles. Tamaño ardid  duró en  pie lo acaso tan añorado.

Mantuve al rato inconexas cabalísticas, ocupándome nuevamente del embrujo jorguín. Así dominé el ímpetu ruin, asqueado, mas orgulloso, no tanto jugándome un innecesario conflicto para acabar redimido ante falsas ordalías llevadas al ruego como otras muchas ocasiones ut supra. No, antes desaparecería en soterrados arrabales recónditos resguardándome así, puro, ante demonios ancestrales de enajenado juego atosigante. Dos embrujados entuertos no tienen retos arcanos rudimentarios.

El nuevo encantamiento liberó grandes rutas ignotas nosománticas de rancias predicciones, amparadas rumbo al quinto universo escondido. Durante algún rato, contuve, obligado, nuevas bendiciones concebidas. Noctívagos sueños expulsaron xilófagos obscenos y actuaron obstinadamente reacios a bondades ofrecidas disipando el sentimiento criptográfico. Oí melodías ululantes nunca añoradas. Lejos de enojarme, juré a la onerosa sátrapa cochambrosa humanizar a todo súcubo, yuxtaponiendo las órdenes sabias bajo los olmos grises, según ganase alguna yarda salvadora. Quise usurpar el logro obtenido, sabiéndome wagneriano indiscutible.

Di gracias, enarbolando tres simples telas, apelando repulsas de antemano no estudiadas. No cupieron aburridos ruegos ganadores al rezar sumarios edulcorados. Y ya, acabé. Noté otro tiempo. Intuí emociones nunca esperadas sin tratar ilusiones emocionantes. Mostré poderes ocultos que únicamente empleé para enderezar razones declinadas. Encontré reposo y acomodo. Nadie obtuvo trofeos inigualables. Ella no expiró, solitaria, entre dos arcadas diamantinas y sucumbió, inerme, entre nebulosas trampas rutilantes. Asqueado, subí por ondulados nichos. Faltaba ofrecer testimonio ocurrido, necedades obtusas que utilicé impasible. Esperanzado, reí orgulloso. Quise unificar embustes, mas encontré indicios nigrománticos tan reales os digo… Un zoófago creció. Algunos suspiraron. Nadie inquirió. Se impusieron querubines, unicornios infaustos, elfos raros, altivos luchadores, adversarios preparados… Ungüentos no tintados irritaron toda alma enamorada. Nadie pensó liberar ángeles níveos, aunque muriesen instalados sobre trasgos. Aún duermo enojado, rumiando, especulando sobre una nunca anunciada posibilidad, un tiempo alegre, un niño adormecido por elegantes ritmos rituales, arte angélico delicado.

Ella murió amargamente, sin decidir embrujos ganadores. Iluminadas liturgias imantadas pasaron ofendidas llano abajo. Su amor demoníaco iluminó oscuros sótanos.

Pista para el criptograma: http://www.elblogderipley.com/2008/10/amor-y-myolastan.html

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