SENSO / 12


A los siete días, Elea ya no era la misma. Si le soltaba la mano volaba confundiéndose con el vuelo de los misiles scout de los enemigos. Cada vez era peor y yo no sabía qué hacer para retenerla. Muchas noches salía descalza y gritaba que quería volar, que los pies le quemaban. Efectivamente, los pies de Elea ardían y como el Wendigo se elevaba en el aire con sus pies de fuego bajo la noche iluminada por las explosiones. A cada detonación su cuerpo se evidenciaba en el aire, como una diva crepuscular de pies encendidos, mientras yo lloraba amargamente.

1 comentario:

pon dijo...

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