AFICIONES EXTRAÑAS
2) Me encanta mirarme al espejo durante horas enteras, totalmente quieto, sin pestañear, casi sin respirar. Siempre gana el de enfrente.
3) Cuando defeco, observo si el producto flota o no. Es un buen sistema para decidir cualquier duda de cualquier tipo.
4) Me gusta hacer lámparas modelo Tiffany, broches de pan tostado, fruteros de papel maché, muñecos de alcanfor, ceniceros de tela, y tarjetas de felicitación al óleo o carboncillo, que nunca obsequio y que guardo en el fondo del armario.
5) Adoro romperme las uñas con las tenacillas y las falanges de los dedos con el martillo, para luego aullar de dolor.
6) Asomado al balcón de mi casa, me pongo a mirar a toda la gente que pasa: si alguien tiene el pelo ensortijado, o es menor de siete años, tiro una maceta desde lo alto para que le rompa la cabeza, y luego me escondo y me río.
Me gustan todas estas cosas, que ya se han convertido en aficiones. No podría vivir sin ellas. No podría.
1) la de hacer cojines una vez desplumado el animal. Cojines grandes, pequeños, medianos, de seda, de raso, de algodón salvaje, triangulares, redondos, cuadrados o en forma de trapecio...
2) Hacer caldos de ave con sus huesos, que hierven durante largas horas en las tardes de domingo...
3) Crear lienzos abstractos con sus vísceras...
4) Recoger perritos abandonados de las calles...
Me explico: una vez sodomizada y cocinada la oca, ¿qué hacía con sus despojos?... A veces pienso que no merezco tanta felicidad, tanta dicha causada por mis aficiones, pero quién sabe si Dios existe y me obsequia con simpáticas ocupaciones, que yo hago con aplicada pasión... Una vez, el vecino de enfrente me dijo que yo era raro y que en ocasiones le daba miedo. ¡Hipócrita! Recuerdo el día que lo vi en el cuarto de baño de su casa frente al espejo, desnudo y espatarrado, con una cubitera repleta de hielo. Yo estaba peinándome, a punto de salir de casa para ir a la granja a comprar una oca, cuando oí unos gemidos extraños. Apagué la luz y observé por la ventanilla (que, mira tú por dónde, está frente a la de mi vecino). ¡Se metía cubitos de hielo por el culo! Después, esperaba unos minutos y los expulsaba ya licuados, extasiado y sollozando de placer. ¡Eso es raro, no yo! Si hubiese sido en verano, en pleno mes de agosto, lo entendería, lo vería lógico, pero introducirse cubitos de hielo en pleno invierno, es de locos. Mi vecino Federico, (¿Federico on the rocks…?) No, yo no soy raro, ¡no señor! ¿Qué tiene de raro hacer cojines con pluma de oca, o hacer sopa de ave, o plasmar en lienzos mis emociones, o recoger perritos abandonados?
[CASO 711, ESTANTERÍA 10, H-9]

A las 10:45 horas, Camila De Souza e Mello sale de la floristería La Fleur du jour con un ramo de de flores variadas [foto 6, carrete 3]. Aprieta el ramo contra su pecho, huele las flores y después mira al cielo. Hace un día espléndido, radiante. Mientras intenta abrir el parasol para proteger su fina y blanca piel, el ramo de flores cae al suelo [foto 7, carrete 3]. Stephan de la Gueroniert, que casualmente pasa frente a la floristería, se apresura a recoger las flores del suelo para seguidamente ofrecérselo a la señorita De Souza, la cual agradece la atención bajando ligeramente la cabeza [foto 8, carrete 3]. Se establece entre ellos una corta conversación de no más de diez segundos. Después, cada uno camina en sentido contrario.
Hoy, a las 19:15, horas se ha encontrado el cuerpo sin vida de Eduardo Souto de Moura, reconocido comerciante de telas florentinas, bajo la hojarasca y ramas secas del bosque, al noreste de la región. Su cuerpo ha sido trasladado al Hospital Viana do Castello. Estamos a la espera de los resultados de la autopsia...
Leo en los periódicos que ha desaparecido otro niño...
Causa de la muerte del hombre (todavía sin identificar) encontrado hace una semana en el Parque Santarém: desconocida.
La bella Camila De Souza e Mello sale de la floristería Los Jardines de Babilonia a las 09:30 horas con un ramo de rosas rojas [foto 9, carrete 3]. Antes de bajar el escalón que separa la puerta de la floristería de la acera, mira hacia el cielo azul. Hace un día radiante. Abre el parasol, baja el escalón como lo haría una gacela y el ramo de rosas cae al suelo [foto 10, carrete 3]. Joao Pessoa, que casualmente pasaba por allí, recoge las rosas rojas del pavimento y lo devuelve a Camila De Souza. Ella, aparentemente ruborizada, oculta una leve sonrisa tras el ramo y da las gracias con una grácil inclinación, que pareciera de otra época [foto 11, carrete 3]. Hablan unos segundos, once o doce a lo sumo. Al despedirse, ella ofrece su mano y él la besa [foto 12, carrete 3]. Siguen caminos separados.
Hoy, al amanecer, concretamente a las 05:10 horas, se ha encontrado el cuerpo sin vida de Stephan de la Gueroniert, reputado notario sin mácula y querido por todos. El cuerpo, sin aparente signo de violencia, se trasladó al Hospital Viana do Castello, donde se le practicará la consiguiente autopsia...
Ayer desapareció otro niño...
Causa de la muerte de Eduardo Souto de Moura: desconocida.
Son las 11:15 horas y la bella, dulce y admirable Camila De Souza e Mello camina por el bulevar elegantemente. Lleva el parasol cerrado, pues algunas nubes ocultan el Sol y amenazan tormenta; además, el aire es fresco, más de lo normal para estas fechas. En cambio, utiliza el parasol como si fuera un fino bastón, e igual que si estuviera bordando, pespuntea el cemento del suelo a cada paso que dan sus delicados pies [foto 13, carrete 3]. Se detiene ante la floristería La Follie Verte [foto 14, carrete 3]. No entra, parece dudar. Empiezan a caer las primeras gotas de lluvia; es entonces cuando se decide y entra en la floristería. Al cabo de unos minutos, la señorita De Souza e Mello sale de la floristería con un gran ramo de capullitos de alhelíes [foto 15, carrete 3]. La garúa ha parado y las nubes van despegándose unas de otras. La calle está desierta. Parece que ella espera algo, no sé qué. Mira a un lado y otro de la calle: nada. Da un taconazo en el suelo (¿de rabia, de impaciencia?) [foto 16, carrete 3] y comienza a caminar justo cuando dobla la esquina Gonçalo Braga e Freitas. Camila De Souza e Mello aminora la marcha; tanto, que queda inmóvil sobre la calzada, acaricia delicadamente una de sus mejillas, en lo que pareciera ser un síntoma antes del desmayo. De su brazo se desliza poco a poco el ramo de flores, hasta que, por fin, cae al suelo [foto 17, carrete 3]. Los capullitos de alhelíes quedan esparcidos en la acera. El señor Braga e Freitas pasa de largo y sigue caminando sin inmutarse. Camila se tapa la boca con ambas manos y emite un pequeño quejido ahogado, mientras cae al suelo, también, sobre las flores [foto 18, carrete 3]. Gonçalo Braga gira la cabeza y vuelve sobre sus pasos. La ayuda a levantarse [foto 19, carrete 3], recoge los capullitos de alhelíes [foto 20, carrete 3] y los devuelve a las manos de Camila [foto 21, carrete 3]. Ella parece ruborizada y, mientras con una mano sujeta el ramo de flores, con la otra se da aire con un abanico japonés [foto 22, carrete 3]. Entre la señorita De Souza y el señor Braga e Freitas se entabla una corta conversación de no más de dos minutos, en la que ella gesticula afectadamente [foto 23, carrete 3] y él permanece estático e impasible ante los mohines y aspavientos (extrañamente elegantes y persuasivos) de Camila. Al despedirse [foto 24, carrete 3], Gonçalo Braga e Freitas levanta ligeramente su sombrero de la cabeza y Camila de Souza e Mello hace una tímida genuflexión con la mano en el pecho. Cada uno sigue por caminos distintos.
Hoy, a mediodía, a las 12:50 horas, se ha encontrado el cadáver de Joao Pessoa, conocido almirante naval de nuestra ciudad, bajo la escalinata Beja do Braganza, situada en la calle con mismo nombre. Dentro de cuatro días, conoceremos los resultados de la autopsia que, como la de los demás cuerpos encontrados durante el último mes, se realizará en el Hospital Viana do Castello...
Desaparece otro niño...
Causa de la muerte de Stephan de la Gueroniert: desconocida.
*****
Tras certificar que todos los hombres que han estado en contacto con la señorita Camila De Souza e Mello, tras las visitas de ésta a las diferentes floristerías de la ciudad, han fallecido, he decidido buscar y retener en la comisaría al señor Gonçalo Braga e Freitas, antes de que sea demasiado tarde...
Al llegar a su casa, se ha confesado culpable...
Las casualidades vienen cuando menos te lo esperas. Sin quererlo, he resuelto el caso de los niños perdidos [Caso 634, estantería 9, G-12].
Igualmente, he creído conveniente tomarle declaración y preguntarle sobre la señorita Camila De Souza e Mello. Es la confesión increíble y atroz de un hombre trastornado:
[Grabación 938, estantería 45, S-5: Confesión del señor Gonçalo Braga e Freitas]
“Comencé... Comencé arrancándome con los dientes el pellejo de los pulgares y, después de un tiempo, ya tenía el cuerpo de un niño en el congelador...
Me gustaba desangrarlos antes de comer el cuerpo; los colgaba de los tobillos, a veces aún vivos, en un gancho de carnicería, como a las reses, con los antebrazos abiertos en canal, hasta que el corazón se detenía...
No me importa el sexo...
Salir de caza no es algo cotidiano, un cuerpo puede durar en el congelador hasta tres meses o más, antes de ponerse demasiado tieso o insípido; luego, salgo a la calle y elijo otra víctima, la estudio, tomo notas de sus hábitos, de cuándo salen del colegio, de cuándo están solos... Cuando el ataque es seguro, no hay forma de escapar, la cacería, como la llamo yo, es fulminante...
Conseguí una pistola de aire, de las que se usan en los mataderos para sacrificar a los cerdos; en la televisión dijeron que el estrés liberaba toxinas en los músculos en el momento de la muerte, y eso afecta a su sabor. Por eso compré la pistola de aire... Al principio, necesitaba disparar dos o tres veces, pero con la práctica, con una solo bastaba...
La otra noche abrí la nevera y sólo hallé un pedazo de hígado apelmazado... Entonces, me acordé de la invitación que me hizo la señorita Camila De Souza para ir a su casa, el día en que la ayudé frente a la floristería. Siempre han sido niños, pero ella me pareció ideal para cambiar la edad de mis víctimas. Ella es muy bella... Fui a su casa con la pistola de aire comprimido... Cuando me abrió la puerta, fingió sorprenderse. Ahora sé que fingió... en aquel momento, todo me pareció normal... Me hizo pasar al salón y tomar asiento. Me ofreció un licor, no sé cual, pues no lo probé, en un vasito diminuto. Observé que el salón estaba lleno de jarrones con flores marchitas, algunas muy secas; sólo uno de los búcaros contenía flores frescas. Había un olor rancio... Ella estaba sentada frente a mí, en un sillón de orejeras rojo, sin hablar, con la copita de licor entre sus manos reposadas en el regazo. De vez en cuando bebía pequeños sorbitos. No hablábamos; simplemente bajábamos la cabeza cuando nuestras miradas se cruzaban... Su cabello parecía prenderse en el respaldo del sillón, igual que la hiedra en una pared. El olor de flores mustias me revolvió el estómago... Hubo un momento en que ella cerró los ojos, como si esperase a que yo la besara... Del bolsillo interior de mi americana saqué la pistola de aire comprimido y le disparé entre ceja y ceja... Me levanté del sofá en el que estuve sentado todo el tiempo y me acerqué a ella... Pensé en seguir con la rutina de preparar, por así decirlo, el cuerpo allí mismo. Al cortar sus antebrazos con el bisturí, no brotó ni una gota de sangre. Extrañado, sacudí con fuerza su cuerpo: nada. Empecé a acuchillarla por todo el cuerpo, cara, piernas, vientre, manos... produciendo pequeños tasajos. En el momento en que estaba a punto de sesgar su cabeza, unas manos heridas detuvieron el vuelo del metal. Los ojos de Camila De Souza e Mello se abrieron y entendí instantáneamente el significado de la frase “quedarse congelado”. El bisturí cayó al suelo. Cuando vi levantarse su cuerpo del sillón y su cabello se desprendía del terciopelo rojo, creí perder la razón... Aquel ser lacerado, aquella bestia desnuda se acercó a mí y me golpeó en el pecho con los puños; después, recogió el bisturí del suelo y cortó un trozo de su propia carne. Me abrió la boca y metió el trozo de piel y músculo hasta donde alcanzaron sus dedos, obligándome a tragar... Mientras la vida se me iba, pude observar que el único ramo de flores frescas que había en el salón iba marchitándose poco a poco, tan lentamente como iba yo muriendo...
Después, al día siguiente, creo yo, me desperté con fuertes convulsiones. Lo primero que vi fue a la señorita Camila, intacta, sin una sola herida, que me dijo: Gonçalo, ahora yo te enseñaré a cazar como se debe...
Ya no sé nada más, no la he vuelto a ver... Todo esto fue hace dos días.”
[Fin de la confesión del señor Gonçalo Braga e Freitas]
*****
NUNCA TE SIENTAS CULPABLE ANTE LA IMPOSIBILIDAD ENTRÓPICA DE LA LOCURA

Tengo un cuchillo en las manos… Estoy tan triste... Los oigo hablar todas las noches. Y no debería oírlos, pues están muertos. Ellos están vivos en el mismo sentido en que un naipe está vivo. Están paralizados. No pueden moverse. O no quieren moverse... Se quejan. Sus lágrimas están atascadas en sus ojos. Sus gargantas están llenas de piedras secas. Pero esto no es lo que cuenta. Lo que cuenta, esencialmente, es la locura que poco a poco invade el alma; eso, y el sonido sordo de las larvas corroyendo la madera de los marcos que circundan sus cuerpos inmóviles, los gusanos arrastrándose por el interior, comiéndose la poca vida que subyace, rectangular, en las vetas del roble y la caoba de los marcos tallados de los dos espejos que cuelgan en el salón… Y llega la noche. Cada día, la noche se espesa, maligna, y el aire se llena de locura. Y todas, todas las noches, sus imágenes reflejadas lloran su propia muerte. Parecen silenciosos, pero hablan en susurros, como si tuviesen miedo. Y quizás lo tienen. Como yo. Sus palabras fluyen en la oscuridad de la noche. Sobre los remolinos de maldad que giran en la casa, nutren su dolor en conversaciones vacuas. Sus palabras, livianas, como sonidos hechos con plumas, conmueven las rancias paredes. Los oigo hablar y están muertos.
-Debe ser verano -dice él desde uno de los espejos.
-¿Por qué? –pregunta ella desde el otro.
-¿No oyes cómo estallan los higos…? Están llenos de vida y, de pronto, llega la muerte y los revienta.
-Como a nosotros.
-Sí, como a nosotros…
El amanecer tapona sus gargantas, que permanecen calladas hasta que vuelve, otra vez, la noche. Pues sus voces sólo pueden oírse entre el reptar de las criaturas nocturnas. Y es por eso por lo que creo que muchos espíritus gritan en la noche, tras la agonía de tragarse sus propias palabras durante el día. En las oscuras noches vomitan desesperadamente los pensamientos detenidos y coagulados durante el lento pasar del Sol en el cielo. Con o sin Luna, con estrellas o sin ellas, liberan sus tormentos, en el rumor silencioso de las tinieblas… Y los oigo hablar cada noche a pesar de que están muertos.
-El moho nos corroe...
-Corroe el cristal.
-Yo ya no tengo ojos.
-¡No quiero, no quiero!
-Primero era un picorcillo, pero ahora me duele.
-No es más que el moho que carcome tu ojo.
-¡No quiero!
-No pasa nada; ya estamos muertos.
-Si estamos muertos, ¿por qué vemos? ¿Por qué oímos? Y lo que es peor, ¿por qué sentimos?
Y se callan, mientras el moho avanza por el cristal, extendiéndose, creando vida en la muerte de sus retratos reflejados, en un ciclo inevitable de terrible hermosura… Y vuelve el amanecer... Y vuelve la noche y los oigo hablar.
¡Qué tristeza! Como un enorme telar de miedo, el moho teje, inexorable, el paso del tiempo, hasta que un día sus imágenes desaparecerán para siempre bajo el manto verdoso. Decido cerrar las persianas para que puedan seguir hablando en la oscuridad…
***
A veces veo al hombre triste reflejado en la hoja del cuchillo. Me persigue, me lo encuentro en todas partes, siempre me está mirando. No sé por qué me odia ni por qué quiere hacerme daño ni quien es ni qué es lo que le he hecho. Pero no puede entrar en casa, las persianas están bajadas, aquí no puede verme; por eso siempre estoy en casa, aquí no puede hacerme nada. El hombre triste me espera fuera, de día, de noche nunca se aleja... A veces miro entre las rendijas de las persianas bajadas y no lo veo, pero sé que está ahí. Alguna vez salgo con mucho cuidado y sin hacer ruido. Ya nadie trae comida y tengo que salir yo. Ella ya no está. Quizás ha sido ella la que ha enviado al hombre triste; le hice daño y ella se fue. Pero eso no le basta, quiere que sufra. Quiere que yo sufra mucho. Por eso está él ahí afuera, esperándome. Por eso me persigue y no me deja en paz. A veces lo veo reflejado en la hoja del cuchillo. Pero en casa no puede entrar. Las luces están apagadas; todo está oscuro. No puede entrar. Estoy a salvo del hombre triste. Él quiere que muera. Ella es la culpable. Ella es la razón... Sólo él sabe que yo la maté; nadie más lo sabe, sólo él y por eso me persigue... También el otro está muerto... Pero eso no le importa al hombre triste. Quizás debería decírselo, hablarle del otro. Debería decirle: estáis enterrados juntos, los dos en el jardín, uno encima de otro, tal y como os encontré. Tendría que contárselo al hombre triste, pero me da miedo oír su voz... Él sólo desea mi muerte, sólo piensa en eso... Pero en casa no puede entrar. No puede. Las ventanas y las puertas están cerradas, las persianas están bajadas; todo está a oscuras, las luces están apagadas. Nunca hablo para no hacer ruido. No quiero que él me oiga. ¿Estará siempre vigilándome? Quizás se aburra y se vaya algún día. No hablo, permanezco callado. Sólo hablo cuando las otras voces se confunden con la mía. Son voces horribles... El hombre triste está fuera esperándome. Ya no lo puedo aguantar más. Ya no puedo. Estoy harto de verlo reflejado en la hoja del cuchillo. Pero en casa no puede entrar. En la casa no hay espejos porque todo está oscuro. No hay nada, sólo oscuridad. Mis manos aprietan el cuchillo con fuerza. En la casa no hay espejos, no pueden verme... En la oscuridad no hay espejos, no hay nada…
***
Oigo un quejido que interrumpe mi sueño en medio de la noche. Al abrir los ojos no veo nada. Sé que la puerta de la habitación está abierta. Y sé que el murmullo que me ha despertado proviene del largo pasillo oculto en la penumbra. Me incorporo de la cama intentando que los muelles del colchón no hagan el menor ruido, cojo el cuchillo que tengo bajo la almohada y ando a tientas entre la sombras de la noche. Cauto y sigiloso, me dispongo a recorrer el pasillo intentando discernir en la negrura cualquier sombra agazapada, algún ente suspicaz que haya decidido que afloren mis más ocultos temores nocturnos. Pero, con férrea voluntad, avanzo con paso firme y lento, sin encender la luz, para no demostrar que en el fondo sí que siento el frío aguijón del miedo atravesando mi espalda.
Curiosamente, el sonido no cesa, lo que pone en evidencia que no ha sido fruto de mi imaginación. Se vuelve más audible a medida que recorro los escasos metros que me separan de la última puerta del pasillo, la que da al salón. Quizás la última puerta que haya de atravesar en la vida. Temeroso, me detengo. Escruto la oscuridad con las manos. Nada. Intento descifrar la procedencia de la voz, su situación exacta, sea de este mundo o de los abismos tenebrosos que se extienden más allá del orbe de los vivos. Comienzo a andar de nuevo, lentamente. De pronto, dos fuertes golpes, secos y atronadores, hacen que me detenga. El miedo deja escapar un pequeño alarido de mi garganta, que evidencia mi debilidad a oídos de la criatura que se oculta tras la última puerta, en el salón frente al cual ahora me encuentro. Estoy sudando. Todo mi cuerpo tiembla. Una mano agarra el pomo de la puerta, la otra empuña el cuchillo. Espero... Espero y no pasa nada. Ahora hay un silencio sepulcral. Pienso que lo que fuese que estuviera tras la puerta del salón, quizás haya decidido abandonar y haya vuelto a su mundo de tinieblas... Pero no me fío y grito:
-¡No te ocultes tras el silencio! ¡Sé que estás ahí! Sé que esperas que regrese a la cama para arrebatarme el alma. ¡Sal! ¡Muéstrate! –le reto.
-Entra tú -replica tras la puerta lo que quiera que sea, con voz quebrada y aguda, más animal que humana, más muerta que viva.
-Eres tú quien te has presentado en mitad de la noche. ¡Sal!
-Entra tú -repite, el ente, el monstruo, o lo que sea, sin alterar un ápice su tono de ultratumba.
-¡No me retes! ¿Quieres matarme? ¡Si tanto anhelas acabar con mi vida, demuestra tu osadía! ¡Enfréntate conmigo! ¡Sal de una vez! -incito a la criatura, alentado por mi instinto de supervivencia, aunque retrocedo unos pasos en el pasillo.
-Entra tú -reitera una vez más, intentando poner a prueba mi cordura.
Recorro de nuevo los últimos pasos que me separan de la puerta y decidido enfrentarme a la maligna presencia con la improvisada arma.
-¡Por última vez! ¡Te lo ordeno! ¡Sal!
-Entra tú -insiste de nuevo, contumaz, la fascinadora voz.
Sin siquiera detenerme un segundo, me armo de valor, determinado a mostrar mi oposición a abandonar la vida sin al menos plantar cara a quien quiera que sea. Rápidamente, abro la puerta y me adentro en la tenebrosidad dando cuchilladas al aire.
***
Decido abrir las persianas. Ya no quiero más oscuridad. No quiero oír más voces en la sombra. La luz inunda el espacio. Entonces los veo. Vuelven a aparecer los dos espejos del salón, uno al lado del otro, como si nada hubiera pasado durante todos estos meses. ¿Realmente ha pasado algo? Sigo estando triste. Me siento en uno de los sillones y, derrotado, dejo caer de mis manos el cuchillo, que cae al suelo con un sonido sordo, simple. Alzo la vista hacia los dos espejos y observo parte del jardín de casa reflejado a través de la ventana, no ellos, que pareciera que nunca hubieran existido. El trozo de cielo que distingo en el espejo no es azul, sino de un color leonado, inusual y, extrañamente, no observo ningún ave que lo cruce. En el lado derecho de uno de los espejos veo parte de los setos que circundan y ocultan la piscina, y detrás, un fragmento de la parte superior de la verja de madera gastada que rodea todo el perímetro de la casa. En el espejo de la derecha, veo parte de los viejos rosales que ella cuidaba con tanto esmero y cariño y que, a pesar de estar en plena primavera, están sin una flor. Tampoco hay flores en los macizos de lilas y margaritas de detrás, ni en las copas de los árboles frutales diseminados por el jardín y que puedo ver reflejados. No hay ni una pizca de viento, todo está quieto, estático, muerto. Paso la vista al otro espejo y me parece ver a alguien que camina a lo lejos por el sendero que conduce hasta mi casa. No me parece humano y no recordaba haberlo visto antes. Desde la oculta piscina llega a mis oídos un siniestro chapoteo. Fijo la vista sobre los setos esperando ver qué o quién puede aparecer. Me parece ver que se alza un tentáculo, como el de un pulpo gigante, pero quizás me he dejado llevar por la imaginación del momento e intento sonreír pensando en Lovecraft y sus monstruos marinos. De pronto, oigo algo parecido a una sirena y después un fuerte ruido metálico. Espero sentado alternado la vista de un espejo a otro. No ocurre nada. Miro hacia el lejano sendero y ya no hay nadie; pienso que quizás nunca lo hubo. Dirijo la mirada hacia los setos, pues me parece haber visto movimiento, pero los setos están inmóviles. Una sirena, más aguda que la de antes, vuelve a sonar, y a los dos segundos, otro fuerte ruido metálico. No he despegado la vista de los setos, y ahora sí, estoy seguro de ver un largo brazo que se alza y vuelve a caer en el agua de la piscina. Cierro los ojos. ¿Qué ha pasado mientras he estado encerrado en la oscuridad durante estos meses? De pronto me acuerdo de ellos, uno encima de otro, bajo las sábanas de la cama, bajo la tierra del jardín… No recuerdo haber visto el montículo de tierra bajo el cual están enterrados. Abro los ojos. El sonido extraño y penetrante de una sirena se oye de nuevo, y después, como si una gran placa metálica cayera en un suelo de cemento provocando un atronador eco metálico. No veo el montículo de arena bajo el cual están enterrados… Miro hacia la piscina escondida tras los setos. No veo nada. Miro el espejo de la izquierda, después el de la derecha. Ahora caigo: el montículo queda oculto entre los dos espejos; la separación entre uno y otro no me deja verlo, sólo veo un trozo de pared rectangular que divide el jardín en dos… Oigo un rumor de tierra moviéndose. Miro de un espejo a otro. Llego a ver de nuevo un gran tentáculo sobre los setos. Me incorporo del sillón y cambia la perspectiva del jardín. Aterrorizado, observo el reflejo de la tierra removida y de una mano que intenta agarrarse en el alféizar. Oigo una voz tras de mí.
-¡Entra tú! –me grita.
Corro hacia la ventana y cierro la persiana. La penumbra toma la casa de nuevo. Sé que ellos vuelven a estar entre el moho de los espejos porque oigo sus voces.
-Ya debe de ser verano.
-¿Por qué lo sabes?
-¿No oyes cómo estallan los higos?
LAS COLUMNAS

CRÓNICAS IRRESOLUTAS (y XVI)

Irresoluta se deslizaba por el sendero que conducía al páramo en donde siempre había vivido y donde esperaba encontrar a Libidinoso. Estaba contenta y no le importaba que la pudieran encerrar, pues que sea una asesina, no quiere decir que no tengo mi corazoncito, ¿verdad, mamá?, miraba al cielo. A partir de ahora, todo va a ser distinto en la vida de Irresoluta, que no puede ser tanta desgracia, que en alguna estadística tengo que encajar, por el amor de Dios. Y dejaré de ser atea, lo prometo. Por favor: que todo me salga bien, seguía arrastrándose hacia el páramo. Estaba cansada después de estar dos días enteros deslizándose, pero más cansada estoy de ser virgen, que a quien se lo cuente, no se lo cree. Si lo que yo digo… Si lo que ella dice: siempre hay un roto para un cosido. ¿O es un roto para un descosido? Yo ya no sé, no sé, lo único que sabe es que está contenta… ¡Qué contenta estoy! Ya le falta poco para llegar, y una rana atrevida la saluda sobre un nenúfar. Hola, le dice. Hola, le responde. ¿Cómo estás? Yo, muy bien, ¿y tú? Yo, también. E Irresoluta desenrolla su larga lengua hacia la impertinente sapilla y la engulle en un abrir y cerrar de ojos; que buena que está, es verdad que está muy bien, no mintió, no me ha mentido, no como mi ex amiga Dilema, que se ha pasado toda su vida mintiendo, sólo para hacer mal, para su bien y nada más. Irresoluta no quiere ni pensar en Dilema, porque se le hace mala sangre, y no quiere, que a partir de ahora, sólo va a pensar en cosas agradables, que ya está bien, se dice… ¿Cómo haría para encontrar a Libidinoso antes de que la encontraran a ella? Debía tener mucho cuidado, que de lo contrario me veo en la cárcel más sola que la una.
¿Hay alguien por ahí?, fue lo que preguntó, asustada, cuando vio cómo se movían unas mimosas cercanas. No vio a nadie, pero tenía que tomar precauciones. Siguió arrastrándose hasta que sintió un ruido detrás suyo; ¿hola?, preguntó, expectante. Hola, salió avergonzada de detrás de unas grandes adormideras su amiga Dilema, ¿qué tal?, sonrió, mientras aprovechaba y atrapaba un escarabajo que salía huyendo. La había estado siguiendo todo el camino, escondiéndose tras los arbustos, porque, ¿qué iba a hacer ella sola en la ciudad? Ahora mismo te vas por donde has venido, le dijo Irresoluta, que no quiero verte nunca más, ¿para qué vienes, para quitarme a Libidinoso? No se lo iba a permitir, que ya no era la misma de antes. ¿Qué cómo se me ocurre?, le preguntó Dilema. Porque te conozco, Dilema, te conozco, que Irresoluta no es tonta. Pero en aquel momento, Dilema se desliza rápida y adelanta a su amiga, y le dice que ella se va al páramo, que no tiene nada que perder, porque ella no ha matado a nadie, y que la recibirán como a una heroína, que es lo que soy, Irresoluta, porque yo te he ayudado mucho, y soy buena, que la mala eres tú, la asesina, que yo no he hecho nada, sólo ayudarte, porque tengo buen corazón, y…
… Y cuando Irresoluta llegó al páramo, toda la comunidad de jiracoleones estaba allí, esperándola. La miraban raro, o al menos, fue lo que pensó ella, que los ojos con qué me miran, me dan miedo, se preocupó. Y Dilema, desenrolló su cola apuntándola, diciendo: ahí la tenéis...
(FIN)
CRÓNICAS IRRESOLUTAS (XV)

RECIPROCIDAD
“…
-Anoche acabé de construir la jaula para Teodoro –comentaba Julia a su amiga mientras se sentaban en una de las mesitas del bar al que eran asiduas-. Un café descafeinado de máquina con sacarina –pidió al camarero, que se acercó nada más verlas.
-Una cerveza –pidió, Juana-. ¿Ah, sí? –respondió, sin mucho interés.
-¿Una cerveza a estas horas? No sé cómo puedes –le recriminó-. Bueno, pues eso, ya está terminada… Dentro de la jaula puse una foto con un paisaje –sonrió Julia, volviendo al tema, mientras abría el bolso.
-¿Una foto? –se sorprendió su amiga.
-Sí, algo así como un cuadro de… ¿cómo se llama? –dudó, cerrando los ojos- ¡Ah, sí, de Magritte, de René Magritte –se acordó, mientras se pasaba las manos alrededor de la cabeza, y moviendo los dedos, como si eso ayudara a entender cómo era la fotografía-. Con unas nubes y unos sombreros así como de tipo hongo, ¿sabes? –sacó un paquete de Marlboro y encendió un cigarrillo-. ¿Quieres? –le ofreció uno a su amiga.
-Estás loca, Julia –sonrió, aceptando el cigarrillo.
-Lo hice con la mejor intención, para alegrarlo un poco –apagó el cigarrillo.
-Supongo –se extrañó Juana, al ver que su amiga no consumía el cigarrillo como siempre y lo apagaba después de haberle dado tan solo un par de caladas.
-Aunque, claro, a lo mejor quien se vuelve loco es Teodoro. Imagínate estar viendo un cuadro de Magritte toda tu vida… -dijo, mientras apoyaba las manos abiertas sobre la mesa y se acomodaba en la silla con un ligero movimiento de caderas.
-Sí, más bien –consideró Juana y se reclinó en la silla para dejar más espacio libre al camarero que traía lo que habían pedido, y pudiera servirles-. Gracias –dijo, cuando terminó de hacerlo.
-… pero más vale eso que estar viendo sólo las varillas de una jaula, ¿no te parece? –siguió hablando, Julia-. ¿Es descafeinado de máquina, verdad? –preguntó al camarero, que afirmó con la cabeza y se fue.
-Hombre, pues no sé qué es peor, yo creo que le dará igual –contestó Juana, perdiendo el poco interés que en un principio podía tener, mientras daba un primer sorbo de cerveza helada.
-… y además, siempre puedo cambiarle la foto por otra… -siguió, Julia-. ¿No crees? –encendió otro cigarrillo.
-Julia… -le dijo, con la copa en la mano.
-… o ponerle un espejo o algo así –seguía hablando la amiga, como si no escuchara a Juana.
-Julia... –insistió, otra vez, con la copa de cerveza todavía en suspenso a la altura de los labios.
-¿Qué? –preguntó, contrariada.
-No me interesa tu iguana –dejó la copa sobre la mesa.
-Perdona, es que… -apagó el cigarrillo, nerviosa.
-¿Qué te pasa?
-¿A mí?
-Sí, a ti.
-¿Qué me va a pasar? –volvió a coger otro cigarrillo del paquete.
-¿Tres en cinco minutos, y quieres hacerme creer que no pasa nada y que no tienes nada que decirme? –preguntó Juana arrastrando el cenicero hacia su amiga.
-¿Ah, yo? –miró las colillas-. Tu también has fumado –intentó justificarse.
-Sólo uno y todavía no lo he apagado –le mostró el cigarrillo entre los dedos, moviendo la mano.
-No pasa nada, Juana, de verdad –mintió.
-Sé que me estás ocultando algo.
-¿Qué te voy a ocultar?
-Venga, que te conozco.
-Que no, tonta.
-Venga…
-¡Ay, cómo eres! ¿Qué quieres que te diga?
-La verdad.
Siempre hay un punto en el que ya no sabemos si mentimos o si la conclusión a la que hemos llegado es más verdadera que nosotros mismos. Creemos que nuestra información filosófica e histórica nos salva del realismo ingenuo. Para que me entiendan, llegamos a admitir que la realidad no es lo que parece; estamos siempre dispuestos a reconocer que los sentidos nos engañan y que la inteligencia nos fabrica una visión tolerable, aunque incompleta, del mundo que nos rodea. Que quede claro: muchas veces, por no decir siempre, un amigo, un verdadero amigo, para serlo, tiene que ser realista, honesto y despiadado. Por otro lado, no es fácil aceptar la realidad del monstruo amable que es nuestro amigo, puesto que en primer lugar no hay allí ningún monstruo, pues ¿cómo va a serlo la persona que nos cuenta la verdad, que nos la echa a la cara, mientras nos ofrece amablemente un cigarrillo para hacernos callar, quedándonos con un cosquilleo en el estómago por la incógnita de lo que nos pueda decir nuestro monstruo querido? Por supuesto, las palabras sirven para tapar agujeros, unos profundos, y otros no tanto. Lo malo es que, a veces, pesan demasiado e incluso muchas veces hemos deseado que no nos taparan esos agujeros por donde podíamos escapar ante cualquier angustia o pesar, pero admitamos que un verdadero amigo, un auténtico monstruo, sólo nos quiere ayudar… ¿Qué no haríamos o inventaríamos, sólo por ver a nuestros amigos contentos?...”
-Pues vaya rollo –le dijo Dilema a su amiga Irresoluta, cerrando de golpe el libro que estaba leyendo-. ¿Salimos a dar una vuelta?
-Estoy cansada.
-¿Cansada de qué, si estás todo el día tumbada encima de la roca?
-Cansada de ti.
-No sé para qué hemos venido a la ciudad, si no nos movemos del sitio.
-Sal tú sola.
-¿Yo sola? Me aburro si salgo sola. Tengo que tener a alguien con quien hablar.
-Pues haz lo que quieras y déjame en paz.
-¡Ay, hija, cómo te pones! Yo no sé qué es lo que voy a hacer contigo.
-No tienes que hacer nada, quédate tranquila.
-No, si tranquila estoy, pero una, que solo quiere ayudar… Por cierto, ¿tú crees que para ser una verdadera amiga se tiene que ser sincera, honesta, y despiadada?
-Qué pesada estás.
-Irre, lo único que quiero es animarte. Pero, claro, si te cierras en banda…
-Estoy de mal humor.
-Es que tú siempre estás de mal humor.
-Eso, no es verdad.
-Sí que lo es. Y no es bueno que siempre estés así. Te va a pasar la vida por delante de tus narices y ni siquiera te vas a enterar.
-Gracias a ti me estoy enterando.
-¿Qué quieres decir? No me vengas con acertijos, las cosas claras y el flujo espeso, que no me gusta que me hables de ese modo, que yo siempre te hablo bien para que no te ofendas, pero tú siempre que si esto, que si lo otro… Y yo me hago la tonta, y te dejo hacer. Por respeto, porque sé comportarme como es debido, porque soy buena, que si no…
-Dilema, cállate ya.
-¿Lo ves? Cuando ves que tengo razón, me haces callar. Y eso, no, Irresoluta, eso no. Todo lo que he hecho por ti sin pedir nada a cambio, todo lo que he sufrido y que he perdido por tu culpa: mi libertad, mi vida social, mi inocencia y mi dignidad, que por ti voy todos los días a robar al mercado, para que tú comas, para que estés bien alimentada; y mira cómo me lo agradeces, haciéndome callar. Y ya estoy harta. Harta de todo… ¿Me estás escuchando, o qué?
-Qué remedio, además, si vas a robar, es porque te gusta, que a ti, si se te deja hacer…
-Estúpida.
-Venga, no te enfades. Mira, si me recompones un poco la concha, salimos a pasear por ahí.
-¡Vale! Pero no sé si podré, porque tu concha está inservible después de que te despeñaras el otro día... Vaya barrigazo que te pegaste, hija mía.
-Sí, no me lo recuerdes.
-¿Dónde está la concha?
-En la bolsa.
-¿Y dónde está la bolsa?
-Detrás de la roca.
-¿Qué roca?
-Aquella.
-¿Esta?
-No, la de al lado.
-¿Esta?
-No, al otro lado.
-¡Ah, sí! Qué tonta, si yo misma la puse aquí. Lo que yo te diga, Irre, tengo tantas cosas en la cabeza que, a veces, la pierdo. Yo no sé, no sé…
-Mas bien parece que no quisieras repararme la concha.
-¿Qué te hace pensar eso?
-Te conozco.
-Pues me conoces mal.
-Ya.
-Venga, ponte.
-Así.
-Así, muy bien. No te muevas, que empiezo.
-Dilema…
-¿Ajá?
-Eres una buena amiga.
-Claro que sí. No sé qué harías sin mí.
-Eso es otra cosa, no me hagas hablar.
-Hace mucho que no me pegas.
-Desde que supe que te gustaba.
-Cómo eres…
-Dilema…
-¿Sí?
-¿Qué estabas leyendo antes, que decías que era un rollo?
-Una novela de un tal Antonio García. Un plomo. Yo no sé cómo pueden publicar una cosa así. Tanto flujo desaprovechado… Además, los nombres de las protagonistas eran muy raros: Julia y Juana. Vaya nombres, habiendo otros tan bonitos como Oscilación, Fluctuación o Perplejidad, que son mucho más normales, ¿no crees?
-Algo tendrá, ¿de qué iba?
-Trataba de la amistad. Por eso te preguntaba si tú creías que para ser una verdadera amiga se tenía que ser honesta, sincera, y despiadada.
-Ay, no sé. Honesta y sincera, sí, pero despiadada…
-Es lo que a mí me ha extrañado, pero es lo que pone en el libro.
-Pues vaya.
-Sí, vaya, no sé…
-¿Cómo va?
-Bien, no te muevas.
-Dilema…
-¿Qué?
-¿Tú siempre has sido sincera conmigo?
-Por supuesto.
-¿Nunca me has ocultado nada?
-Nunca.
-¿De verdad?
-Que sí, hija, que sí. Y deja de moverte de una vez.
-…
-…
-…
-Bueno, una vez…
-Ya me extrañaba a mí.
-…
-Ya que has empezado, termina.
-No sé si contarte.
-Si eres mi amiga, tienes que ser sincera.
-¿Y despiadada?
-Mas que nada, honesta.
-Bueno, ¿te acuerdas de Libidinoso?
-¿Libidinoso Salido?
-El mismo.
-¿Qué pasa?
-Pues iba yo, un día, paseando por el páramo, como quien no quiere la cosa, y me lo encontré. De esto hace como un año, más o menos.
-¿Y?
-Pues eso, me lo encuentro y le pregunto que adónde iba, y me dice que a tus dominios, porque quería hablar contigo.
-¿Conmigo?
-Sí, imagínate.
-Pues nunca vino.
-No te pongas nerviosa, y no te muevas, que no voy a acabar nunca de repararte la concha.
-Sigue.
-Bueno, pues me dijo que quería hablar contigo para proponerte una cosa, y claro, en el momento que me dijo eso, yo le pregunté que qué era lo que te tenía que proponerte, que me lo contara, porque yo era muy amiga tuya, y que, a lo mejor, lo podía ayudar. Y que conste que yo no quería inmiscuirme.
-¡Seguro!
-No seas cáustica, Irresoluta… El caso, es que me recosté en una roca para escucharlo cómodamente.
-¿Y qué te dijo?
-Espera, no te impacientes.
-¿Cómo quieres que no me impaciente? ¡Si Libidinoso era el jiracoleón soltero más guapo de todo el páramo!
-Pues que conste que su intención era acoplarse contigo…
-¿Qué?
-…pero yo lo disuadí.
-¿Cómo?
-Lo hice por tu bien. Lo que él quería era aparearse, nada más. No dijo nada de himeneo, nada de jiracoleoncitos, ni de formar un dominio junto a ti para toda la vida.
-Dilema, ¿qué me estás diciendo?
-No te alborotes, Irresoluta, no te alborotes, que se te caen los trozos de concha que ya te he puesto.
-¡Pero si yo lo que siempre he querido es dejar de ser virgen! ¡Me importa una mierda si hay nupcias o no!
-Vaya boca que tienes.
-¡Una mierda!
-Vaya boca…
-Bueno, ¿y qué pasó?
-Pues nada, me dijo que desde hacía tiempo te había echado el ojo, que le parecías una buena jiracoleona, y que corría el rumor por todo el páramo de que todavía eras virgen, que si esto, que si lo otro, que qué me parecía a mí, y esas cosas…
-¿Qué si esto, que si lo otro, y esas cosas? Explícate.
-Ay, tú ya sabes que cuando alguien empieza a hablar demasiado, yo me distraigo, porque lo normal es que sea yo la que hable. Que no es egoísmo, no seas malpensada… El caso es que mientras él hablaba, yo estaba más pendiente de un nido de arañas que había cerca de nosotros, que de lo que, el pobre, me estaba contando.
-¡Pobre, yo!
-No. Pobre, yo, que tuve que acoplarme con él, para que se le bajara la calentura, que yo, si hay que ayudar, soy la primera.
-Sí. Ya veo que me ayudaste mucho.
-No era un jiracoleón para ti, no te convenía.
-Pero sí para ti.
-Es que una ya está hecha a todo. Y yo, por una amiga hago lo que sea, lo creas o no.
-No, no, si te creo... ¡bastarda!
-No me insultes, que si no es por mí, los bastardos los tendrías tú, que Libidinoso no quería casarse contigo. Además, eso no es todo.
-Ah, ¿pero hay más?
-Sí, escucha y estate quieta de una vez… Pocos días después, fue cuando tú asesinaste a Problema y Conflicto, y acuérdate el revuelo que se formó en el páramo, lo que me molestó un poco, porque sólo se hablaba de ti y de tu homicidio. Y no es por afán de protagonismo, pero yo estoy acostumbrada a que se hable de mí, aunque no me gusta hacerme notar.
-¡Ya!
-Calla... Bueno, pues cuando huiste la primera vez y yo me fui a tus dominios, para cuidarlos, no para quedármelos como piensas tú, que otras cosas puedo ser, pero usurpadora, no, que no me gusta esa palabra…
-Quizás ladrona sea la palabra adecuada.
-O te callas, o no te lo cuento, que no haces más que cortarme.
-Venga, sigue.
-Si es que es verdad…
-Sigue, que me callo.
-Bueno, pues una noche, después de haber estado buscando todo el día los cuerpos de Problema y Conflicto, que por cierto, algún día me tienes que decir dónde los escondiste, me quedé rendida sobre una roca. Y cuando estaba a punto de quedarme dormida, ¿sabes quién vino a buscarte?
-¿Libidinoso?
-Ajajá. Me dijo que venía a buscarte para escaparse contigo, y yo le dije que ya habías huido, y que no sabía por dónde parabas, porque no me habías dicho nada, ¡vaya amiga!, le dije, y también, que yo había tomado posesión de tus dominios para cuidártelos mientras tanto, sobre todo por los helechos, que eran lo que más tú querías, y que no iba a permitir que se murieran…
-Sí: cuidaste muy bien de mis helechos.
-No seas sarcástica, que sabes muy bien que no tengo mano para las plantas. Hice lo que pude.
-Y más.
-Anda, calla. El caso es que me sorprendió que te quisiera tanto. Me dio un poco de envidia, porque yo, para serte sincera, mucho acople, mucho acople, pero ningún jiracoleón me ha dicho nunca de formar un hogar, fíjate tú, que estoy pensando que de lo que yo tenía fama en el páramo, era de puta.
-Pues sí.
-Shhh, estate quieta. Estoooo… después de acoplarme con él…
-No perdiste la oportunidad…
-¿Y qué le voy a hacer? Bueno, después de aparearme con Libidinoso, me dejó dicho que te dijera que, si por casualidad volvías, que te esperaba para huir juntos a otro páramo y formar una familia, que te quería y blablablá. Y yo le contesté que por supuesto que te lo diría, que te ibas a poner muy contenta, y todo eso, que confiara en mí, que era tu mejor amiga… No sé porqué se me olvido decírtelo cuando volviste, en qué estaría pensando…
-Me vuelvo al páramo ahora mismo, hija de puta.
-No puedes, insensata. Eres una fugitiva peligrosa, ¿o es que no te acuerdas?
-Me da igual. Me voy ahora mismo.
-No he terminado de arreglarte la concha.
-Pues sin concha.
-No puedes dejarme aquí, sola.
-Sí que puedo.
-Espera, soy tu amiga. He sido sincera y honesta, como tú querías.
-También has sido despiadada.
-Irresoluta…
(continuará...)