VORÁGINE

Sólo lo que se esconde es profundo y es verdadero. De ahí la fuerza de los sentimientos viles. Es excéntrico decirlo, pero no encuentro una diferencia clara entre escribir, vivir y morir. Es lo mismo. Quizás no tenga valor lo que digo, pues la forma esencial de abordarlo no necesita del menor talento. Aún después de haber matado al niño Leocadio, a veces, me visita su espíritu por las noches... Oigo como sus uñas arañan el cristal de mi ventana. Me sonríe. Cric, cric, cric, suenan sus uñas en el cristal. Creo que todos los espíritus están dotados de deficiencias inconfesables.

-¿Doce añitos dices que tienes?

-Todavía, no, pero casi.

-¡Que ricura de niño!

-¿Jugamos?

Hacía años que me daba cuenta y no me importaba, pero nunca se me ocurrió escribirlo porque la idiotez me parece un tema muy desagradable, especialmente si el idiota era quien lo expone. Pero el idiota no soy yo, era Leocadio y por eso lo cuento. En realidad, no es grave cerrarse en banda, aunque te pone completamente aparte, y aún teniendo cosas buenas es evidente que a ratos existe una especie de nostalgia, un deseo de cruzar hacia el otro lado. Y se cruza, vaya si se cruza... Lo triste es que todo va mal cuando uno es idiota, y el niño Leocadio lo era. Ser imbécil te deslumbra y te ciega. Vas dándote contra los quicios de las puertas, hasta que un día, la herida es tan grande que no puedes poner remedio. Las soluciones huyen mientras uno coge violetas, ajeno a todo. Coges el frasquito y te olvidas de todo.

-Toma, huele.

-¿Qué es?

-Huele muy bien, ya verás.

-¿A margaritas?

-No, a violetas; las margaritas no huelen.

El niño Leocadio, a pesar de que para mí tenía nombre de loco, no lo era. Más bien era idiota, como ya he dicho. Tengo que hacer esto y lo otro, decía, mientras las margaritas lo sepultaban. Se dejaba llevar por él mismo, aunque no estaba del todo desligado: tenía un sentimiento de no estar del todo bien, lo que lo ponía de nuevo al pie del cañón. Era idiota, pero no tonto. Era como un niño para tantas cosas, pero uno de esos niños con un adulto a cuestas, de manera que cuando el niño Leocadio llegaba a ser, en unos de esos momentos de justicia existencial, un adulto, ocurría que a su vez llevaba consigo al niño, y como sabemos, una coexistencia pacífica de dos mundos, con sus tonos lilas y naranjas, es imposible.

-¿Así huelen las violetas?

-Así.

-No me gusta, me marean.

-Qué le vamos a hacer. Anda, huele un poquito más.

Lo podríamos entender metafóricamente, pero no hace falta pensarlo más: es lo mismo que decir que un poeta es un criminal; o lo mismo que cuando decimos que fulano no tiene talento, sólo estilo. Pero justamente ese estilo particular es lo que no se puede inventar, pues es con lo que se nace. Es una gracia heredada, el privilegio que tienen algunos de hacer sentir su pulsación orgánica: es algo más que el talento, es su esencia. Es un bombeo, una comba de sentimientos ensalzados. El niño Leocadio y yo, quien sabe si no somos la misma persona. He decidido no detestar más a nadie desde que he observado que termino siempre por parecerme a mi último enemigo. Y el niño Leocadio y yo, no lo voy a negar, nos parecemos (creo que conocí al pequeño Leocadio el mismo día que creí conocerme a mí. Por eso tuve que matarlo). El infante (Leocadio) no sólo se comía mis quesos franceses, sino que también me produjo arritmias en el corazón y en la memoria. Tras unos años de supuesta complementación provechosa, un día me di cuenta de que el niño Leocadio era un completo idiota. Intenté deshacerme de él cordialmente. Vete antes de que sea tarde, le decía. Pero, nada: todo lo bueno que podía hacer venía de mi indolencia, de mi incapacidad de pasar a la acción, de llevar a cabo mis proyectos y designios. Mi voluntad de dar lo máximo (¿hay algo mejor que ofrecer la muerte?), era lo que llevaba al impúber Leocadio a los excesos y a los desajustes. Yo no quería herir sus sentimientos, pues quizás eran los míos. Pero no tuve otra opción. Tuve que darle un poco de lejía... Es que la vi allí, tan sugerente, encima de la lavadora. Una botella blanca que, como en el cuento de Alicia, decía (no lo decía): bébeme.

-Toma, Leocadio, bebe, lo necesitas.

-¿Está rico?

-Está muy rico.

-Vale.

Tuve que darle un vaso de lejía para que el corazón le quedara blanco y no se le rompiera. Toma, Leocadio, lo necesitas, le dije. La bebió de un trago y desde entonces viene a visitarme todas las noches: cric, cric, cric, suenan sus uñas en el cristal de la ventana de mi habitación. ¿Qué quiere? No lo sé, pero yo lo siento como algo divertido. Y no es que intente justificarme por haber matado al niño Leocadio, pero muchas veces pienso si Leocadio (el idiota, él, ¿yo mismo?) no soy yo por querer quemar el corazón del niño que todos llevamos dentro.

-Me encuentro mal.

-Claro, claro.

Cuando viene a visitarme (cric, cric, cric), nunca abro la ventana. Sólo me acerco a ella y observo al pequeño Leocadio; cómo sonríe suspendido en la oscuridad vacía de la noche. Se parece tanto a mí que me toco y acaricio mientras me doy asco de mí mismo... Al cabo de un rato deja de rasgar el cristal con las uñas y deja de sonreír. Me señala y me dice no con el dedo. No, me dice. No, ¿qué?, pienso yo. Y dejo de tocarme... Yo hago un gesto diferente cada noche; un gesto de no saber qué es lo que quiere que no haga, pero él desaparece alejándose hacia no sé dónde y yo vuelvo a la cama para llorar, mientras oigo al vecino de al lado masturbándose con los movimientos sincopados, cada vez más rápidos, de su mano lubrificada de su propia saliva viral.

-¿Leocadio?

-...

-Leocadio, no vuelvas más.

Leocadio deja de ultrajarme a medida que se acerca el alba y sólo me redimo en el momento en que él desaparece. De vuelta a ese mundo que es éste me siento presa de un orgullo pueril y me abandono al espanto. Creo que no hay un eje central. Soy disperso, qué le voy a hacer. Cojo un libro de Rimbaud y salgo para comprar el pan. Mi vecino sale a la misma hora y esperamos el ascensor. Buenos días, me dice. Buenas tardes, le contesto. ¿Perdón?, se extraña. Te perdono, le digo. Cuando llega el ascensor y mi vecino abre la puerta, le digo que mejor bajo andando, no sin antes observar su mano... Él se encoge de hombros y yo aprieto con odio el libro de Rimbaud contra mi pecho y comienzo a bajar las escaleras cantando el abecedario, hasta el último escalón que es la letra ka.

-¡...hache, í, jota, ka!

Paso el día como si estuviera en el paraíso. Ni me acuerdo del niño Leocadio. Me noto bien apegado al mundo, aunque creyéndome que no formo parte de él. Me siento como el alce caucasicus, ya extinto. Un mínimo de conciencia me hace infeliz y vuelvo a casa. Al llegar me doy cuenta que he perdido mi libro de Rimbaud y de que no he comprado el pan del día. Angustiado, vuelvo a la cama. Leocadio vuelve a mí: cric, cric, cric...

-He perdido mi libro de Rimbaud.

-(Cric, cric, cric...)

-Y no tengo pan.

Pienso que si la muerte es tan horrible como pretende hacerme creer el pequeño Leocadio, ¿cómo es posible que al cabo de cierto tiempo crea feliz a cualquiera (amigo o enemigo) que haya dejado de vivir?

-¡Vete, vete!

-(Cric, cric, cric...)

-¡No quiero verte más!

Mañana pasearé por todos los sitios en los que estuve hoy. Quiero encontrar mi libro de Rimbaud. Y comprar pan.

Mi vecino es un imbécil. También tendré que matarlo.

-(Cric, cric, cric...)

44 comentarios:

Anónimo dijo...

Y digo yo, sería más fácil llegar a un acuerdo con el jodido niño ya que ni vivo ni muerto deja de estar presente, eso por un lado, y por otro, viendo el precedente, si te cargas al vecino masturbador puede que en vez de dos aparezcan cuatro manos arañando tus cristales, no sé que va a ser mejor...o peor.
¿O es que también eres el vecino?

¡Jolines, me encanta leerte! Te echaba tanto de menos...

Anónimo dijo...

Ah! te recomiendo somníferos pal vecino que la lejía deja el estómago hecho polvo.

brokemac dijo...

jejeje, un alce de verdad...

CRISTINA dijo...

Dada la situación, Rimbaud no va a ayudar mucho...

Besos.

devezencuando dijo...

A estas alturas ya no hay redención...

pon dijo...

Si yo fuera un niño y me dieras lejía, también arañaría los cristales de tu ventana todas las noches.

Y la Santísima Trinidad con el vecino, o quizás los Tres Mosqueteros?

Unknown dijo...

Mira, tu dirás lo que quieras, pero eso es un Alce.

.- Me ha gustado el relato, dos cosas, el cric, cric ese me pone la carne de gallina, y la frase " las soluciones huyen mientras uno coge violetas " es genial.

.- Una pregunta ¿porque cuando escribes, la música se entrecorta", se ha estropeado la cinta del cassette?.

Besos

Unknown dijo...

Creo que es un caso para Melinda.

brokemac dijo...

EL ÁNGEL Y EL NIÑO

El nuevo año ha consumido ya la luz del primer día;
luz tan agradable para los niños, tanto tiempo esperada y tan pronto olvidada,
y, envuelto en sueño y risa, el niño adormecido se ha callado...

(Rimbaud)

Anónimo dijo...

Al niño Leocadio deberias haberlo llamado Pepito Grillo.

Efter dijo...

Madre mía, a partir de ahora cuando escuche un grillo, se me erizará el vello de miedo, jajajaa.

Marga dijo...

Pobres grillos!!!

Si Leocadio era el niño que había en tí, por favor, déjalo, olvídalo Straw.

Aléjate del vecino, no escuches su cric, cric, cric.

Me asusta el "niño Leocadio"...

NEKI dijo...

yo no hubiera dado la lejia a Leocadio... hubiera baldeado el departamento del vecino... pobre mano! no de nuevo decia! ja! al fin al cabo todos somos imbeciles, algunos con cierto estilo, otros no, algunos tontos, otros muy vivos. un abrazo... me gusto mucho y senti una picardia hermosa escondiendose entre las palabras

Arquitecturibe dijo...

Temo a los grillos... como los temia Dalí y como los temia el niño.... veo que es cosa de genios temerles a esos repugnantes animales
besitos desde mi lejana galaxia

pon dijo...

Por cierto, Rimbaud era un hortera diletante con ínfulas de gran poeta.

Anónimo dijo...

Leocadio, leocadio, que personajillo más interesante. Cierro los ojos e imagino:

Su mirada
Su vocecilla
Y sus gestos...sus gestos, son tremendamente enigmático.

Un abrazo...

Strawberry Roan dijo...

brokemac:
Es imposible llegar a un acuerdo con el niño Leocadio. Los acuerdos con los muertos son inviables y no sirven de nada, porque los muertos no atienden a razones y se nos presentan cuando les da la gana, sin previo aviso.
Ya me he cargado al vecino masturbador. También viene a visitarme por las noches; unas veces viene solo y otras con Leocadio. Cuando viene también araña el cristal, como Leocadio para avisarme que está tras la ventana y comienza a masturbarse, sonriéndome. Es horrible... Me pregunto si Leocadio y el vecino soy yo mismo. No sé, no lo tengo claro. De todas maneras, ¿quién será el que me pone una vaso de lejía sobre la mesita de noche todos los días cuando me voy a dormir, como si fuera una taza de chocolate caliente?

Sí, el alce es de verdad o, más bien y para ser exactos, es un alce disecado. La foto, como la anterior de los ciervos, la tomé en el museo de Historia Natural de Denver.

Lo versos que has escrito de Rimbaud le parecerían a nuestra amiga pon un poco diletantes. Para mí, en cambio, resumen perfectamente "Vorágine". Esos versos tienen la clave para entender lo que pudiera haber de ignoto en mi escrito desordenado...

Besos

Strawberry Roan dijo...

cosmonauta cristina:
A veces, la cosa que menos piensas que pueda ayudar, resulta lo contrario. Si lees los versos de Rimbaud que ha transcrito brokemac, te darás cuenta que Rimbaud puede ayudar mucho.

Strawberry Roan dijo...

devezencuando:
Nunca buscaría redención por haber dejado de sentir como un niño...

Strawberry Roan dijo...

pon:
Tú me ofreces una taza de té y yo te correspondo con un vaso de lejía. Lo que cuenta es la intención, no el contenido. La vida está llena de riesgos. De ti depende el que lo bebas o no. Yo me bebería tu taza de té con los ojos cerrados porque me fío de tu bondad. ¿no te fiarías tú de la mía?
Para este caso, mejor Los Tres Mosqueteros: "Todos para uno y uno para todos"
Veo que te ha entusiasmado la palabra diletante...

Beso, abrazo y mándale un saludo a Comunsita. Dile de mi parte que recapacite...

Strawberry Roan dijo...

r.yonose:
Siempre digo lo que quiero y nunca he negado que el de la foto no fuera un alce, así que deja de coger violetas...
Lo de la música, pues no tengo ni pajolera idea.
Y yo te digo:
Las aguas que tu vida inundan, podrían retirarse si tomaras ejemplo: un vaso de lejía a tu vecina ayudaría bastante a saltar el obstáculo de su impertinencia...

Un beso seco, un abrazo con polvos de talco o mi complicidad evaporada. Elige tú.

Strawberry Roan dijo...

pe-jota:
¿Melinda, la de Woody Allen?

Strawberry Roan dijo...

enero20:
Muy graciosa.

pon dijo...

Siempre que tenga dos cucharaditas de azúcar........

Justo dijo...

El hecho de que Leocadio arañe el cristal es totalmente indiferente a la existencia o no de un dios.. digo esto porque me he acordado del Delitos y faltas de Woody Allen, con el asesinato de Anjelica Huston, que no interfería para nada en la posterior felicidad de la familia culpable.. y eso podría interpretarse como la prueba fehaciente de que no hay dios ni justicia..
Pero yo no creo que tenga que ver, porque eso está en la mente de cada uno, como los arañazos en el cristal..

Me gustó mucho, como siempre, y más con las bandas sonoras que nos propones.

Un beso

Strawberry Roan dijo...

Efter:
Los grillos son odiosos. ¡Y mira que son feos!
Lo de odiosos, lo digo por las noches de insomnio que me han hecho pasar los hijoputas con su cric-cric-cric (que no es lo mismo que cric, cric, cric...), no aquí en Barcelona, sino en un pueblo cerca de Granada que seguro que tú conoces: Alfacar.

Un abrazo

Strawberry Roan dijo...

Marga:
Al niño que había en mí lo maté hace tiempo, pero es que me gustaría recuperarlo y no sé cómo. Creo que ya es demasiado tarde.

Beso y achuchón

Capri c'est fini dijo...

Un trago de lejía y matas al niño que llevas dentro... todos lo hemos hecho o estamos en proceso y luego siempre ese niño se aparece en tu ventana o en tu puerta insistiéndote en que lo alimentes... pero ya es demasiado tarde, el crimen está hecho y sólo te queda pagar la penitencia, que es no ser niño (idiota o no) nunca más. haz un esfuerzo y dejale entrar en la habitación alguna vez. Y por el vecino... ni lo intentes, todos los vecinos son iguales, si acabas con uno, vendrá otro en su lugar. Se multiplican. Te lo digo yo. Un abrazo.

Strawberry Roan dijo...

NEKI:
Ya, pero a lo hecho, pecho... Además, que esté escrito en primera persona, no quiere decir que yo sea en protagonista, ni de esta ni de las otras que he escrito o escriba en un futuro.
Tienes toda la razón en lo que dices. Yo me considero como uno de los más imbéciles que hay en el mundo.

Besos

Strawberry Roan dijo...

Dark Angel:
No sabía que Dalí temiera a los grillos. Pobrecitos. Supuestamente da buena suerte tener uno dentro de casa. de todas maneras, si yo veo uno caminando por el suelo de mi casa, lo aplasto de un pisotón. quizás por eso no tengo buena suerte, quién sabe.

Abrazos

Strawberry Roan dijo...

La maga:
Pues si tanto te interesa el personajillo de Leocadio, llévatelo!!!! Yo ya no puedo más con él. Quizás con tu varita mágica lo metas en cintura. Es que no sabes cómo es, me tiene desquiciado. Dios, ¡qué cruz!
Besos.

Strawberry Roan dijo...

Pon:
Dos cucharaditas de azúcar o lo que quieras.
Tráete a Comunsita, que yo me encargo de ella.

Os espero...

Strawberry Roan dijo...

Justo:
¡Qué gran película que es "Delitos y faltas"! Aunque yo ya no me fiaría mucho de las teorías de Woody Allen después de "Vicky Cristina Barcelona" (en realidad, de sus tres últimas películas, incluida "Match point").
Como me aburre hablar sobre la existencia o no de Dios, diré que Dios existe para los que crean en él y no existe para quien no crea en su existencia. Yo lo veo así de fácil.

Un beso también para ti (y no te me afranceses, ¿eh?)

Strawberry Roan dijo...

Capri c'est fini:
Tu propuesta me da auténtico miedo: ¿Debería dejarlo entrar a pesar de que al niño que maté era malo malo malísimo?

Marga dijo...

No digas que lo mataste hace tiempo, me da penita, seguro que no es verdad.

Busca bien coñeeeee!!!!!!!!, o la lejía de verdad te la pongo yo leches!!!

@ELBLOGDERIPLEY dijo...

Vaya, Verlaine, Rimbaud y el niño Leocadio:-), qué historia más misteriosa. Bueno, Verlaine no sale, nadie lo nombra, y nombrar a Rimbaud sin Verlaine...ya puestos...
Muy Bonita historia.
Besotes.

Strawberry Roan dijo...

Marga:
Creo que maté al niño incluso cuando yo todavía era niño.

Strawberry Roan dijo...

Sí, Verlaine no sale, aunque bien pudiera ser el vecino. De todas maneras te agradezco las molestias que has debido tomarte para escribir Verlaine y no Ver el ano, por ejemplo, que ya sabemos cómo las gasta tu teclado. ¿Sabes algo de la díscola Comunsita?

Besos castos

Unknown dijo...

Beso seco, por favor ...

... como se te ha podido ocurrir otra cosa ...

El tema del vecindario es delicado, CRIC,CRIC,CRIC ...

Strawberry Roan dijo...

r.yonose:
Claro, claro, ¡cómo se me ha podido ocurrir otra cosa!
Tu vecina se la está jugando, no sabe con quien está tratanto, ¿verdad?

Un beso sin lengua

brokemac dijo...

Ah, ¿pero se puede elegir?
...
Con el frío que hace fuera, me pregunto si el vecino conseguirá hacer algo más con la mano además de arañar el cristal ;)

Anónimo dijo...

"He decidido no detestar más a nadie desde que he observado que termino siempre por parecerme a mi último enemigo"
Joer tío, la paz.. de todas formas yo intentaría no parecerme a nada ni a nadie y menos a lo último.

Toda una declaración de identidad y como siempre inquietante.

Strawberry Roan dijo...

brokemac:
El vecino tiene una manera peculiar de calentarse...

Por supuesto que se puede elegir, pero siempre entre lo que yo ofrezaca.

Strawberry Roan dijo...

cristina:
No es que yo quiera parecerme a nadie, pero cada vez me doy más cuenta de que no somos únicos ni especiales, y que deberíamos mirarnos menos el ombligo. Y aunque no queramos, siempre hay alguien a quien nos parecemos o, si lo prefieres, siempre hay alguien que se parece a nosotros.
No pienso malgastar energías en odiar a nadie. No quiero odiarme a mí mismo. No creas, a veces lo consigo.