BALLENA CON JOROBA


...y una vez, no recuerdo ahora cuándo, un día nublado muy caluroso... Una gran afluencia de gente con banderitas, carnes desbordadas, y grandes ventas de refrescos en los quioscos dispersos a lo largo del malecón... Pero, si nos fijásemos más detalladamente, podríamos observar la herrumbre y los excrementos de las gaviotas como si fueran un manto podrido lanzado indiscriminadamente sobre aquel paraíso por el cual transitaba una ciudadanía educada, orgullosa, occidental (las banderitas, las banderitas...), a lo Susan Sontag. Así, poco más o menos, discurría aquel día de verano... En efecto, una postal. Y en ella, oculta entre no importa qué personas, ni el lugar exacto, una figura oscura parecida a un submarino, a una ballena con joroba... Nadie reivindicó el atentado y sólo ella supo por qué lo hizo. Realmente, no odiaba a nadie en particular; pero el odio ennegrecía su sangre y quemaba su piel. Una piel que ni siquiera el paso de los años logró curtir. Piel de seda nunca acariciada por el sol... Cuando se miraba la cara en el espejo, no se reconocía. Era una cara dura, inexpresiva, distinta, como si llevara encima el cadáver de otro. (¿Fue siempre así? Es posible que no, porque recordaba que unas venitas rojizas atravesaban sus párpados superiores y hacía tiempo, no sabía cuánto, ni yo sabría decirlo, que habían desaparecido.) ¿Desde cuándo aceptaba sin rebelarse una vida sin sueños, sin deseos y sin esperanza? No estaba para ideas neutras. Cada día que despertaba notaba un poco más de mal en el mundo. Empezó a desechar el instinto de conservación. No esperó el momento, su momento, para proponer algo, no sé qué. Tenía su voz. Ella misma se bastaba. Ella ya tenía su plan. Los demás pagarían caro no ser sordos ni mudos... Se consideró el centro, la razón y el resultado del tiempo. Nuestro tiempo. ¡Qué nostalgia el Paraíso! Una eternidad sin vida, una vida muerta, tranquila... Perdió algo, no sabemos qué. Sólo sabemos que perdió algo porque le era imposible llorar; es esa imposibilidad de llorar la que conserva el gusto por las cosas y las hace existir todavía. En su recuerdo hubo algún tormento que provocó el odio hacia los demás. ¿Le era imposible imaginar la vida de los demás, si hasta la suya le parecía inconcebible? Cuántos secretos... En el fondo de su armario guardaba su mayor secreto... Intentaba recordar algo que realmente le hubiera apetecido hacer o que hubiera deseado intensamente. Nada. Nada le importaba. Nada especialmente. Sólo sentía un vacío enorme dentro de ella, sólo silencio. Para ella, la dicha no estaba en el deseo, sino en la ausencia de deseo, y más exactamente en el entusiasmo por esa ausencia. Aquel día... Estaba inmóvil, bajo el calor, viendo pasar a las alegres muchachas de senos puntiagudos bajo las blusas ligeras. A los hombres enseñando los torsos oscuros por las camisas entreabiertas. Pero ya no le importaba, ya no. Le hirió el sol en la cara como una espada. El piar de los pájaros fue como un insulto para ella, y los gritos de los niños, una agresión. Se detuvo indecisa al borde de la calle, aturdida por un griterío inesperado. Ya no se movió. Se quedó quieta. Comprendió que en una o dos décimas de segundo iba a convertirse de verdad en el cadáver que tantas veces había creído ser. Miró al cielo. Los preparativos y la sensación de seguridad ejercieron una influencia benigna sobre su espíritu. Cerró los ojos durante un instante para tomar aire y los volvió a abrir: vio a unos niños en la acera de enfrente con sus ojitos tiernos y los pájaros interrumpieron su canto por la explosión. Un velo hecho de cuervos, como por arte de magia, eclosionó ofreciendo colores nunca vistos (porque cada vez es diferente). Se inflamó un naranja carnoso y antinatural, vaporoso e ingrávido. El momento se iluminó como los cuadros de antiguos maestros, donde flotan nubes de delicado plumaje: una luz peregrina sobre el oleaje sanguinolento. Se encendieron amapolas en el cielo y se apagaron los corazones como si algún dios, no sé si desde las alturas, pero sí desde muy lejos, apretara el OK de un mando a distancia. La ensordeció el ruido y comprendió que estaba muerta. No importaba que siguiera moviéndose. Estaba muerta. Se preguntó desde cuando había dejado de oírse, de sentirse a sí misma entre todo lo que la rodeaba. Seguía moviéndose, sin embargo, como las aves decapitadas... Se suspendió la vida en ese instante. Todo menos ella, que empezó a vivir de nuevo. Se le despertó un carácter místico... Y volvió a oírse en el silencio que la rodeaba y a sentir el mundo en ella y en torno a ella, y supo exactamente lo que había perdido, lo que había desaprovechado tontamente. Yo diría que se dio cuenta de que las razones que la impulsaron a hacer lo que había hecho eran las mismas que hubieran podido disuadirla. Se le hizo patente la belleza de todo lo que la rodeaba. Recordó la tierra donde había nacido, lejos de allí. Y el mar. Descubrió todo. Todo. Quiso detener el tiempo y volver hacia atrás. Por un momento vio a mucha gente que la miraba horrorizada, aunque ella no sabía que no la estaba viendo en ese momento, sino que era el recuerdo perpetuo de lo último que sus ojos fotografiaron. Recordó que abrió la boca para decirles algo, pero sólo le salió un grito de rabia justo en el momento de la explosión... No había un antes y un después. Era todo. Y todo mezclado. La envolvió un torbellino que la elevó y derribó al mismo tiempo. Sintió un vacío enorme dentro de ella, un temblor profundo, como si fuera deshilachándose. Fue olvidándose del porqué de todo aquello. Y pidió perdón, aunque no sepamos a quién... Las gaviotas del malecón, locas, levantaron el vuelo huyendo de la polvareda ocre y lanzaron unos chillidos penetrantes, robados probablemente de las almas muertas. Después de la explosión, sobrevino un silencio espeso. Y luego, más silencio todavía... Más tarde, no sé cuánto tiempo después, pero por fin, un estallido liberador estremeció el aire y sobrevoló, como un buitre hambriento: un helicóptero incansable, que fue gravitando majestuosamente hacia la postal destruida, como si fuera la paloma del Espíritu Santo, libélula curiosa, desplazando el aire malsano, soplando contra el veneno, ahuecando, removiendo dolores aspados; educado, al fin y al cabo.

13 comentarios:

pon dijo...

Es que me dejas sin palabras.

Anónimo dijo...

Pruebas de fuego para comentarios ¿eruditos? jajaja ¡pero si no me entero! qué complejo por dios!

suerte la mía de recibir la iluminación, aaaaaaaaaaahhhhhhhhhh,
vaaaaaaaaaaale, ¡pero si es muy fácil! ¿¿¿¿¿???????
qué hijaputa!

Marga dijo...

Ni que estuvieras en su piel, joerrrrr...

Esto debe ser lo más parecido a la realidad de quién regala su vida por nada, sólo para joder a los demás.

En fin, triste post corazón, pero que cierto...

Besitos

hermes dijo...

Creo que aquí el erudito, el que sabe expresarse y relatar una historia como esta, eres tu, nosotros solo disfrutamos de tus escritos.

Un abrazo

devezencuando dijo...

El retrato de un momento en el tiempo...

Finalmente sólo queda el silencio...

CRISTINA dijo...

La música que hoy suena en tu blog llena de paz, de tristeza, pero de paz.
Pero tus escritos son tan inquietantes...

Saludos.
Sigo escuchando.

Javier dijo...

Realidades que se nos escapan, huyen de nosotros, dolores ajenos que crecen en silencio generando odios tan fuertes que acaban devorando a quien los sufre, un relato para la reflexión.

No se si esta era tu idea, pero me lleva a preguntarme sobre tantos suicidas que por una u otra causa se inmolan.

Anónimo dijo...

Un post de verdad Straw. Esto es muerte y carne real.
Escribas lo que escribas no dejas de maravillar.

@ELBLOGDERIPLEY dijo...

La mujer sola, muerta en vida y viva en sueños que explota..., me he quedado impresionado Strawberry, por la precisión, el aire envolvente y evocador del relato...Como siempre con un algo de misterioso, enigmático, apasionante para el lector...
Besotes.

NEKI dijo...

sin palabras... tan bueno como siempre tus post "a criterio personal",te comento que así los bautice hace rato, me hacen trabajar la cabeza , viajar muy lejos, reflexionar e imaginar situaciones diarias que tal vez se encuentran tan lejos y cerca de mi entorno. excelente relato, triste, duro... pero lograste darle vida a la muerte y a los lectores la seguridad de que aún estamos vivos. un abrazo

FASB dijo...

A veces es tan difícil perdonarnos, tan difícil olvidar todo y sentirnos del revés...

No puedo estar de acuerdo con que la música que pones hoy es triste. Satie, al menos, es análgésico, pomada de la buena.

abrazo

FASB dijo...

Por cierto, no entiendo muy bien la imagen de gente con banderas, civilizada y occidental a lo Susan Sontag. ¿Es Susan las tres cosas? No me lap uedo imaginar con banderas tipo viva el cuatro de Julio

El César del Coctel dijo...

La bendita muerte; tan bella y dulce que nadie se resiste a ella. Si, nadie, ni siquiera esta mujer; ni siquiera para quien no existían colores ni razones. La muerte apasionada le muestra el color de la vida... hace eterno el éxtasis, saca de su alma tanta belleza... solo ella; solo la muerte