
1. Anormalia tremebundi
Habrá una vez un fallo primigenio e incuestionable que se llamará Obduilio. Ya antes de nacer sus padres lo intuían. Reptilia Habitualia le rezaba todas las noches a Él. Perdóname, decía, perdónanos por dejar que Otilio y yo nos dejáramos llevar por la pasión. Dame el derecho de ser madre, pero no así, reclamaba Reptilia bajo la gran fotografía del Creador. No permitas que esté embarazada, suplicaba. Habían hecho el amor como lo hacían antiguamente, como animales. Lo había leído y había visto fotos de la época. Se dejó llevar. Se dejaron llevar entre risas. El caso es que lo pasaron bien y eso a Reptilia le parecía pecado… Cuando salieron del ascensor en el piso trescientos, a Reptilia le sudaban las manos. Se lo hizo notar su compañero, que le preguntó si estaba nerviosa. Ella estaba embarazada y no se había sometido a la terapia génica por la que tuviera que estarlo. No te preocupes, le dijo Otilio Cincel, todo saldrá bien. Reptilia se arrepentía de haber estado hurgando en los archivos de la biblioteca en donde trabajaba. Fue así como descubrió el motivo por el cual ahora le sudaban las manos. Fue allí, fuera de las horas de trabajo, en donde Reptilia se embruteció y vio aquellas fotografías antiguas bajo aquella tenue luz amarillenta del departamento de archivos, en soledad, asombrada. Y se dejó llevar, te lo juro, rezaba, me dejé llevar, yo no sabía… Otilio, dijo Reptilia a su compañero cuando estaban a punto de entrar en la consulta del doctor Cordelio,…vayámonos. Él también estaba nervioso, sabía que habían hecho algo prohibido. No es que estuviera expresamente prohibido en alguna ley del Código, pero lo cierto es que crían que no tenían que haber hecho el amor como dos animales. Pero Otilio también lo pasó bien y no se arrepentía de nada. Reptilia, le contestó él apretándole, aún más, la mano sudada para darle ánimos, ya es tarde para dar marcha atrás, atengámonos a las consecuencias. Estoy mareada, dijo ella. Tranquila, Reptilia, tranquila, le dijo él. ¿Y dicen que han perdido los formularios de las visitas anteriores? Yo no recuerdo que hayan venido por aquí ninguna otra vez, amenazó el doctor Cordelio Delirio a la pareja. Reptilia se sintió perdida, a punto de llorar, pero Otilio supo defenderse: somos de otro lugar, hace poco que vivimos aquí, en Bracleona, y con el traslado los hemos perdido. Ya, dijo el doctor y Reptilia se desmayó. En veinte años que llevo ejerciendo la profesión, a ninguna de mis pacientes le ha pasado esto, dijo el viejo Cordelio, ¿debo pensar que…? No, dijo Otilio, mientras intentaba reanimar a su compañera, ayúdeme…, ayúdenos. Yo estoy dispuesto a ayudarlos, pero si han desobedecido alguna norma, y yo creo que sí, deberán atenerse a las consecuencias, dijo el doctor Cordelio, mientras ayudaba a Otilio a poner a Reptilia sobre una camilla. Bajo una gran fotografía del Creador, Reptilia iba recobrando el sentido. ¿Qué ha pasado?, preguntó, asustada, al despertar. Lo que ha pasado es típico de un embarazo no génico, dijo el doctor, un embarazo “normal” no tiene ningún efecto secundario, señorita. Lo hicimos sin pensar, lloraba Reptilia. Sí, lo hicimos sin pensar, repitió Otilio. Bueno, no es cosa mía, a ver señorita… ¿señorita?, preguntó el doctor Cordelio. Reptilia, dijo ella. Reptilia Habitualia, confirmó Otilio. Muy bien, señorita Habitualia, dijo el doctor mientras cogía una barrita plana de metal, abra la boca y diga tiquismiquis. Reptilia abrió la boca todo lo que pudo y llegó a decir algo así como hac, y después se puso a llorar. No puedo, no puedo decir tiquismiquis con la boca abierta, decía desconsolada. No te apures, todo se arreglará, le dijo Otilio intentando calmarla y se dirigió al doctor Cordelio, ¿es grave, doctor?, que respondió: no, no es grave, le dijo, veremos lo que se puede hacer…, y no llore usted señorita Habitualia, que todo se arreglará. ¿Usted cree?, sollozó Reptilia, ¿cree usted que saldrá negro, doctor? Él, dijo Cordelio señalando la fotografía del Creador, no lo permitiría; recuerde que estamos hechos a su imagen y semejanza, señorita Habitualia. Y ahora, cierre la boca y diga Alabama. Reptilia cerró la boca y se esforzó todo lo que pudo para decir Alabama, pero sólo llegó a decir algo así como mmmm, y se puso a llorar de nuevo. Otilio abandonó a Reptilia dos días después y jamás volvió a verla.
2. Desigualio & disímilo
Obduilio nació blanco, pero sin piernas, después de un parto difícil para Reptilia, que rezó todas las noches hasta el día en que dio a luz, ante la imagen del Padre desgastada por los rayos de luz que incidían de tres a cuatro de la tarde los días soleados sobre ella y que a través de la ventana de su habitación se filtraban. Cualquier cosa, le pedía, cualquier cosa antes de que nazca negro. Por eso, cuando el pequeño Obduilio nació y lo vio blanco, como todos, a imagen y semejanza de Él, se sintió aliviada, aunque no tuviera piernas. Gracias, pensó, gracias por darme lo que no merezco. Reptilia le estaría eternamente agradecida por no haberle castigado su osadía. Obduilio no se sintió diferente. No. No, hasta que empezó a “andar” con los brazos. Lo hacía con total destreza, pero se sentía distinto a los demás, que tenían un par de extremidades más. Cuando iba por la calle, los demás lo miraban, condescendientes. Sólo su amiga Sutilia, que vivía al lado, lo trataba con normalidad, pero quizás fuera muy pequeña para comprender y asimilar la hipocresía de la gente. Por eso la doña Habitualia dejaba que ella se acercara a su hijo, pues él también era pequeño y no comprendía ciertas cosas. Por ahora, está bien así, pensaba, es mejor que siga sin comprender ciertas cosas. Las cosas que la atormentaban secretamente. Reptilia sabía que no era sincera toda aquella bondad que los demás mostraban hacia su hijo, pero prefería eso al rechazo y respondía amable a cualquier gesto. Pobrecito, decían mientras le acariciaban la cabeza. Sí, respondía Reptilia, tuve un embarazo normal. O, Él lo tiene presente, decían mirando al cielo, para Él, todos somos iguales, sentenciaban, y Reptilia asentía misericordiosa, lo sé, lo sé… Pero lo que más irritaba la doña Habitualia era cuando decían, algo hay que hacer. Aquella frase la dejaba bloqueada, no sabía qué contestar. ¿Qué era lo que había que hacer, pensaba Reptilia? ¿Qué es lo que hay que hacer?, le preguntó Obduilio a su madre un día, camino de la consulta del doctor Cordelio, que se había hecho cargo de la salud de Obduilio desde el día en que nació. No sé, mi amor, le respondió ella, pero no te preocupes por eso. Mira, ya hemos llegado, dijo Reptilia a Obduilio cuando llegaron al piso trescientos en el que tenía la consulta el doctor Cordelio Delirio. Después de la visita podrás jugar con tu amiga Sutilia, y recuerda que lo primero que tienes que decirle al doctor es que ya puedes decir mi mamá me mima sin juntar los labios, pórtate bien, ¿eh? Pero Obduilio seguía pensando en qué era lo que había que hacer. Se lo preguntaría a su amiga Sutilia, pensó, quizás ella lo supiera. ¡Cuánto tiempo, doña Habitualia! A ver, Obduilio, dijo el doctor Cordelio, di al revés Lola lee a la lela Lula e hila el hilo lila de Lalo y Loli. Pero en vez de responder lo esperado, Obduilio miró la imagen del Creador colgada en una de las paredes de la consulta y dijo: dígame doctor, ¿por qué yo no estoy hecho a imagen y semejanza de Él? El doctor Cordelio miró a Reptilia sin saber qué responder y ésta se puso a llorar. Es ella, decía, es ella que le llena la cabeza de maldades, lloraba Reptilia refiriéndose a la amiga de su hijo. Vamos, vamos, señora Habitualia, cálmese, le dijo el doctor antes de que ella se desplomara.
3. E pasan anualia
No me quieres, le decía Obduilio a su amiga Sutilia. Sí que te quiero, le respondía ella. Me estás mintiendo, decía él. Eres tú el que no me quiere, se quejaba Sutilia. Te quiero como el desierto quiere al agua, se defendía él. Y yo, como el carbón quiere al fuego, decía ella. Demuéstramelo, la retaba Obduilio. ¿Cómo?, preguntaba ella, a punto de llorar ¿A qué jugáis?, preguntaba Reptilia cuando abría la puerta de la habitación de su hijo Obduilio. Y así siempre, un día tras otro: no me quieres, le decía Obduilio a su amiga Sutilia. Sí que te quiero, le respondía ella. Me estás mintiendo, decía él. Eres tú el que no me quiere, se quejaba Sutilia. Te quiero como la nube quiere al viento, se defendía él. Y yo, como la marea quiere a la luna, decía ella. Demuéstramelo, la retaba Obduilio. ¿Cómo?, preguntaba ella, a punto de llorar ¿A qué jugáis?, preguntaba Reptilia cuando abría la puerta de la habitación de su hijo Obduilio. Y así siempre, una semana tras otra: no me quieres, le decía Obduilio a su amiga Sutilia. Sí que te quiero, le respondía ella. Me estás mintiendo, decía él. Eres tú el que no me quiere, se quejaba Sutilia. Te quiero como el dolor quiere al bálsamo, se defendía él. Y yo, como el tiempo quiere a las horas, decía ella. Demuéstramelo, la retaba Obduilio. ¿Cómo?, preguntaba ella, a punto de llorar ¿A qué jugáis?, preguntaba Reptilia cuando abría la puerta de la habitación de su hijo Obduilio. Y así siempre, un mes tras otro: no me quieres, le decía Obduilio a su amiga Sutilia. Sí que te quiero, le respondía ella. Me estás mintiendo, decía él. Eres tú el que no me quiere, se quejaba Sutilia. Te quiero como la abeja quiere a la flor, se defendía él. Y yo, como la melancolía quiere a los recuerdos, decía ella. Demuéstramelo, la retaba Obduilio. ¿Cómo?, preguntaba ella, a punto de llorar ¿A qué jugáis?, preguntaba Reptilia cuando abría la puerta de la habitación de su hijo Obduilio. Y así siempre, un año tras otro, hasta que un día, Reptilia le dijo a la amiga de su hijo: demuéstraselo, Sutilia, demuéstraselo…
4. Bondalia y quereres
Si quieres que te crea y quieres a Obduilio de verdad, ya sabes lo que tienes que hacer, le dijo Reptilia a la amiga de su hijo. Para que veas que te quiero y siempre te querré, fue lo que le dijo Sutilia a Obduilio al día siguiente, cuando el doctor Cordelio le cortó las piernas. ¿Cómo ha podido hacerle una cosa así a Sutilia?, fue lo que preguntó Obduilio al doctor Cordelio, que no le respondió. Voy a crear una ONG para discapacitados, se dijo a sí misma Reptilia, ahora que mi hijo no es único en el mundo. Soy tan buena, pensó Sutilia, pero más buena es Reptilia por querer ayudar a los discapacitados. ¿Una ONG?, preguntó el doctor Cordelio, ¡qué interesante!, aunque hay pocos a quien ayudar. Por el momento, dijo Reptilia a Cordelio. Por el momento, dijo Cordelio a Reptilia, guiñándole un ojo. ¿Tú me quieres?, pregunto Sutilia a Obduilio. ¡Hay tantas cosas que hacer en este mundo perfecto!, pensó Reptilia. Nada de usted, le dijo un día Cordelio a Reptilia, tratémonos de tú. Socio, le dijo un día Reptilia a Cordelio. Socia, le contestó él, ruborizado. Una rampa por aquí, otra por allá, pensaba Reptilia. Hace dos días que no me traes a nadie para cortarle las piernas, le dijo un jueves el doctor Cordelio a Reptilia. No es tan fácil, contestó ella. Dime la verdad, Obduilio, ¿tú me quieres?, volvió a preguntar Sutilia. Hoy a muerto uno en la operación, hay que esconder el cuerpo, se quejó el doctor Cordelio. Escaleras mecánicas y cintas transportadoras, pidió Reptilia. No me quieres, decía Sutilia. No me caben más piernas en el congelador, se quejaba Cordelio. Ascensores telepáticos, pensó Reptilia. Hoy llueve y estoy triste, dijo Sutilia con la frente pegada al cristal de la ventana, mientras pensaba en Obduilio. Cásate conmigo, le dijo un día el doctor Cordelio a Reptilia. Sí, quiero, dijo ella dos días después. No me quiere, pensaba Sutilia, mientras mantenía el equilibrio en lo alto de un acantilado embestida por el fuerte viento. Casas adosadas de una sola planta, ordenó Reptilia. Y un crematorio, sugirió el doctor. Y un crematorio, confirmó Reptilia. No me quieres, se quejó Sutilia. Bracleona, Sede Mundial del Discapacitado Medio, propuso Reptilia, y se lo aceptaron. No me quiere, dijo Sutilia con el último pétalo arrancado de una margarita, en los dedos de su mano temblorosa. Cordelio, Reptilia, Sutilia. Cordelio, Reptilia, Sutilia. Simposios, masajes terapéuticos, no me quiere. Asambleas, uniesquíes, no me quiere. Misiones, congresos, reuniones. Nada de ONG; OG, sin la “N”, que pague el gobierno. No me quiere, no me ama, no me hace caso. Cámaras, parlamentos, diputaciones, ayuntamientos. Cuenta bancaria para las bondadosas donaciones de nuestra concienciada sociedad (desgravan en las declaraciones de bienes e inmuebles anuales). Sería capaz de cortarme los brazos para demostrarte que te quiero. Senados, dietas, estipendios, honorarios, jornadas, diputaciones. Obligatoriedad en las aportaciones a la causa (no desgravan). No me quiere, no me quiere, no me quiere, no me quiere… Conferencias, concilios, tertulias, cenáculos, círculos, generalidades, comisiones, juntas, organismos, representaciones, consejos, auditorios, viajes, embajadas. Pásese por nuestra consulta y sus piernas le serán sesgadas sin dolor, recuerde que ahora, es usted el discapacitado. Sutilia llora al lado de una copa de vino. Toma un último sorbo y coge el sacacorchos con el que ha abierto la botella. Ha bebido mucho, y piensa que Obduilio no la quiere. Mira el tirabuzón que sostiene en la mano. Ante la imagen del Creador, reza: perdóname, tú que has hecho tanto por nosotros y que todo te debemos, dame la paz. Sutilia se clava el descorchador en el pecho y deja de llorar. Su corazón sale con el torniquete cuando ella misma tira de la palanca y cierra los ojos y muere pensando en Obduilio. Pobre Sutilia, dijo el doctor Cordelio en el funeral. Era rara, dijo Reptilia, y además, nunca supo demostrarle a mi hijo que lo quería, y eso demuestra que no lo amaba tanto. Es verdad, dijo el doctor. Voy a llorar un poco, dijo Reptilia, que es lo que toca. Pero no te desmayes, que eres propensa, le advirtió Cordelio. Es que soy tan buena, que todo me afecta, no tengo la culpa, se defendió ella, ¿dónde está Obduilio? ¡Obduilio, Obduilio!, gritaba Reptilia ¡Ah, estás aquí! ¿Tú no lloras, mi amor? Deberías… Cordelio y yo hemos pensado que te vamos a implantar unas piernas, ¿o se dice injertar?, bueno, que más da, ¿no estás contento? Por lo menos podrías llorar de felicidad, qué van a pensar los demás, ¿qué me oyes?... ¡Basta!, gritó Obduilio. ¡Basta!, volvió a gritar. ¡Basta, basta, basta!, dijo, y se golpeó el pecho con los puños cerrados.
5. Tripanosoma espantualia