Entra
Macbeth en uno de los aposentos de Inverness. Es noche cerrada y la luna llena
se ve a través de una pequeña ventana enrejada en lo alto de una de los gruesos
muros del castillo. Se sienta, abatido, en la única gran silla de madera con
grandes tachuelas que hay en la sala. Tras unos segundos en que permanece
sentado se levanta y clama.
MACBETH:
(Con
las manos en la cabeza.) ¿Cómo he de quitarle la vida a quien cada
noche me la da a mí? (Con las manos en el pecho.) ¿He de
privarme del mayor placer que en la vida tengo a cambio de una corona que ni
siquiera quiero? (Con las manos en la cintura.) ¿Es mi mujer la que me empuja a
cometer este asesinato atroz? (Con una mano en la cintura quebrada y con
la otra bajo la barbilla.) ¿No soy yo más mujer que mi propia mujer? (Con
las manos hacia el cielo.) ¡Maldigo a las brujas que aventuraron que
rey había de ser, pues no es eso lo que deseo, sino reina de este reino, en
todo caso! (Coge unas gasas y tules de colores y se pone a bailar y a dar vueltas
como una bailarina, muy afectado. Irrumpe, de pronto, Lady Macbeth en la
estancia, dando un portazo al ver que su marido no la ve y sigue bailando como
si tal cosa.)
LADY
MACBETH: (Interrumpiéndole.) ¿En qué andas?
MACBETH:
(Sorprendido,
para en seco e intenta disimular.) No ando, sino que bailo.
LADY
MACBETH: (Suspirando.) Ya lo veo, pues ciega no soy, que lo malo y lo
bueno mis ojos lo ven, aunque no quiera y me repugne lo visto.
MACBETH:
(Apuntándola
con el dedo repetidamente.) Ya que lo ves, no preguntes lo evidente,
pues no hay tiempo que desperdiciar si cierto e incuestionable es lo que entra
por tus ojos.
LADY
MACBETH: Pues ya que lo dices, te diré sin demora aquello que evidencian mis
sentidos.
MACBETH:
¿Y qué es lo que tus ojos ven, aún sin quererlo?
LADY
MACBETH: Ven que eres todo un bujarrón.
MACBETH:
¿Bujaqué?
LADY MACBETH: Bujarrón.
MACBETH:
Extraña palabra, aunque nada bueno quiera decir por el tono en que de tus
labios ha salido. ¿Digo bien, esposa mía?
LADY
MACBETH: Bien dices.
MACBETH:
Entonces, sácame de la incógnita que flotando en el aire ahoga mi
entendimiento...
LADY
MACBETH: De sobra sabes que sé que lo sabes de sobra.
MACBETH:
Imaginarlo puedo, aunque de mis dudas debieras sacarme, que es por ti esta
inseguridad que me subyaga y por la que
anhelo pronta respuesta.
LADY MACBETH: (Gritando.)
Pues que eres un
moña, vamos.
MACBETH:
¿Qué es lo que me quieres decir con esos vocablos cuyos significados no
entiende mi desacostumbrado cerebro, pues ante la pronunciación de semejantes
sonidos ni un nervio se inmuta?
LADY
MACBETH: (Despectiva.) Que eres maricón perdido.
MACBETH:
¿Maricón?
LADY
MACBETH: Más que el señor Tzu que se creía mariposa.
MACBETH:
(Afectado.)
Soy sensible y de ese señor del que me hablas mi razón no tiene conocimiento,
aunque si me comparas con él, persona noble ha de ser.
LADY
MACBETH: (Andando de un lado para otro, nerviosa.) Me da exactamente
igual lo que seas y a quien conozcas, pero esta noche tienes que matar al rey,
según lo acordado.
MACBETH:
¿Acordado por quién?
LADY
MACBETH: ¿Por quién? Bien sabes que lo manda el destino.
MACBETH:
De buen grado lo burlaré, pues no hay nada imposible en este mundo que no se
pueda evitar, excepto la muerte.
LADY
MACBETH: (Satisfecha.) Tú mismo lo has dicho: la muerte. La de Duncan.
MACBETH:
(Con
las manos en el corazón, gimoteando.) ¿La de mi Duncancito? No puedo, le amo.
LADY
MACBETH: ¿Duncancito? ¡Debí imaginármelo!
MACBETH:
Sí, le amo, y él también a mí.
LADY
MACBETH: El destino se burla de ti y castiga tu oprobio.
MACBETH:
Ya te he dicho que no lo voy a matar.
LADY MACBETH: (Histérica.)
¡Pero yo quiero ser reina!
MACBETH:
(Más
histérico que ella.) ¡Yo también! Es más, casi lo soy. Las noches que
paso junto a mi Duncan, lo demuestran...
LADY
MACBETH: (Conciliadora.) Tú tienes que ser el rey y yo la reina.
MACBETH:
(Con
las manos en la cintura, empecinado.) Yo también quiero ser reina.
LADY
MACBETH: (Exageradamente.) ¡Dios mío! ¿Qué he hecho yo para que
compliques mi vida con trabas de tal calaña que como vencejos de mal agüero
anidan en el juicio de mi otrora bien
amado marido?
MACBETH:
(Animado.)
¡Qué bien hablas!
LADY
MACBETH: Calla, so maricón, no me interrumpas, que estaba inspirada.
MACBETH:
Pero qué quieres que haga. ¿No sería acto ruin que de mis manos saliera la
muerte para quien más amo en el mundo?
LADY
MACBETH: Tonterías. Todo pasa, todo pasa...
MACBETH:
La muerte de Duncan, sería también mi muerte.
LADY
MACBETH: Encontrarás a otros que te colmen de placer con su enorme espada.
MACBETH:
Ninguno como mi Duncan.
LADY
MACBETH: Mira, ya me estoy hartando de tanta tontería y de tantos miramientos.
Esta noche vas y matas a quien impide que yo sea reina.
MACBETH:
No podría hacerlo, no podría.
LADY
MACBETH: Podrás, ya lo verás.
MACBETH:
Él lo es todo para mí...
LADY
MACBETH: ¿Y yo qué soy?
MACBETH:
No sé, ¿un estorbo?
LADY
MACBETH: (Reprimiéndolo, agresiva.) No desprecies lo que se te ha
otorgado a bien, pues despojado de ello puedes quedar, si no cumples lo que se
te manda.
MACBETH:
Déjate de rollos que a mí no me la das. No voy a matar a mi Duncan sólo porque
me porfíes a que haga lo que nunca en mi sano juicio haría.
LADY
MACBETH: Mientras yo pueda ser reina no cejaré en tal empeño, ni me importa si
loco has de estar...
MACBETH:
Miedo me das, mujer...
LADY
MACBETH: ...ya que el placer en mí ni encuentras ni buscas como ha de
inquirirlo y hallarlo un hombre.
MACBETH:
(Suspirando.)
Es que Duncan es mucho Duncan.
LADY
MACBETH: (Haciéndose la víctima.) Ahora sé por qué pasaba sola todas las
noches en mi cama guardándote con celo lo que tú das en la menor ocasión...
MACBETH:
Es que la ocasión no es menor, ni mucho menos. (Suspirando, otra vez.) Ya
te he dicho que Duncan es mucho Duncan.
LADY
MACBETH: (Clamando, con los brazos levantados.) ¡Oh, pobre de mí, que ni
siquiera levanto pasión a quien de mí falsamente lo pidió y de por vida me he
dado!
MACBETH:
(Suspirando
más fuerte, todavía.) Duncan es mucho Duncan.
LADY
MACBETH: (Con el dorso de una mano en la frente y con la palma de la otra en el
corazón.) Sí, ya me lo has dicho, no hace falta que te repitas, pues
tus necias palabras no caen en el olvido, sino que se clavan como flechas en
el, ya de por sí, débil y herido corazón. Con tus palabras lo hieres igual que
nunca heriste en mí como un hombre ha de hacerlo, dicho sea de paso y ya que
viene al caso.
MACBETH:
(Con
el puño cerrado de una mano en la cintura.) Perdona que te lo diga,
pero a mí no me la das, pues aunque digas las cosas de paso y aún viniendo al
caso, yo ni una te paso y no te hago ni caso.
LADY
MACBETH: El valor hace al hombre poderoso y la mujer lo ayuda con la ambición.
No es tanto lo que pido, ¿no crees? Deja que tu valor y mi ambición actúen
juntos en el devenir de los hechos futuros e inamovibles de la Historia
imperecedera.
MACBETH:
No empieces a hablar así, que sabes que me da miedo. No haré tal cosa a mi
Duncancito.
LADY
MACBETH: (Dándose media vuelta.) Bujarrón.
MACBETH:
Y tú, ordinaria.
LADY
MACBETH: ¡No se hable más! Hoy seré una ordinaria, pero mañana seré reina. Toma
(da
un puñal a Macbeth) y cumple lo que el destino ha mandado.
MACBETH:
(Mirando
el puñal, horrorizado, intenta devolvérselo.) Pareciera que la voz del
destino obligada estuviera a salir de tus labios.
LADY
MACBETH: (Rechazando el puñal.) De mis labios no sale más que lo que la
razón manda.
MACBETH:
(Intenta,
de nuevo, devolvérselo.) Una razón codiciosa.
LADY
MACBETH: (Rechaza otra vez el puñal.) Mi razón no es ambiciosa ni
interesada, sino justa.
MACBETH:
(Abdicando.)
Si tú lo dices...
LADY
MACBETH: Yo lo digo. No se hable más y actúa. (Sale dejando a Macbeth con el puñal en la mano.)
MACBETH:
(De
rodillas, abatido.) Ella quiere que demuestre lo que no soy, pues no
hay perra en celo que mate ni se haga de rogar a quien de sus manos come y
recibe cariño. Más no puedo negar que cierta razón tiene cuando me asemeja a
una flor y es verdad que me gusta un
miembro más que un aldabón a una mano experta en el reclamo.
Entran
en la sala los hijos del rey, Malcolm y Donalbain, vestidos con ropa de mujer y
cogidos de la mano. Muy afeminados.
MALCOM:
Oing, Macbethcito, ¿qué te pasa, de tal forma te encuentro que te pregunto de
tal manera?
DONALBAIN:
Sí, dinos cual es el motivo de tu terrible desventura que ante nuestros
atónitos ojos pareciera acontecer y, de hecho, observamos no sin cierto pesar
en nuestros corazones.
MACBETH:
(Intentando
sobreponerse.) Bien decís que desdichado soy, pues la fortuna lejos de
mí se halla. Desgraciado de mí si obligado a cumplir estoy lo que el destino
manda.
DONALBAIN:
Dinos pues el motivo por el cual crees que el timón gira hacia mal puerto y la
cornucopia aspira tu abundancia.
MALCOLM:
Eso. Cuéntanos.
MACBETH:
No sé cómo.
DONALBAIN:
Con sinceridad.
MACBETH:
No sé si sabré.
MALCOM:
Sabrás.
MACBETH:
No sé si debiera.
MALCOLM:
Debes.
MACBETH:
No sé si puedo.
DONALBAIN:
Puedes.
MACBETH:
No sé si quiero.
DONALBAIN:
Quieres.
MACBETH:
No sé si es el momento.
MALCOLM:
Es el momento.
MACBETH:
No sé si es el lugar.
DONALBAIN:
Es el lugar.
MACBETH:
¿El apropiado?
DONALBAIN:
El apropiado es.
MACBETH:
No sé si...
MALCOLM:
(Interrumpiéndolo,
nervioso.) Bueno, ¿lo vas a decir o no?
MACBETH:
No.
DONALBAIN:
Dilo, hombre.
MACBETH:
Que no.
DONALBAIN:
Venga, dilo.
MACBETH:
Es que me da vergüenza.
DONALBAIN:
Vergüenza no es palabra noble en tus labios.
MALCOLM:
Sé valiente y dinos, de una vez, el motivo de la desgracia que atormenta tu
alma y mantiene en vilo a las princesas.
MACBETH:
¿Princesas? ¿Qué princesas?
MALCOLM:
Pero, Macbethcito, ¿no han visto tus ojos lo que somos?
DONALBAIN:
¡Somos princesas! ¡Y nos lo pasamos tan bien...!
MALCOLM:
Di que sí, hermanita...
MACBETH:
(Contrariado.) Ah, ¿pero a vosotros también sentís aprecio por lo
que más aprecio tienen los hombres de sí mismos?
DONALBAIN:
Nos bastamos con nosotros mismos.
MALCOLM:
Sí. Con ser princesas ya nos basta, que es lo que nos gusta.
DONALBAIN:
Yo amo a mi hermano.
MALCOLM:
Y yo, también, ¿verdad que sí, Doni?
DONALBAIN:
Sí, hermanita.
MACBETH:
¡Pues, vaya! ¡Cómo está Escocia!
MALCOLM:
Está como está... Hay que ser modernas.
DONALBAIN:
Y consecuentes.
MACBETH:
¿Consecuentes con qué?
DONALBAIN:
Con todo.
MALCOLM:
Por cierto, ¿vas a decirnos qué era lo que te pasaba?
MACBETH:
Bueno, tal como están las cosas, creo que puedo decíroslo.
MALCOLM:
Pues, dinos.
DONALBAIN:
Eso, dinos.
MACBETH: Os digo...
MALCOLM:
¡Dilo ya!
DONALBAIN:
Yo con estas cosas, no puedo, no puedo...
MALCOLM:
¡Yo, es que me pongo histérica!
MACBETH:
Mi esposa dice que tengo que matar a vuestro padre, pues el destino lo manda e
ineludible es la terrible acción.
DONALBAIN
y MALCOLM: (Muy asustados, con las manos en el pecho.) ¡Oing!
MACBETH:
Pues, eso.
MALCOLM:
No es que no nos importe el destino, pero si lo haces, ¡dejaremos de ser princesas!
DONALBAIN:
¡Es verdad, no había caído!
MACBETH:
¿Es que sólo os preocupa ser princesas? ¿Y vuestro padre?
MALCOLM:
Bueno, ése te interesa a ti, que no somos tontas.
DONALBAIN:
Tú haz lo que tengas que hacer, mientras nuestro deber quede intacto.
MALCOLM:
Mientras sigamos siendo princesas, que es lo que nos gusta, nos da igual lo que
hagas.
MACBETH:
La duda penetra en mí.
MALCOLM: (A Donalbain.)
Me aburro, ¿vamos a jugar?
DONALBAIN:
Vale.
MACBETH:
¿Y yo?
DONALBAIN:
¿Tú, qué?
MACBETH:
Consejo debierais darme.
MALCOLM:
¡Ay, qué pesado!
DONALBAIN:
Haz lo que quieras. Mi hermanita y yo sólo queremos ser princesas.
MALCOLM:
¡Nos lo pasamos tan bien siendo princesas!
MACBETH:
(Perplejo.) Pero...
MALCOLM:
Ni pero, ni nada. Vamos a jugar, Doni.
DONALBAIN:
¡Ay, sí, que estoy tensa!
MACBETH:
Pero...
DONALBAIN:
¡Que te calles! Vamos Malcolmcito, ¿has cogido las bolas chinas?
MALCOLM:
Sí.
MACBETH:
¿Bolas chinas?
DONALBAIN:
¿Y la cremita?
MACBETH:
¿Cremita?
MALCOLM:
No la necesito.
DONALBAIN:
Traviesa...
MALCOLM:
Es que estoy relajado, hermanita.
DONALBAIN:
¡Qué bien que lo vamos a pasar esta noche!
MALCOLM:
Tonta...
MACBETH:
Pero...
Donalbain y Malcolm salen de escena sin hacer caso a
Macbeth, que después de unos segundos de silencio, se tira al suelo y se
levanta varias veces, como si estuviera poseído por algún espíritu.
MACBETH:
(Con
los ojos muy abiertos, mirando al frente.) ¿Es un falo eso que veo ante
mí, con el mango hacia mi mano?... (Abriendo y cerrando las manos en el aire,
lascivo.) ¡Ven, que te coja! (Contrariado, mirándose la mano vacía.) ¡No
te tiento, y, sin embargo, te veo siempre!... (Con los brazos cruzados, cabeza
ladeada hacia uno de los hombros y la mirada torva.) ¿No eres tú,
visión fatal, perceptible al tacto como a la vista? (Con el dedo índice rotando en la
sien, como cuando se hace el gesto de que se está loco.) ¿O no eres
sino una verga del pensamiento, falsa creación de un cerebro delirante?... (Quitándose
las calzas y bajándose los calzones.) ¡Todavía
te veo, bajo una forma tan palpable como esta que ahora desenvaino! (Con
un brazo extendido hacia delante, como si agarrase algo con la mano y con la
otra mano en la entrepierna.) ¡Tú me marcas la dirección que he de
seguir y el arma misma que he de usar!... (Avanzando atropelladamente hacia uno de los
lados del escenario.) ¡O mis ojos son juguetes de los demás sentidos, o
valen por sí solos como todos ellos juntos!... (Tirándose al suelo.) ¡Aún
te veo, y en tu glande y empuñadura, gotas de simiente que antes no encontraba!...
(Desquiciado,
mirándose las manos.) Pero ¡no hay tal cosa!... (Restregándose la cara.) ¡Es
mi designio monstruoso, que toma así cuerpo ante mis ojos! (Hasta nueva acotación,
revolcándose en el suelo, obscenamente.) ¡He aquí la hora en que, sobre
la mitad del mundo, la Naturaleza parece muerta, y los malos ensueños engañan
el sueño bajo sus cortinas! La brujería celebra el culto de la pálida Hécate, y
el asesino descarnado, avisado por su centinela, el lobo, cuyo aullido le sirve
de alerta, con el paso furtivo, a trancadas del raptador de Tarquino, avanza
hacia su víctima, semejante a un fantasma... (Golpeando el suelo con los
puños.) ¡Tú, tierra sólida y firme, apaga mis pasos, sea cual fuere mi
camino, de miedo que hasta las piedras proclamen dónde voy y no disipen el
horror silencioso exigido por la hora!... (Poniéndose en pie.) Pero yo
amenazo...; él vive. (Quitándose el resto de ropa que le queda.) ¡El
hálito frío de las palabras hiela por demás la cálida acción!... (Suena
una campanada.) ¡Voy; está hecho; la campana me invita! (Desnudo.)
¡No la oigas, Duncan, porque es el tañido que te llama al cielo o al
infierno! (Sale, pero sigue oyéndose su
voz.) Decidido estoy a cumplir
mis deseos. Duncan, Duncancito, espera amorcito, que ya voy. Que le den a mi
esposa... (Ante la puerta de la habitación del rey Duncan.) ¡Qué
puta que soy! Mi piel arde por los deseos que pronto han de consumarse en el
lecho del que tantas veces ha me hecho sentir lo que ninguna vez ha podido
darme mi esposa. ¡Duncan, Duncancito, que voy...!
Abre la puerta de la habitación del rey Duncan donde supuestamente lo
espera, y entra, lanzado. Encuentra al rey haciendo un sesenta y nueve con su
amigo Banquo.
DUNCAN:
(Sorprendido.) Bo es bo be babece.
BANQUO:
(Sorprendido, también.) Es vebdad, Bacbeth, bo es bo be babece.
MACBETH:
¡¿Que no es lo que parece, que no es lo que parece?! ¿Por quién me tomáis si
vuestra es la traición y mío el desconsuelo?
DUNCAN:
(Reponiéndose.) No sé qué decirte.
BANQUO:
Yo, tampoco.
MACBETH:
(Indigado, con asco.) Nada tenéis que decirme, pues ya lo dicen
mis ojos. El calor de mi cuerpo se ha ido. Frío estoy.
BANQUO:
¡Qué drama!
MACBETH: (A Banquo.) Una sola de tus palabras bastaría para matarme.
BANQUO:
Callo, pues.
MACBETH:
(Clavándole el puñal en el pecho.) Calla para siempre, traidor.
DUNCAN:
(Grita.) ¡Ahhhh!
MACBETH:
Ojalá ese grito hubiese salido de tu boca igual que hubiera salido de la mía
por el amor que siento por ti.
DUNCAN:
¡Guardias, guardias! ¡A mí, a mí! ¡Que me mata!
MACBETH:
(Sacando el puñal del pecho de Banquo y clavándoselo a Duncan.)
El destino razón tenía y cumplo con él.
Muere el rey y entran Lady Macbeth, Donalbain y Malcolm.
LADY
MACBETH: (Con una mano en la boca.) ¡Ah!
MALCOLM:
(Con
las dos manos en la boca.) ¡Aaaaah!
DONALBAIN: (Con las dos manos en la boca y poniéndose de
rodillas, para ser más que Lady Macbeth y su hermano.)
¡Aaaaaaaahhhhhhhhhhhhhh!
MACBETH: ¡A callar todo
el mundo! No finjáis dolor por alguien al que sólo yo quería.
LADY MACBETH: No, si yo
no fingía, pero hay que disimular un poco.
MALCOLM: A mí, es que me
va esto de ser la más.
DONALBAIN: Calla,
insensato. ¿No ves cual es nuestra situación?
MALCOLM: Pues...
DONALBAIN: ¡Ya no somos
princesas!
MALCOLM: Ah, pues no
había caído... Macbeth, ¿nos adoptas?
MACBETH: ¿Qué habría de
esperar de la simiente del que traición recibí?
LADY MACBETH: ¡Bien
dicho!
DONALBAIN: Es que si nos
adoptáis seguiríamos siendo princesas, que es lo que nos gusta. No queremos ser
reinas como vosotros. Con ser princesas nos conformamos.
MALCOLM: Sí, nos lo
pasamos tan bien siendo princesas...
LADY MACBETH: Escocia ya
no es lo que era...
MACBETH: Cientos de
caminos existen para que vayáis donde quisiereis.
MALCOLM: ¿Nos estás
hechando?
DONALBAIN: Malcolm...
MALCOLM: ¿Qué?
DONALBAIN: Sin hache...
MALCOLM: ¡Ay, perdón!
¿Nos estás echando?
MACBETH: (Trascendental.) Que
hable el destino...
Todos hacen un gesto de expectativa...
DONALBAIN: El destino no habla...
Vamos, hermanita.
MALCOLM: ¿Adónde?
DONALBAIN: A un lugar donde
nuestras esperanzas sean comprendidas.
MALCOLM: Sí, pero ¿dónde?
LADY MACBETH: Os recomiendo
Dinamarca, que es un sitio muy civilizado y moderno.
MALCOLM: ¿Dinamarca?
LADY MACBETH: Sí.
DONALBAIN: Ay, no sé, por allí
está Hamlet, ¿no?
MALCOLM: Es verdad, no sé si es
lo que más nos conviene...
LADY MACBETH: (Con maldad.) Vosotros mismos... Es lo que hay.
MALCOLM: (A su hermano.) Oye, pues mejor nos vamos, ¿no?
DONALBAIN: Sí, creo que es lo
mejor. Hay mucha hostilidad por aquí. Vamos a Dinamarca a ver qué pasa...
MALCOLM: Vamos, hermanita.
LADY MACBETH: Pues ya que vais
para allá, procuradles recuerdos a Rosencrantz y Guildenstern.
DONALBAIN: ¿Rosenqué?
MALCOLM: (En francés.) ¿Guildenquoi?
LADY MACBETH: (Condescendiente.)
Nada, nada, incultas. Marchaos.
MALCOLM: (Cogiendo a su
hermano de la mano.) Ciao.
DONALBAIN: Ciao. (A Malcolm.) ¿Has cogido la cremita?
MALCOLM: Sí.
DONALBAIN: Oing...
Salen.
LADY MACBETH: (A su esposo que
sigue sollozando sobre el cuerpo del rey Duncan.) Bueno, ¿qué?
MACBETH: Deja que mi dolor se
contente con su propio dolor.
LADY MACBETH: Así no vamos a
llegar a ningún lado, ¡anímate!
MACBETH: ¿Cómo habría de animarme
si el contento se fue en el puñal que me quitó el ánimo?
LADY MACBETH: Bueno, haz lo que quieras, pero a mí no me aguas la fiesta. (Dando
saltos de un lado para otro, recita muy contenta.)
Qué
contenta estoy
Todo
un reino para mí
Pero
qué mala que soy
Tirurirurirurí.
Mi
consorte es todo un hombre
Se
me caen los bigudís
Macbeth,
sepan, es su nombre
Porfa-porfa-porfa-
please.
Ahora
mando yo en Escocia
Que
se chinche a quien le pique
Esto
no es una parodia
Esto
si que si que si que.
Ahora
haré lo que yo quiera
También
lo que me dé la gana
Que
me pongo hecha una fiera
Cuando
me dicen: so marrana.
Hay
quien dice que estoy loca
Hay
quien dice que histérica
No
digan por esa boca
Que
me pongo esotérica.
Soy
inquieta y revoltosa
Jaranera
y sagaz
Agresiva,
belicosa
Ante
todo perspicaz.
Digan
que soy conflictiva
Pícara,
indócil e inteligente
Insurrecta
y subversiva
Pero
no una insolente.
Revolucionaria,
molesta, insubordinada
Aguda,
despierta, bullanguera
Turbulenta,
traviesa, desmandada
Vivaz,
incansable y pendenciera.
Qué
tipeja tan sencilla
Lady
Macbeth alocada
Casi
una diablilla
Mira
qué indisciplinada.
Soy
ruidosa y bulliciosa
Avisada
y agitada
Sediciosa,
escandalosa
Avispada
y taimada.
Si
canto soy ladina
Si
bailo, conspiradora
Si
ando, saltarina
Si
no, alborotadora.
Mira
que soy lista
Anda
que no soy vivaracha
Un
poco camorrista
Pero
es que soy un hacha.
Lady
Macbeth la facciosa
Pilla,
rebelde e insurgente
¿No
creen que sea preciosa?
¿Creen
que soy desobediente?
Díscola
y sublevada
Pícara
y juguetona
Perturbadora
y amotinada
Enredadora
y retozona.
¿Qué
más queréis que os diga?
¿Que
soy provocadora?
¿Que
queréis que siga?
Es
muy tarde: ya no es hora.
MACBETH:
(Suspirando.)
¿Te has quedado ya contenta?
LADY
MACBETH: Bueno, aparte de todo eso, soy muy guapa. Pero, sí, me he quedado muy
a gusto, no lo puedo negar. ¡Por fin soy reina!
MACBETH:
¡Y una mierda, la reina soy yo!
LADY
MACBETH: ¿Cómo que tú?
MACBETH:
¡Como que sí!
LADY
MACBETH: ¡De eso nada!
Se abalanzan los dos hacia una corona (de reina) y se la
disputan de las manos de un lado para otro. Salen de la habitación hasta el
patio interior del castillo sobre la balconada superior.
MACBETH:
¡Mía!
LADY
MACBETH: ¡De eso nada!
MACBETH:
¡Que sí!
LADY
MACBETH: ¡Que no!
MACBETH:
¡Suéltala!
LADY
MACBETH: ¡Suéltala tú!
MACBETH:
(Empujándola al vacío, consigue quedarse con la corona de la reina en sus
manos.) ¡Que me la des!
LADY
MACBETH: (Cayendo al suelo desde arriba lentamente, recita.)
Veo,
veo, veo
La
muerte ante mí
Oye,
qué mareo
Jiji,
jiji, jí.
MACBETH:
(Poniéndose la corona en la cabeza.)
Se
acabó lo que se daba
Que
ya soy soberana
Lady
Macbeth por desliz
Ni
siquiera emperatriz
AQUILES NAZOA
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