PRECIPITADOS EN UN BOSQUE ENTRÓPICO

Sobre un suelo lleno de hojas, unas secas, otras verdes, hay una mujer sentada con las piernas totalmente estiradas y abiertas. La particularidad es que está desnuda con todo su cuerpo cubierto de un engrudo blanco. La cabeza mira hacia el suelo. Detrás de ella sólo se ve un bosque frondoso y oscuro. Tras unos segundos en los que ella está inmóvil, al fondo aparece un hombre andando muy lentamente hacia ella, que nota su presencia, y gira poco a poco la cabeza. El hombre también está desnudo y recubierto de la misma sustancia blanca.

ELLA:

(Llorosa) Pensaba que te habías ido para siempre… Estaba muy triste y muy sola... Ven, siéntate a mi lado. Yo no puedo levantarme (Se queja.) Mi cuerpo se está secando.

ÉL:

(Se sienta torpemente junto a ella.) Ya sabes que no podemos separarnos. Estamos hechos el uno para el otro; siempre estaremos unidos, aunque no lo queramos. (Se mira la mano y lentamente abre los dedos.)

ELLA:

No sé…, a veces pienso que no quieres estar conmigo, que estás cansado de mí y que cualquier día desaparecerás. (Le coge suavemente las manos y las mira.) Tú también te estás secando. ¡Pobre! (Le besa los dedos.)

ÉL:

¡Ufff! (Suspira y retira sus manos de la boca de ella. Levanta la cabeza y mira hacia arriba.)

ELLA:

(Insiste) De todas maneras, gracias por volver. (Baja la cabeza y llora.)

ÉL:

¡Ufff! (Mueve la cabeza a un lado y a otro, nervioso.)

ELLA:

Eres bueno... Yo sé que me quieres, que no estás cansado de mí. Nos necesitamos el uno a otro… A veces, cuando duermes en la noche, siento el calor en mi cuerpo, que se hincha y resquebraja…


ÉL:

(La interrumpe contestándole molesto.) Sí, sí, gracias por explicármelo (Asiente con la cabeza.)

ELLA:

Lo de ayer no volverá a pasar… Es la entropía…

ÉL:

(Enfadado) Sabes perfectamente que lo de ayer volverá a pasar. No somos perfectos. Fuimos hechos así: Protocloruro de mercurio. Somos precipitados en un bosque. La entropía no tiene nada que ver.

ELLA:

Tienes razón. Quizás alguien juega con nosotros. Pero no puedo comportarme como un animal. Te juro que no lo volveré a hacer, aunque a veces sienta que debo buscar el líquido del que fui separada. Ya no soy nada elástica. En cambio tú, no sé como puedes mantenerte tan fresco y ágil.

ÉL:

¡Ufff! (Cierra fuertemente los puños y niega con la cabeza.)

ELLA:

Perdona, pero a veces pienso…

ÉL:

(Tras unos segundos de silencio, suspira). ¡Ufff!

ELLA:

Lo siento… Sé que nunca me engañarías, aunque haya otras alternativas…

ÉL:

¿Qué quieres decir?

ELLA:

Aunque no lo creas, yo sé que tú sientes la entropía tanto como yo. Sufres el calor y la expansión de tu cuerpo igual que yo. Este desacoplamiento gradual que nos absorbe hace que estemos más unidos…

ÉL:

(La interrumpe.) Gracias. Perdona mi comportamiento. (Pone las piernas encima de las de ella.)

ELLA:

(Incisiva) ¿Qué tal la otra?

ÉL:

(Ofendido) ¿Qué otra?

ELLA:

No quieras engañarme. Sé que, cuando te resecas, buscas ayuda en otra. Sé que hay más precipitados en el bosque.

ÉL:

(Defendiéndose) ¿Estás diciendo que te engaño?

ELLA:

Hum…

ÉL:

(Furioso) Seguro que tú sí te vas con otro cuando te resecas.

ELLA:

Nunca he hecho tal cosa.

ÉL:

Pero insinúas que yo lo hago.

ELLA:

Alguna vez he deseado irme con otro cuando he estado reseca. Pero yo soy débil y prefiero sumergirme… Yo sé que cuando tú desapareces buscas líquido en otra, pero no me importa, siempre que vuelvas.

ÉL:

Hum…

ELLA:

No me parece mal que lo hagas de vez en cuando.

ÉL:

Hum..…


ELLA:

Recuerdo cuando vine al bosque… Tú me acogiste sin preguntarme nada. Calmaste el calor de mi cuerpo. Durante todo el tiempo que yo no estuve, seguro que hubo otras. Yo no te pedí exclusividad. No te pedí nada. Ni tan siquiera te pedí cariño. Nos necesitábamos para la estabilidad de nuestros precipitados. Fuimos egoístas el uno con el otro… Pero ahora resulta que nos queremos... al menos yo sí que te quiero… Antes que perderte, prefiero que busques en otras lo que yo no puedo darte…

ÉL:

Perdona, tienes razón. No se trata de ser promiscuos, pero quizás de vez en cuando…

ELLA:

Perdóname tú a mí. Ya lo hablaremos en otro momento.

(Se levantan, ayudándose mutuamente, y comienzan a andar. Ella camina muy torpemente, cada vez más despacio, hasta que queda inmóvil en mitad del escenario. Él la observa durante unos segundos. La toca tímidamente al principio. Al instante comienza a quitarle nervioso la pasta blanca que la recubre, para ponérsela sobre la suya. Ella queda totalmente desnuda y sin nada de engrudo, quizás algún resto. Él sale corriendo del escenario y ella, que durante todo el proceso ha estado inmóvil, se derrumba en el suelo.)

Fotografía: Julia Montilla