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Ahora escribo a lápiz, de manera muy íntima, egoísta y esencialmente, sólo para mí...

¿Los intentos de desaparición son a su vez intentos de afirmación de mi yo?

Hacía tiempo que por mi cabeza rondaba la idea de desaparecer o por lo menos la de vivir sin ser visto. Por eso, me sorprendió que mientras caminaba solitario por la línea del horizonte que separa (o que une, depende de cómo se mire) todas las cosas, alguien me preguntara por qué quería desaparecer con la de cosas que hay (las mismas que la línea del horizonte une o separa) para ver en el mundo.

-Dígame, ¿de dónde le viene esa pasión por desaparecer?

Hice oídos sordos y continué caminando como si no fuera conmigo la cosa. Pero mi acompañante inesperado era uno de aquellos seres obstinados que no admiten la indiferencia por respuesta y volvió a preguntarme de nuevo.

-Dígame, ¿de dónde le viene esa pasión por desaparecer?

Antes de ser interrumpido por la pregunta indiscreta, paseaba ensimismado en mis pensamientos; pensaba en la manera en la que podría eclipsarme sin llamar la atención, en cómo podría pasar desapercibido, en cómo lograr ser nada, en ser un no ser... Y entonces llegó a mis oídos la pregunta.

-Dígame, ¿de dónde le viene esa pasión por desparecer?

Como he dicho, al principio hice como si no hubiese escuchado nada, tratando de pasar desapercibido, pero como mi acompañante satélite insistió en preguntarme por segunda vez, pensé que quizás mereciera una respuesta; una de esas réplicas verdaderas o reales que tanto gustan a los seres inquietos que no pueden permanecer en el silencio ni en la calma que da la soledad. Si alguien hace la misma pregunta dos veces es porque le debe interesar mucho lo que puedan contestarle (lo que no quiere decir que aprovechen la respuesta para su propio beneficio). Además, la pregunta tenía mucho que ver con lo que yo estaba pensando en esos momentos: mi desaparición. Yo leo mi propio pensamiento inconsciente. ¿Era mi anónimo acompañante de esos que leen el pensamiento de las otras personas? No lo sé, pero de todas maneras, lo intrigante, ahora que lo escribo me doy cuenta, no es si el aparecido (pronto sabrán porqué digo aparecido) leía o no el pensamiento de las personas; lo que realmente debería llamar la atención es por qué le interesaba saber el motivo de querer desintegrarme en la nada... Iba a contestarle que la razón de querer desaparecer o de al menos vivir sin ser visto (cosa que evidentemente no conseguía debido a su pregunta inesperada; o sea, que si me preguntaba era porque me veía y no estaba yo desaparecido) era Robert Walser, el escritor suizo que tuvo la maestría de desaparecer tan elegantemente, tanto en persona como en sus escritos, y que murió durante unos de sus interminables (es un decir) paseos sobre la nieve de Herisau... Pero no le contesté, más que nada porque cuando me disponía a hacerlo no había nadie a mi lado, no había acompañante alguno (por eso dije antes lo de fantasma. No, perdón, lo de aparecido). Pero después de unos segundos de perplejidad, ese nadie volvió a preguntarme desde la nada.

-¿Quiere decir que usted quiere ser como el doctor Pasavento?
-Exacto –contesté, no sé muy bien a quién-, soy como el doctor Pynchon.
-¿El doctor Pynchon?
-Sí, el doctor Ingravallo.
-Muy bien, siga caminando por la alameda del fin del mundo –me dijo el aparecido (extraño nombre para alguien desaparecido)-. Vaya, vaya usted, que allí todo es fácil y se sentirá bien consigo siempre.
-Es que no me interesa la realidad, sino la verdad.
-Le entiendo, le entiendo.
-¿Cómo ha hecho usted para desaparecer y ser un aparecido? –le pregunté, dándome cuenta en seguida de lo absurdo de la cuestión.
-Cuando se sigue la verdad, la realidad deja de existir.

¡Qué buena respuesta! Me quedé sin decir nada durante un tiempo, pensando en lo que me había dicho. Después, muy nervioso, me atreví a preguntar.

-¿Es usted el espíritu de Robert Walser?

Pero no hubo respuesta. Supuse que el invisible aparecido se había ido, que había desaparecido todavía más en la nada en la que yo ansiaba esfumarme. Volví a quedarme solo, tal y como seguramente había estado todo el rato. Fue entonces cuando pensé que si de verdad quería desaparecer, debía ir más allá...

04 de mayo de 2007
Doctor Pasavento
Herisau (Suiza)

Respetado Enrique Vila-Matas:

No me conoce, pero yo a usted, sí. O al menos puedo hacerme una idea de cómo puede ser. No es que yo haya desaparecido, es que no he publicado; es por eso que quizás usted nunca pueda desaparecer y yo sí. Una vez que se publica ya no se puede desaparecer, como bien sabe. He venido a Herisau tras los pasos de nuestro querido Robert Walser para encontrar el camino y poder eclipsarme. No se tome a mal el que haya adoptado el nombre de uno de los personajes de una novela suya; quién sabe si a lo mejor no se siente usted halagado. En todo caso, no tiene por qué preocuparse, ya que no le he robado el nombre, más bien lo he cogido prestado. Volverá a ser suyo, lo prometo. Recuerde que llegará el momento en el que yo desaparezca y ya no lo necesite. Mientras tanto, esta suplantación me servirá como entrenamiento para vivir sin ser visto, y posteriormente para mi definitiva desaparición. He creído oportuno escribirle todo esto como si de un micrograma de Walser se tratara (le confieso que hace tiempo que llevo practicando esta manera tan íntima de escribir). Creo que de esta forma usted podrá comprenderme mejor y espero haberle despertado cierta simpatía. Es una manera de escribir para ausentarme. Por eso le pido que no me busque. Sería absurdo que alguien me buscara queriendo yo desaparecer, ¿no cree? Espero que esté de acuerdo conmigo en que las palabras que le escribo son sensatas y nada agresivas. Yo le pido a usted el mismo trato y que me deje seguir tranquilamente el cada vez más desdibujado curso que ha tomado mi vida.

Atentamente,
alguien que dice ser Andrés Pasavento.

PD: por si llega a creerlo, no soy Bernardo Atxaga. Digamos que sigo los pasos de Agatha Christie, usted ya me entiende.

07 de mayo de 2007
Doctor Pynchon
Herisau (Suiza)

Admirado Enrique Vila-Matas:

Como Doctor Pasavento no he obtenido resultados positivos para mi desaparición. Como nadie en este mundo, quiero ser nadie; como nadie en este mundo, usted bien sabe. Por eso me atrevo a escribirle de nuevo y explicarle el motivo de la usurpación de otro de los nombres de uno de los personajes de su novela Doctor Pasavento, aunque no hace falta que se lo diga, pues quién mejor que usted para saberlo. Como ve, sigo en Herisau (Suiza), esperando, como puede imaginar, mi pronta y esperada desaparición. Quiero convertirme en un hombre sin biografía, en alguien fuera de todo. Usted estuvo a punto de conseguirlo si no hubiera sido porque dejó escrita su experiencia. Escrita y publicada en la colección de Narrativas hispánicas de la editorial Anagrama, como usted muy bien sabe. ¿Cree usted que el mismo hecho de haber nacido me impedirá desaparecer del todo? Yo no lo creo así, pues ya hemos estado desaparecidos anteriormente; me explico: al nacer, traspasamos el reposo y la calma eternos anteriores a nuestro nacimiento. ¿No lo ve usted así? Siempre se puede volver al pasado. Quizás nacer y morir sea lo mismo, quién sabe. Como dijo Carlo Levi en su prólogo a la traducción italiana de La vida y las opiniones del caballero Tristam Shandy de Laurence Sterne: Tristam Shandy no quiere nacer porque no quiere morir. Pero el caso es que nosotros, usted y yo, hemos nacido, y esto hace más difícil nuestra desaparición (y aún más la suya, que ha publicado).

Le saluda,
alguien que dice ser Thomas Pynchon y que días atrás fue el Doctor Pasavento.

PD: no trate de averiguar quién soy y déjeme ser nadie o al menos intentarlo. Para su tranquilidad, le diré que no soy Antonio Lobo Antunes; para usted, soy de los que se dan por desaparecidos.

10 de mayo de 2007
Doctor Ingravallo
Herisau (Suiza)


Respetado Enrique Vila-Matas:

Como diría su querido Walser, me gustaría ser capaz de vivir sin que nadie se acuerde, ni remotamente, de que existo. Usted sabe que existo, pero por lo menos no sabe quien soy, aunque ahora me haga llamar Doctor Ingravallo, igual que otro de los personajes de su novela Doctor Pasavento, culpable de que usted nunca pueda desaparecer, como ya le he dicho en alguna ocasión, si no recuerdo mal; pero así es el horror de la gloria literaria: la publicación, que cierra todas las puertas para pasar inadvertido... Como ve, no puedo desaparecer del todo; ni como Andrés Pasavento, ni como Thomas Pynchon. Por eso me permito obsequiarme con otro de los nombres de su imaginación: así no tengo que pensar. No debe plantearse la cuestión de si soy o no el Doctor Ingravallo, más que nada porque ya sabe que no puedo serlo en la realidad; pero si se lo plantea como una verdad y no como una realidad, le puedo asegurar que soy Ingravallo, como el que más. Como dice el Doctor Pynchon, el doble pensamiento es una forma de disciplina mental que acaba resultándonos muy sintética y útil si somos capaces de creer dos verdades contradictorias al mismo tiempo. Yo soy capaz, ¿usted lo es?

Cordialmente,
quien dice ser Ingravallo, antes Thomas Pynchon, y antes de Pynchon Doctor Pasavento.

PD: no soy Álvaro Pombo, créame; más bien podría decirse que soy de los que escriben para enloquecer y no para publicar.

¿20 de mayo de 2007? (No sé que día es, ni me importa; ni siquiera sé si existe)
Nadie
Desde el horizonte que une y separa las cosas (bellas)

Recordado yo, que una vez fui:

Tras largos paseos por los caminos nevados de Herisau y algún que otro intento de desaparición; tras haber escrito (creo que a lápiz, pero no estoy seguro; o más bien no está seguro quién escribe, pues ya no existe) unos cuantos microgramas en los que he podido conseguir la ocultación del autor, he logrado, por fin, desaparecer. Alguien que no soy yo, pero que bien pudiera serlo, pues estoy totalmente de acuerdo con la descripción, diría que son papelillos de la soledad. Tú (si existes todavía, yo ya no soy tú; eres aquel que fui) sabes que no escribo por el simple hecho de escribir o de publicar, sino para estar egoístamente solo. De todas maneras, quiero dejar constancia (¿a ti, a mí mismo, a nadie?) de cómo ha sido mi eclipse, por si alguna vez quieres, o quiero yo, o quiere alguien, volver atrás, al pasado, al lugar de los no desaparecidos, al mundo real, que no verdadero...

Mis solitarios paseos sobre la nieve alrededor del Psychiatrisches Zentrum Herisau (en la época de Walser, simplemente llamado sanatorio o manicomio de Herisau, cosa que ahora sería políticamente incorrecto, supongo) como Doctor Pasavento, Pynchon o Ingravallo, fueron totalmente improductivos; o sea, que fueron improductivos en cuanto a productividad improductiva, que era de lo que se trataba: no lograba desaparecer, no conseguía el anonimato puro, no alcanzaba el eclipse total. Estos doctores no me sirvieron de nada (porque la ficción, por muy real que sea, no es verdadera), así que decidí desposeerme del lastre que suponían para mi desaparición, que no aparecía, y caminar como un solitario sin nombre. Me desposeí de todo, hasta del pensamiento. Fueron unos cuantos días de andar sin rumbo; días de claroscuros, donde la nieve parecía en un extraño estado de inmovilidad, como a la espera de alguna catástrofe... Hasta una tarde en la que vi una figura tumbada bocabajo en la nieve. Era un hombre vestido de negro. Pensé en Robert Walser (así tuvo que morir una tarde tras uno de sus largos paseos dominicales que tanto bien le hacían). Corrí hacia aquel cuerpo inerme y me arrodillé a su lado. Pasé una mano bajo su cuello y la otra tiró de uno de sus hombros. Quedó frente a mí, como un cristo yaciente... Pero no era Robert Walser. Era yo. Fue entonces cuando me di cuenta que por fin había desaparecido.

GLADYS-35


/ 1 /

Sentado sobre la arena blanca de la playa, recostado sobre una roca, sintió el aire tibio acariciando su cuerpo desnudo. En sus manos, un libro. El título impreso sobre la tapa forrada en tela roja era así de rimbombante: Silogismos de una era inacabada en un mundo de creaciones inabarcables e infinitas/ y 35. Travis abrió el libro lentamente, como si no le importara. Pero la sorpresa se perfiló en su rostro al comprobar que estaba en blanco; más aún que la fina arena de las dunas. Un extraño y fuerte resplandor le obligó a cerrar los ojos, acaso por el sol reflejado en las páginas níveas. Oyó gritar su nombre. Un grito metálico. La luminosidad comenzó a menguar rápido y un manto de sombras lo envolvió todo, menos un intenso haz de luz que iluminaba una bola del mundo suspendida en el aire. Vio un dedo de hierro hundirse en la arena. El globo terráqueo comenzó a girar sobre sí mismo con tanta velocidad que se desprendió de los invisibles hilos que lo sostenían. Travis intentó evitar que cayera al suelo, pero no lo consiguió y se rompió en infinitos trozos. El estruendo que produjo lo despertó.

Sudaba. Las sábanas estaban empapadas. Miró a Gladys que dormía a su lado, plácida y relajada, mientras dos pulgas recorrían las sábanas mojadas soñando con un perro amigo. Travis fue hacia el baño para refrescarse con una ducha fría. Gladys abrió los ojos y las pulgas cayeron fulminadas. Afuera, las olas intentaban escapar del mar. Gladys quedó otra vez dormida, sin sueños ni pesadillas.

/ 2 /

-El Universo se expande –pensó Gladys, por la mañana, mientras preparaba el desayuno.

-Sí –le contestó Travis.

-Parece que las galaxias retrocedieran en todas direcciones desde la Vía Láctea.

-Gladys, según lo que piensas, nuestra galaxia sería el centro del Universo.

-Somos el centro.

-¡Qué equivocada estás!

-Demuéstrame que no es así.

-Imagina un globo con puntos uniformemente separados. Al inflar el globo, un observador en un punto de su superficie vería cómo todos los demás puntos se alejan de él, igual que los observadores ven a todas las galaxias retroceder desde la Vía Láctea.

-¿Me estás diciendo que el Universo se expande como un globo que va inflándose?

-Exacto.

-No somos nada.

-No somos.

-Nada.

-Gladys, no llores.

-Travis, ¿qué haría yo sin ti? –pensó Gladys.

Travis pensó en Edena. Ya no soportaba más.

/ 3 /

Travis recordó el día que conoció a Gladys. Fue mientras trabajaba en el control de calidad en las cintas transportadoras de androides.

Lila-32/K. ¿Articulaciones? Perfectas. ¿Capacidad? Ilimitada. ¿Rostro? Inexpresivo. Valoración: correcta. Siguiente. Saba-33/X. ¿Articulaciones? Perfectas. ¿Capacidad? Ilimitada. ¿Rostro? Inexpresivo. Valoración: correcta.

Siguiente. Serena-34/W. ¿Articulaciones? Perfectas. ¿Capacidad? Ilimitada. ¿Rostro? Inexpresivo. Valoración: correcta. Siguiente. Gladys-35. ¿Articulaciones? Perfectas. ¿Capacidad? Ilimitada. ¿Rostro? Leve brillo en los ojos. Valoración: defectuosa. Travis volvió a formular la pregunta: ¿Rostro? Leve brillo en los ojos. Valoración: defectuosa.

La bombilla roja de emergencia se encendió y la cinta paró en seco. Dudó un momento. Las normas exigían su destrucción inmediata. Sonrió. Corrigió. Valoración: correcta. Aquella androide sería para él. La cinta comenzó a deslizarse de nuevo.

/ 4 /

Aquella misma noche, embalada entre celofanes y poliuretanos, Gladys oía las últimas palabras de sus compañeras defectuosas, a medida que sus circuitos se dañaban y morían irremisiblemente en la oscuridad fría del depósito de la manufactura, donde Travis la había escondido.

-Mi sistema me permite exponer exclusivamente mensajes de diez palabras.

-Lamento decirles que mis circuitos permiten únicamente decir nueve.

-Mi diseño, más primitivo, sólo me permite ocho.

-Debo confesarles algo: yo sólo digo siete.

-Yo únicamente puedo decir seis palabras.

-Mi sistema acepta sólo cinco.

-Yo sólo digo cuatro.

-Yo únicamente tres.

-Yo, dos.

-Beep

En aquel momento, la puerta del almacén se abrió sigilosamente. Travis entro con cuidado. La luz de la linterna buscó hasta encontrarla.

Gladys decidió no decir ni una palabra. No sabía cuántas palabras podía decir. Obedecería, actuaría y pensaría en silencio. Siempre. Ya tenía lo más difícil. Tenía dueño. Y podía usar la telequinesia. Y la telepatía...

/ 5 /

Una noche Travis observaba por el telescopio como tantas otras noches de su vida. Pero aquella noche fue distinto: tuvo la intensa sensación de que un ojo gigantesco lo miraba desde el cielo.

Gladys no podía aguantar la risa cuando Travis se lo contaba al día siguiente.

-Ay, Travis, qué risa… ¿Qué sería de mi vida sin ti? Cómo me haces reír... –pensó Gladys.

Lejos, mucho más de lo que nadie pueda imaginar, cerca del infinito, alguien también llamado Travis miraba por un microscopio: le pareció sentir que un ojo diminuto lo observaba desde el portaobjetos. Quedó muy preocupado.

/ 6 /

-Cuando era una niña, hasta la basura estaba llena de magia…

-Gladys, no pienses eso, nunca has sido una niña.

-Cuando era niña, a veces, caminando por la playa, encontraba viejas botellas que mi imaginación transformaba en naves espaciales venidas de un planeta lejano.

-Gladys…

-Sí... cuando era niña... Después pasaron los años y murieron los sueños. Y la basura se convirtió en basura, el insidioso veneno que nos condujo poco a poco hacia una hecatombe mundial.

-Gladys, nunca fuiste niña, siempre has sido así.

-Hoy, prácticamente inútil y casi inmóvil, miro alrededor y solo percibo devastación...

-Gladys…

-...un cielo gris y una llanura oscura cubierta de desechos sobre la que sobresalen los troncos retorcidos de unos árboles muertos.

-Mañana me iré.

-Y no puedo dejar de sonreír pensando que, cuando muera, mi oxidada carcasa de robot será solo un despojo más en la desolación del basurero en que se ha convertido nuestro mundo. ¡Qué triste! ¿Verdad?

-Me iré para siempre, a Edena.

-Travis… ¿Nunca he sido una niña?

-No llores.

-No te vayas, ¿qué sería mi vida sin ti?

/ 7 /

Fue la última noche que estuvieron juntos. Gladys, sonreía. Era lo mejor que una humanoide podía expresar con sus circuitos activos. Una mirada de Travis a su receptor modular y el color de sus mejillas se convertía en un rosa estrellado. Travis configuró el cuerpo metálico a treinta y ocho grados. Siempre le gustaron los cuerpos un poco más calientes que el suyo.

-Tengo calor –pensó Gladys.

Travis decidió adelantar el proceso. Gladys cogió suavemente su pene y los sensores activaron las descargas que aliviaron su tensión.

-¿Lo he hecho bien, Travis? Dime, ¿lo he hecho como a ti te gusta? ¿Quieres que cante?

/ 8 /

La nave despegó y en pocos segundos un estallido informó a Travis de que el sonido había quedado atrás. Después, el silencio. Por las escotillas vio formarse la bola azul y marrón, rodeada de hermosas nubes. La Tierra...

Su historia se alejaba hacia un futuro desconcertante. Había tanto silencio... Siempre quiso ir a Edena. Mientras la nave se alejaba, Travis cerró los ojos y pensó en Gladys.

-Nunca fuiste una niña, siempre has sido una humanoide defectuosa...

/ 9 /

Gladys abrió los ojos y se encontró sola. Buscó por toda la casa. Sólo encontró una carta con letras precipitadas.

-¿Travis, dónde estás? ¡No te escondas!

Rodó hasta la ventana y paró las olas con la mirada. Luego, alzó la vista e intentó llorar.

-Travis. ¿Qué será de mi vida sin ti? ¿Quién me dirá si el Universo es cerrado, abierto, plano o pulsante? Travis, nunca te he molestado con palabras. ¿Qué será de mí? Llévame contigo, no me dejes sola...

Salió de la casa y se sentó en la arena.

-Soy defectuosa porque vosotros me hicísteis así. ¿Qué culpa tengo yo?

Estuvo sentada en la arena de la playa durante años. Las olas quietas. Su mirada fija en la carta, sin querer leerla.

/ 10 /

Querida Gladys:

Como sabes, estaba harto de la vida que llevaba, de tu silencio permanente. No soporto verte tumbada en el diván, conectada a la computadora, viviendo a través de realidades interpuestas, noche tras noche, servil. No cuento con que me entiendas, pero añoraba el aire libre y una existencia más activa y cercana a la naturaleza. Sé que crees que no merece la pena, pero yo no podía seguir así. Me ahogaba, me ahogabas. Siempre fuiste defectuosa. Me tenías atrapado... Soy humano, entiéndelo.

Voy hasta Edena. Creo que es lo suficientemente lejos. Allí hay un pequeño planeta azul, casi enteramente recubierto por un hermoso mar, que hace muchos años sirvió de cementerio de naves interestelares. He visto hologramas y los fondos del mar están repletos de sorprendentes estructuras, por las que podré nadar incansablemente. Estudiaré los restos de la civilización acuática que aniquilamos cuando hundimos el Alexis. Con todo mi cariño, Travis.

Gladys, no me busques, no me encontrarías.

/ 11 /

Un día, cansada de esperar, Gladys hundió un dedo en la arena y habló por primera vez.

-¡Travis!

Un inmenso cataclismo tuvo lugar en aquel rincón del microcosmos. Paulatinamente, el planeta se cubrió de una luz naranja. Un estruendo, sordo por el vacío, anunció que todo había terminado. Miles de galaxias se expandieron vertiginosamente hasta los límites del espacio y chocaron entre sí. Billones de planetas desaparecieron tras ser engullidos por los millones de soles que explotaron. Miles de formas de vida se extinguieron para siempre, muchas de las cuales eran una réplica exacta de la Tierra.

/ 12 /

Desde Edena, Travis imaginó el fin de la Tierra, cómo explotaba. Sintió a la población envuelta en llamas, gritando mientras tomaban el té, haciendo el amor... Una orgía de explosiones y destrucción. Y en la soledad del espacio sus lamentos se perdían, su rostro se deformaba hasta convertirse en una mueca de su desgracia. Convirtió sus lágrimas en nuevas estrellas que ya nadie contemplaría. Tuvo un presentimiento.

-Gladys, has sido tú…

/ 13 /

En una taberna galáctica de Edena., todo el mundo hablaba animadamente.

-Que sí, que sí...

-Acepto el trut y las explicaciones.

-...nada más aterrizar en aquel asteroide, los ordenadores se volvieron locos.

-No hubo asteroide.

-No hay explicación.

-Pero vamos a ver, ¿quién es Gladys?

-¿Nosotros somos los más antiguos?

-Es un misterio que nadie sabe cómo afrontar.

-...con los convertidores de materia, nunca se sabe.

-Y después llegó la impulsión.

-Es el trut más bueno que he comido en mi vida.

-¿Impulsión?

-¡Tú por aquí! ¿A qué se debe?

-...exactamente, un proceso telepático irresistible...

-Yo creo que no tiene tripulación.

-Acabo de llegar.

-Increíble.

-Como lo oyes.

-Con o sin ella, no hay nada que hacer.

-Pásame un poco más de trut.

-¡Uy, qué actual!

-Es nuevo.

-...claro, claro, ¿de dónde crees tú que sacan la… ¿Cómo se llama?

-Filusprita.

-Eso, la filusprita.

-...se me enredó el tentáculo...

-Espera, yo te ayudo.

-¡Qué miedo!

-Pues yo me río.

-...no, ahí no. Tócame aquí, ¿lo ves? ¿Notas la protuberancia?

-No aprecio ninguna prominencia.

-Prominencia, no, protuberancia.

-Es lo mismo.

-Quién lo iba a decir.

-¡La Tierra destruida!

-¿Se ha acabado el trut?

-Vaya...

-Eso sí que no.

Muy lejos de allí, alguién miraba por un microscopio. Puso un poco más de trut en el portaobjetos y echó una gota de filusprita.

-Mira.

-¿Qué?

-Otra vez hay trut.

-¡Qué bien!

-¿Quién me decías que era Gladys?

-Ni idea.

ACOPLAMIENTO PERFECTO


Es carnívora, pues su pelvis es similar a la de un lagarto y no a la de un ave, como la de un diplodocus. Más que a un tyrannosaurus cretácico se diría que es más parecida a un allosaurus jurásico. Su cuello en forma de ese la delata como temible, además de sus pies con garras y cuatro dedos. Como buena bípeda usa la cola para mantener el equilibrio, y todas las tardes da largos paseos por el bulevar tensando la vértebra caudal, convirtiéndose así en la más distinguida de toda la ciudad. Los demás, cuando la ven, se apartan como ornitisquios asustados y ella avanza, muy digna, con la vista al frente y sin mirar a nadie: quince metros en dos zancadas, haciendo temblar el suelo a cada pisada suya. Cuando está cansada o los zapatos oprimen sus pies escamosos, regresa a casa y toma té con pastitas que ella misma hace con almendras y hojas de arce. Pues ella, aún siendo saurisquia, es vegetariana, aunque nadie le cree. Por la noche, antes de dormir, reza su novena sentada en la cama con un viejo rosario de dientes de iguanodón, que heredó de su madre. Le pide a dios un buen marido, que la cuide y que la quiera, y que, por favor, no tarde mucho en llegar, porque la cloaca se le está secando.

-Con un huevito o dos, me conformo. Porfavorporfavorporfavor, amén –se persigna, moviendo las garras, norte, sur, oeste, este.

Se llama Tralalá y es buena, no es mala, no; lo que pasa es que está un poco resentida: ¿qué es eso de que ni siquiera la saluden cuando sale a pasear, que se aparten de ella asustados, que los niños la señalen con el dedo...?

Hoy, que es un día aparentemente como cualquier otro, Tralalá se ha despertado contenta. Al levantarse de la cama se ha sentido más joven que nunca, y al mirarse al espejo se ha visto guapísima. Tras una ducha con agua fría para endurecer sus escamas ha creído renacer. Sus gestos son decididos, calculados y precisos. No hay dudas, no hay recelos. Hoy, Tralalá no previene. Optimista ella, canta en voz alta para que la oiga todo el mundo.

-¿Y por qué no? ¡Que se enteren, que se entere todo el mundo que estoy contenta! ¡Lalalá-tralalá!

En dos grandes pasos llega a su habitación y abre el armario ropero con puertas de concha de tortuga. Saca uno, tres, diez vestidos al azar y los lanza sobre la cama. Los observa unos segundos y coge uno rojo para volverlo a dejar en el mismo sitio y coge otro verde de seda. Se lo prueba y se lo quita al momento dejándolo en el suelo. Se prueba otro y se lo quita. Otro y se lo quita. Otro, y se lo quita.

-¡Loquita me voy a volver! ¿Qué me pongo? –ruge.

Escoge uno de dorado lamé, y lo desecha. Uno naranja y también lo desecha.

-¡Deshecha estoy, que no encuentro qué ponerme! –brama.

Uno azul, otro violeta, uno granate, otro amarillo, hasta que se decide por uno de raso negro.

-¿Y porqué no?

Antes de salir a la calle se asoma a la ventana y mira al cielo. Hace un día radiante y el sol brilla como nunca. Tralalá sonríe y coge su sombrilla de volante óseo de marginocéfalo para protegerse las escamas. Sale de casa y cierra la puerta con tres vueltas de llave. Se persigna antes de bajar las escaleras de veinte en veinte y en un momento llega al peristilo que da a la calle donde, sorprendentemente, la portera la saluda.

-Que tenga un buen día, señorita Tralalá.

-...hic... –pronuncia, y sale a la calle muy contenta.

La vértebra caudal de Tralalá no está tensa como es normal en ella. Anda más suelta, con pasos más cortos y suaves que de costumbre. Saluda a la gente aunque no sea correspondida, pero de vez en cuando, alguien inclina la cabeza cumplidamente al cruzarse con ella, e incluso, uno ha sido capaz de sonreírle con deferencia.

-¿Y por qué no?

Al pasar por delante de la terraza del bar del hotel Trentino, Tralalá ha aminorado su marcha, pero no se ha decidido a quedarse y ha continuado caminando. Tras andar unos cuantos metros ha parado en seco y ha vuelto sobre sus propios pasos.

-¿Y por qué no? –se pregunta, mientras vuelve al bar Trentino.

Se sienta en la mesa más solitaria de la terraza y pide un martini seco con unas cuantas gotas de ginebra sin cerrar su sombrilla ósea. El camarero no tarda más de un minuto en traérselo y Tralalá se lo agradece con un ligero movimiento de cabeza. El camarero le devuelve el gesto con la mano en el pecho y una gentil inclinación. Ella le sonríe mostrando sus dientes de cocodrilo.

Bajo el parasol de marginocéfalo bebe todo el martini de un solo trago y a continuación eructa. Mira a un lado y a otro emitiendo una risilla tapándose la boca con la garra, como si hubiera hecho una travesura y ve a un hombre que la observa detenidamente desde otra mesa. Tralalá, en vez de ponerse nerviosa, le aguanta la mirada con sus ojos de reptil. Él la sigue mirando. Ella también. Él le sonríe. Tralalá se remueve en el asiento. Él hombre se levanta y se dirige hacia ella. Tralalá pestañea excitada.

-¡Bellísima!

-...hic...

El hombre se sienta a su lado y llama de nuevo al camarero. Pide un martini seco para ella y un campari para él. Tralalá no acierta a decir palabra.

-Io sono Marco, bella dona.

-...hic...

Durante casi dos horas, Marco no para de hablar, mientras ella mueve la cola, agitada, hasta que él se levanta para marchar.

-Fino a domani mattina.

-...hic... –acierta a decir Tralalá.

Al llegar a su casa, Tralalá se quita el vestido y echa la siesta. Duerme tres horas y al despertar, ya es noche cerrada. Se levanta de la cama y se asoma a la ventana recostándose sobre el alféizar.

Menea la cola dibujando círculos en el espacio. Mira al cielo estrellado y observa una luz muy brillante, que se acerca y se agranda hasta llegar delante de ella. Tralalá no se asusta porque comprueba que es un transbordador interestelar que aterriza sobre una pista al uso en un acoplamiento perfecto. Un acoplamiento tan perfecto como espera tener mañana con Marco.

-¿Y por qué no? –piensa.